Nuevamente José Luis Collado y Gerardo Vera repiten enfrentándose a una adaptación de Dostoievski para las tablas del CDN. Tras Los hermanos Karamázov ahora es el turno de El idiota, una reflexión sobre la sociedad rusa del XIX que se convierte en universal espejo de la condición humana vista desde el prisma del existencialismo.
El príncipe Myshkin (Fernando Gil) es El idiota, el último heredero de una familia noble que ha acabado en la ruina. Tras años enfermo y fuera de su hogar siendo tratado de sus ataques epilépticos – ataques que también padecía el propio Dostoievski – el príncipe regresa a Rusia para verse rodeado de personajes que pretenden aprovecharse de él. Y aunque Myshkin parece deleitarse ante sus humillaciones, a la vez se muestra soberbio, pero también mucho más puro, confiado y de buen corazón que aquellos que pretenden manejarlo a su antojo. El amor y la falta de dobleces e intenciones ocultas llevan al idiota a la sublimación del arquetipo de una rectitud moral bañada de franqueza y falta de prejuicios.
El clásico literario de Dostoievski trasladado al lenguaje escénico rezuma esa lucha entre el bien y el mal, tan característica en el autor ruso, y trae al primer plano a Nastasia (Marta Poveda) de una forma que pone el foco reflexivo sobre la misoginia arrojada contra el personaje, reflejo de la época en que se escribió el texto original. El montaje coreografía la ironía del autor en forma de escenas en las que el protagonista se deja llevar por los acontecimientos mientras se entrevé una crítica constante a las maldades de la sociedad y del hombre en general que vive en ella.
Con una puesta en escena que se viste de humo, tonos rojizos y apoyo audiovisual – con imágenes de los actores que parecen avejentarse convirtiéndose en pinturas que llenan sus rostros de surcos y recovecos, al igual que las almas de sus oscuros personajes – El idiota dirigida por Vera va navegando por actitudes perversas hasta acercarse a la tragedia. Interesante, a nivel plástico, resulta el contraste que la iluminación y la escenografía ofrecen en momentos puntuales, sobre todo hacia el final, cuando colocan a los actores a contraluz ante una batería de focos. La imagen subraya la épica del momento pero también la universalidad de los temas tratados y, a la vez, actualiza la visión sobre lo llevado a la escena. Destaca el trabajo de Yolanda Ulloa (en el papel de la Generala) en este reto de gran complejidad que es la versión de Collado dirigida por Vera. El idiota consigue captar la atención de una platea que vuelve a acercarse al autor ruso, esta vez desde la vía teatral.
Crítica realizada por Raquel Loredo