Hasta el 31 de marzo el Teatro Valle-Inclán– CDN – acoge El jardín de los cerezos: una nueva interpretación del clásico de Chéjov, que mantiene todo lo descarnado y asfixiante del libreto del autor ruso a la vez que lo reinventa bajo una puesta en escena vibrante y satírica.
La versión y dirección de Ernesto Caballero es valiente, cuidada al detalle y provocadora. La Rusia prerevolucionaria de finales del siglo XIX, el contexto temporal del libreto original, se traslada a un segundo plano para dejar paso a un espacio escénico en el que tienen cabida los teléfonos móviles, la vestimenta actual y la música contemporánea. El resultado final aúna toda la reflexión chejoviana relacionada con el paso del tiempo y el abandono de los roles del pasado, así como las miserias de unos personajes que retratan la vida y simbolizan la decadencia humana. A su vez, El jardín… a los ojos de Caballero vira de género hacia la comedia agria, alejada del canon con el que se relaciona tradicionalmente a la obra. Dicha peculiar comedia, si se puede llamar así, además se sirve de clichés actuales y subraya la atemporalidad de lo analizado por Chéjov.
Sin duda el trabajo en escena aprovecha a favor su tono de juego chocante, también trágico y empático, hablando a través de un compensado elenco de trece actores: Chema Adeva, Nelson Dante, Paco Déniz, Isabel Dimas, Karina Garantivá, Miranda Gas, Carmen Gutiérrez, Carmen Machi, Isabel Madolell, Fer Muratori, Tamar Novas, Didier Otaola y Secun de la Rosa. Todos ellos se mueven entre la naturalidad y la despreocupación, como si no pesara desgranar un texto duro cargado de dificultades al que se añade una escenografía e iluminación en la línea de ahondar en lo metafórico y lo plástico.
Unas cinco filas del Teatro Valle-Inclán han tenido que desaparecer para agrandar el escenario. No podía ser de otra manera para abarcar un montaje que siendo grande no resulta ostentoso y que, siendo simbólico, tiende a aprovechar la cuarta pared para personificar ese figurado jardín de cerezos en el público de la platea (con toda la carga simbólica añadida que esto supone). Argumentalmente la historia es conocida: una familia de la aristocracia rusa regresa a su enorme hacienda, de la que se fueron tras la muerte trágica de uno de los hijos de la matriarca. Ahogados por las deudas, pero con una venda en los ojos que les separa de la realidad abrazándoles al pasado, la familia espera el momento en que la propiedad sea vendida o no en subasta. De un empujón todos serán arrojados a mirar a un futuro que llega acompañado de un orden social distinto al que están acostumbrados.
Carmen Machi y Secun de la Rosa coronan un reparto coral en el que cada actor es la pieza más de un engranaje que sorprende dándole otra vuelta de tuerca a una obra tradicional de repertorio. Habrá, seguro, detractores de esta forma de actualizar los clásicos de la que Caballero hace gala. Para otros, sin embargo, resultará una interesante manera de reflexionar sobre textos densos que de esta manera no se anquilosarán en lenguajes ya más que explorados.
Crítica realizada por Raquel Loredo