El Teatre Coliseum se convierte por unas semanas en estadio que acoge una particular carrera de cuadrigas. Yllana se alía con Nancho Novo y juntos se atreven con Ben Hur. Una inesperada vuelta de tuerca a la película de William Wyler, a su vez basada en la novela de Lewis Wallace que se acerca al péplum desde una mirada que enfoca los temas bajo un punto de vista actual.
No hay que buscar demasiada trascendencia y sí dejarse llevar por el espíritu marca de la casa. El cachondeo está servido desde buen principio y si bien las dosis de mala leche están presentes y la reivindicación de género se plantea con ironía a través de la batalla que libran las intérpretes femeninas con los personajes prototípicos o secundarios que les toca defender, la constante sucesión de bromas más o menos fáciles (algunas divertidas e ingeniosas) se antepone a un desarrollo narrativo al uso. Esto no supone ningún problema para que el reparto se muestre con desparpajo y mantenga el ritmo de la función.
Si algo ha caracterizado a Yllana desde sus inicios es su arrojo e impudicia para tratar cualquier tema, por tabú que sea, sin tapujos y a través del humor. En este caso, la mala leche persiste pero sí que es verdad que queda algo más diluida en favor de la broma y los requerimientos de la puesta en escena. Un humor que en combinación con este argumento es menos negro o, por lo menos, no tan revulsivo de los temas tratados. En cambio, sí que se mantiene la habilidad para la distensión, la interacción con el público y el trabajo con y de los intérpretes, que exige una rápida capacidad de adaptación al cambio de registro y personaje, una vis cómica imperturbable y una preparación física a prueba de bombas.
En cuanto al formato, el juego entre el lenguaje cinematográfico y el teatral se establece desde un primer momento. La escenografía de Carlos Brayda se alía con el diseño audiovisual de Javier de Prado y la iluminación de Juanjo Llorens para naturalizar esa constante ruptura de la cuarta pared y espectacularizar el conjunto al mismo tiempo que se mantiene un espacio lo más disponible posible para el movimiento escénico de los intérpretes. La música original de Marc Álvarez nos acerca al contexto original que todos conocemos y favorece el ritmo de la función.
Hay un buen trabajo de caracterización y figuración de Gabriela Salaverri, algo que contrasta con la aproximación contemporánea. Ya en el terreno de la interpretación, Richard Collins-Moore vuelve a mostrarse con la comicidad que le caracteriza. Agustín Jiménez y Fael García son los que acercan más su trabajo al humor salvaje que esperamos encontrar cuando nos acercamos a la propuesta. Víctor Massán se mueve con desparpajo en el registro cómico y destaca en el trabajo físico. Nos reencontramos con una Maria Lanau en plena forma y nos sorprende la capacidad dinamizadora de Elena Lombau y su habilidad para transmutarse de un personaje a otro y arrastrar al público con ella.
Finalmente, Ben-Hur se convierte en un péplum «made in» Yllana. Nos quedamos con algunos sketches y, especialmente, con el último tramo. También con la entrega y el resultado del trabajo de los intérpretes y su adecuación a las normas de la casa. Una propuesta entretenida y que probablemente entronque antes con los seguidores de la compañía que con los aficionados al género (cinematográfico) y que descolocará a más de uno que busque una narración excesivamente fiel o colindante al género que da nombre y título al protagonista de la función.
Crítica realizada por Fernando Solla