Jordi Casanovas ha escrito un texto sobrecogedor, un thriller psicológico que agita interiormente de principio a fin. La Villarroel lo produce, Pere Riera lo dirige y Pablo Derqui y Laia Marull lo interpretan. Esto es suficiente para comprender que La dansa de la venjança va a ser un éxito en la programación teatral de Barcelona de esta temporada.
Con los fundamentos anclados en la base de la sociedad, la familia, y todo lo que la rodea, Casanovas nos permite estar en un lugar en el que la mayoría (afortunadamente) no solemos y nos hace presenciar la transformación (el cómo y el por qué) y final demolición del proyecto en común que otrora un feliz matrimonio formara en base a su amor.
Roger y Clàudia acaban de separarse y ella se acaba de mudar a otro piso. Ella está recogiendo las últimas cosas que tiene que llevarse (sus cuadros, los que pintaba como terapia) y es ahí donde detona la bomba que acabará en explosión y destrucción de su aparente cordial ‘fin de relación’. Casanovas nos presenta una danza de venganza sobre un campo de batalla en el que dos guerreros quieren a toda costa ganar. Y para ello utilizan reproches, amenazas y violencia y como arma, al más inocente del lugar: a su propio hijo.
Además de una dramaturgia perfectamente tejida, está la excelente labor de dirección de Pere Riera y los exhaustivos trabajos de interpretación de Derqui y Marull. El cuarteto consigue con todos sus esfuerzos un excelente resultado. La orquestación de Riera para que los actores se contengan siempre el punto justo hasta que acaben explotando es magnífica. Las sonrisas nerviosas de los actores están milimétricamente calculadas para llevar al espectador a confusión, hacia una calma que no es real. Y cuando estalla el artefacto del odio los gestos, las miradas, nos introducen como observadores en ese mundo de horror en el que los protagonistas han decidido entrar.
Derqui y Marull fabrican de forma impecable un Roger y una Clàudia muy teatrales pero muy creíbles. La Marull ya se llevó en su momento un Goya por interpretar a una mujer maltratada en Te doy mis ojos, pero aquí su personaje da una vuelta de tuerca entrando en un juego diferente, donde hay una parte de mezquindad. Derqui es, sencillamente expresado, una bestia en el escenario. Crecido desde el principio por su papel, lo vemos cambiar de registro en varias ocasiones y sus maquinaciones y sus sufrimientos se viven casi en primera persona. Sus transformaciones sobre el escenario son intachables y todos los matices de su personaje se disfrutan uno a uno. Sus expresiones faciales lo dicen todo, pero su dialéctica, así como la de la Marull, que se turnan para expresarse en forma de monólogo en varias ocasiones, son el plato fuerte; ráfagas de balas orales disparadas con precisión y untadas de veneno para que la muerte final de la relación sea lenta y dolorosa.
Muy acertada también es la escenografía que ha trabajado Sebastià Brosa (en realidad, siempre acierta) donde cuelgan ramas secas del techo y con un suelo lleno de hojas y agua, quizá para representar el invierno de esta relación ya marchita. También son muy apropiados la iluminación que se mueve siempre en cálidos pero de diferente intensidad (a cargo de Sylvia Kuchinow) y el espacio sonoro de Jordi Bonet, muy sencillo pero muy efectivo para añadir carga emocional en sus debidos tiempos.
La dansa de la venjança es un texto que estremece al espectador y lo inquieta aún después de haber abandonado el teatro. Te lleva por un recorrido desconocido en el que se intuye el destino. Y, aún y así, consigue mantener el factor sorpresa y la agitación hasta el mismo final. Reflexiona sobre el hecho de con muy poco se puede llegar a ese mismo baile que mantienen Roger y Clàudia, a esa ‘violencia destilada’ que lo llama ella. Y que la falta de comunicación, la falta de empatía y el permitir que se desarrollen sin control alguno según que cualidades de nuestra personalidad es desastroso para las personas, en especial las que comparten algo tan esencial como es una familia. Enhorabuena a todo el equipo artístico y técnico por este enorme y fantástico trabajo y a La Villarroel por haber sabido elegir tan bien.
Crítica realizada por Diana Limones