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27.02.2019 Críticas  
¿No me arrepiento de nada?

José K, torturado lleva al madrileño Teatro de La Abadía las palabras de un ficticio terrorista, confinado en una celda, que reflexionan sobre ética ciudadana y doble moral. Angustia y aberraciones narradas se mezclan en una construcción que huye de la condescendencia confrontando individuo y sociedad.

Una gran urna transparente sirve de celda a José K. Desnudo y apaleado José habla consigo mismo desde el interior de ese angosto espacio de condenación muda. Y su discurso es la autoafirmación de un hombre que intenta recordarse a sí mismo por qué terminó siendo terrorista. Es un monólogo a modo de mitin político, pero también un acto desesperado de confesión, de desahogo, de vaciado interno. Acto que es capaz de generar la reflexión en un público que es golpeado por cada dura palabra del discurso del actor Iván Hermes, que empieza y termina con el mismo mantra: soy José K, no me arrepiento de nada.

En un país indeterminado, el personaje – el perseguido José K – ha puesto una última bomba como colofón a una larga carrera criminal por la que la Policía lo buscaba desde hace tiempo. Ahora que por fin le ha detenido, sin comunicarlo a la opinión pública, esta ha terminado torturándole de mil formas viles para hacerle confesar antes de que el artefacto, aún no estallado, produzca una masacre. Esta es la excusa argumental, el sustrato es mucho más profundo, enorme, laberíntico y denso. En escena tan solo la urna con Hermes de espaldas sentado en su interior. Sobre él una enorme pantalla superior permite ver su cara en primerísimo primer plano. Las imágenes proyectadas son recogidas en directo por una pequeña cámara situada dentro de ese espacio acristalado, que parece iluminado solo desde el interior. El actor habla directamente a cámara, alega, diserta sobre naturaleza humana, tortura, terror, muerte, entra en contradicciones, bucea en la espiral de sus enmarañados pensamientos… y construye su propio juicio que ya sabe cómo va a terminar.

La valiente y sencilla – que no simple – puesta en escena fusiona fondo y forma del discurso, hace convivir el primer plano con el plano general y mantiene al espectador asfixiado ante una voz que quiere ser fuerte pero suena atrapada y destruida, tal y como se encuentra su dueño. Igualmente, tal y como la platea se siente ante ese despliegue incómodo e íntimo que es el texto de Javier Ortiz y que va mucho más allá del ensayo sobre hasta donde somos capaces de justificar la tortura. La carrera de fondo consiste en conducir al dilema personal a cada oyente, zarandear sus esquemas, la comodidad de su refugio de falsa seguridad. El del periodista Javier Ortiz es un texto que se expande como un veneno secuestrando paulatinamente la atención del que lo escucha: ese que intenta explicar mentalmente la situación del reo pero, a la vez que condenándole, se ve sintiéndose identificado con él por su condición humana. Y es que José K, torturado hace convivir en el espectador dos sentimientos: por un lado el ansia por salir del habitáculo en el que él mismo también parece atrapado y, por otro, la hiel de enfrentarse a una visceralidad instintiva que pide justicia teñida de violencia sangrienta. Hay tantas maneras de sentirse ante el texto de Ortiz, coherentemente puesto en escena bajo dirección de Carles Alfaro, como personas lo escuchen. Esa guerra es intransferible y personal. Lo que es común es el impacto que genera y que se traduce en un silencio respetuoso de toma de aire y de asimilación tras el oscuro final. Después de esto llega el aplauso, que en este caso suena a reconocimiento mezclado con shock.

José K, torturado es un desafío actoral enorme, una exhibición de generosidad y músculo interpretativo de Iván Hermes en el que se puede percibir cómo la experiencia, seguramente, ha calado en lo personal al actor. Ya de inicio el trabajo realizado es arrollador pero nada hace presagiar hasta dónde puede llevar Hermes al personaje, alejándolo de la cuerda floja del histrionismo o el tono monocorde inicial, hasta dibujar esa credibilidad que hace que el actor desaparezca. José K, torturado es un momento para pararse y pensar. Ejercicio doloroso y necesario que a veces puede producir vértigo.

Crítica realizada por Raquel Loredo

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