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10.03.2019 Críticas  
Hipnótica, explosiva (e histérica) coreografía sobre lo efímero

El Mercat de les Flors ofrece uno de los platos fuertes de la temporada con la programación de 10.000 gestos. Era importante que la presencia de este creador no se limitara a una única muestra ni espacio de exhibición y el recorrido de La Constel·lació Boris Charmatz continúa tras el impacto de Flip Book (en la casa) y de 20 ballarins pel segle XX (en el MACBA).

No podía haber mejor cierre que este espectáculo. Una verdadera escenificación de la histeria. Más de veinte bailarines que nunca repetirán un movimiento. Y de ahí hasta diez mil. Sin simetrías. Como en la vida, se intentará huir del cualquier adocenamiento que limite o convierta en rutina el trabajo corporal de cualquier bailarín. Nunca se buscará que un movimiento sea completado por un cuerpo ajeno sino que todos y cada uno mostrarán los suyos de un modo fugaz y único. Un caos en constante cambio de lugar y posición de los cuerpos en el espacio (no solo el escénico). Un nerviosismo coreográfico en mudanza permanente y que bien podría plasmar las alteraciones psíquicas y emocionales, aquí acompañadas de parálisis y convulsiones. Un conjunto de individualidades que no se puede entender sin la idea original y que sin embargo configura un apasionante (y poético) catálogo que lo acerca a la (anti)pieza de museo.

Hay una presencia vocal muy importante en esta pieza y, visto el resultado, se debe destacar el trabajo de Dalila Khatir como entrenadora de la disciplina, así como la asimilación y naturalización que todos los bailarines realizan de la misma junto a la coreografía. Trabajo vocal en el que también tendrán cabida versos, frases o sentencias de ideas o canciones que abarcan un amplio abanico de referentes, desde lo religioso a lo más pop. Djino Alolo Sabin, Salka Ardal Rosengren, Or Avishay, Régis Badel, Jessica Batut, Nadia Beugré, Alina Bilokon, Nuno Bizarro, Matthieu Burner, Dimitri Chamblas, Olga Dukhovnaya, Sidonie Duret, Bryana Fritz, Alexis Hedouin, Kerem Gelebek, Rémy Héritier, Samuel Lefeuvre, Johanna-Elisa Lemke, Maud Le Pladec, Mani Mungai, Noé Pellencin, Solène Wachter y Frank Willens. Si bien es cierto que la idea de Charmatz es el pilar (des)estructural de la propuesta, la pieza no existiría sin la aportación de cada uno de los intérpretes.

Gestos asimétricos y exaltados provocados o acompañados por el Requiem de Mozart y que todos acometen y originan contagiándonos de una intensa excitación. Movimientos que no son sino la prolongación de una reacción ante la inmovilidad. Ramificaciones del llanto o los gritos que se convierten también en un implacable revulsivo contra la actitud acomodaticia del espectador. La butaca no será más un refugio de nuestra pasividad contemplativa. Esta toma y conquista del espacio físico y la interacción con la platea se convierte en un hermoso, potente y figurativo alegato que resume a la perfección la visión del creador sobre el arte, función, necesidad y lugar que ocupa la danza. Fronteras que tampoco existen entre artista y consumidor-espectador. O por lo menos, no como las hemos entendido tradicionalmente.

10.000 gestos supone un reto en cuanto a que la experiencia nunca será igual en función del lugar o cuerpo que se convierta en objeto de nuestra mirada. Nuestro desplazamiento o trayectoria visual se convierte en canal comunicativo. Más que nunca. A pesar de esto, Charmatz sabe cómo introducir su planteamiento y dosificar la presencia del número de bailarines en cada momento (escénico e intrínseco). El vestuario de Jean-Paul Lespagnard identifica de algún modo a cada cuerpo, sumiendo algunos prácticamente en la desnudez y con piezas más expresivas para otros. El trabajo en el sonido de Olivier Renouf es excelente, ya que juega muy bien con los planos protagónicos de la música y la combina con los sonidos grabados por Mathieu Morel. Insinuaciones y percepciones que, de repente, copan el protagonismo, siempre en concordancia con tan particular coreografía. Esto también sucede con el magnífico juego lumínico de Yves Godin, que persiste y refuerza esta ruptura del espacio tradicional propiciada por el movimiento. Juntos consiguen que el debate sobre lo efímero sea productivo tanto a nivel estético como ideológico y elevan el espectáculo a la categoría de excepcional.

Finalmente, la visita de Boris Charmatz hermana al Mercat de les Flors no solo con otros centros de creación y exhibición capitales como la Volksbühne Berlin, el Théâtre national de la Danse (Paris), el Sadler’s Wells London o el Taipei Performing Arts Center, sino que acerca nuestra imagen de «casa» a la visión del programa Musée de la dance, con el que Charmatz ha transformado el Centre chorégraphique national de Rennes et de Bretagne. Por su visión y su capacidad para expandir la danza fuera de cualquier limitación fronteriza entre movimiento y quietud y por su desbordamiento y utilización del espacio, el creador se convierte en un imprescindible para entender el aquí y ahora de la disciplina que defiende. La danza será contemporánea o no será.

Crítica realizada por Fernando Solla

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