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08.03.2019 Críticas  
Particular dramatización de la crisis capitalista

La Vilella Teatre nos ofrece la oportunidad de retornar a Falk Richter, un autor que no solemos encontrar a menudo en nuestra parrilla escénica. Set segons – In God We Trust llega en un momento en el que la política (nacional e internacional) y el cuestionamiento sobre la responsabilidad individual plantea un debate cercano y reconocible.

La principal peculiaridad del texto de Richter sería esa suerte de juego ingenioso que establece con los múltiples significados de palabras muy concretas. Un detalle que la dirección de Rubén Romero no ha pasado por alto y que ha sabido transmitir al trabajo con los intérpretes. Esto identifica una característica que al principio puede demandar cierta confianza del espectador pero que también nos sumerge en un universo no por particular menos practicable. En la puesta en escena que nos ocupa se respira un mezcla muy equilibrada entre lo político, lo personal y la pantomima, algo que pone en tela de juicio la forma en que vive la familia media estadounidense actual.

Un escarnio que no esconde un pesimismo que invita a la reflexión y que condena el estado (del malestar) de la democracia y que nos sitúa junto a los protagonistas en un limbo del que es imposible salir y que no es otro que nuestra relación con las crisis económicas actuales. ¿En qué momento tiene lugar y cabida el individuo frente a todo esto? El autor desarrolla su punto de vista de un modo tajante e irónico, incluso subestimando o anulando la capacidad de cambio de los protagonistas. Un impacto y una explosión. Un choque y un accidente. Un registro de los últimos siete segundos de vida de un piloto cuyo disparo proyecta un misil que lo arrasa y destruye todo a su paso. La guerra convertida en un reality.

Si el capitalismo está en crisis, también lo están las relaciones con y entre las personas, sumidas en la inmovilidad de un estilo de vida que confunden con la libertad. Asesinos que enaltecemos a la categoría de héroes nacionales. No se podía esperar una puesta en escena convencional para un texto como este. La escenografía e iluminación de Josep Pijuan juegan muy bien con los distintos materiales y texturas y nos sitúan circundando un espacio escénico que tanto podría ser un desierto como un terreno colindante a cualquier población de carretera como algún lugar a medio camino de la estratosfera.

La combinación de los mínimos elementos y la utilización que los intérpretes hacen de los mismos, así como la pantalla-pancarta publicitaria donde se proyecta el trabajo audiovisual de Romero y Markel Cormenzana nos sitúa en un estado en el que, de repente, nos encontraremos embelesados contemplando las imágenes y entraremos en contradicción con nosotros mismos ya que nos daremos cuenta de que también somos víctimas de ese adocenamiento mediático en el que viven sumidos los personajes retratados.

Hablábamos de inmovilidad y, sin embargo, los intérpretes consiguen captar y despertar nuestra atención gracias a un trabajo físico muy destacable y dinámico. Esta cualidad no resta ni un átomo de su capacidad expresiva, ya que son capaces de lanzar las frases que pronuncian (en ocasionas formadas por una sola palabra) a escasos centímetros del rostro de los espectadores, sin intimidar gratuitamente y transmitiendo todo su significado. Este también se logra con respecto al lenguaje interno de la pieza, consiguiendo aportar significado. Repetición a repetición. La compenetración entre Karin Barbeta, Raquel Mora, Gerard Bosch y Juan Pablo Mazorra es excelente y que entre ellos defiendan el texto en varios idiomas (catalán, castellano e inglés) no hace sino multimensionar el mensaje intrínseco de la pieza.

De Mazorra (sustituido en las últimas funciones por Roger Bosch) todavía recordamos Migrante. Allí nos sorprendió con su capacidad para saltar y volver de un personaje a otro sin transiciones aparentes. Cambios imperceptibles que aquí también asumen Barbeta, Mora y Bosch en un ejercicio de creación conjunta muy bien hilvanado. Cada palabra llegará como un dardo y con su movimiento se convierten en estandartes de la voluntad de Richter de analizar no solo la situación política sino el estado psíquico y físico del individuo occidental. Junto a ellos captamos el efecto que la ideología del crecimiento y la eficiencia genera en el individuo. Por lo tanto, misión más que cumplida.

Finalmente, celebramos el retorno del autor a nuestra cartelera, así como la capacidad de todos los implicados para sumergirse en este universo y compartir con nosotros el reflejo de la discontinuidad y fragmentación de las experiencias sociales de los seres humanos a través del código ético y formal de una dramaturgia a la que hacen justicia en todo momento.

Crítica realizada por Fernando Solla

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