La Sala Beckett ha incluido dentro del ciclo Res no és mentida la última y reaccionaria propuesta de Bàrbara Mestanza. Pocahontas o la verdadera historia de una traviesa supone una apasionante posibilidad de zambullirnos en un universo coceptual y expresivo que sanea y a la vez detona nuestro actual panorama escénico de un modo tan poético como rotundo e incendiario.
Este trabajo llega en un momento en el que todavía estamos procesando el impacto emocional provocado por La mujer más fea del mundo. Como entonces, hay una voluntad rupturista y al mismo tiempo de acompañamiento por este universo interior y angustioso que busca respuestas a un malestar adquirido e inculcado desde nuestro nacimiento. Un posicionamiento vehemente y que provoca un cambio importante y totalmente revulsivo. La historia de una colonización. De una tierra y del cuerpo de una mujer. De un alma. ¿Qué más da el nombre? ¿Qué hay en un nombre? Una guerra. También interior y generada por la manera de explicar los cuentos en forma de monodosis. Esa que inculca, tolera y perpetúa el poder dominante a través de unos referentes podridos, falsos, manipulados y colocados peligrosamente a modo de espejo.
La creación, dirección e interpretación de Mestanza es tan brutal y desgarradora como certera. Grandiosa. El trabajo corporal de Carla Tovias es cómplice de excepción. El espectador se siente privilegiado y totalmente persuadido en todo momento. Por el qué, el cómo y el PORQUÉ. Texto, voz, elocución, ejecución, movimiento escénico… Todo unido en un estilo interpretativo que merece ser disfrutado y descubierto en primera persona. Un compromiso tan profundo e impenitente (por supuesto impertinente y provocador) como lo es la inquietud que lo mueve. Oro puro que no se consume ni se conquista si no es mediante la empatía más espontánea.
Hay en esta obra un trabajo de creación colectiva muy importante. Una adecuación interna para crear un lenguaje dramático propio y que consigue arrastrarnos y sumergirnos en la propuesta. De este modo, la escenografía de Judit Colomer se hermana con la iluminación y la excepcional dirección técnica de Rubén Homar. Juntos consiguen crear el mejor espacio posible para lo que se quiere explicar y convierten en algo tangible la gran carga simbólica de la pieza. Un espacio escénico cubierto por páginas de esos cuentos perversos que han condicionado nuestro marco de actuación e interpretación emocional y racional. Cuentos muy bien explicados y que provocan o disculpan todo tipo de guerras, también las internas. En definitiva, nuestra pestilente visión del mundo. Dibujos, imágenes, documentos, proyecciones, objetos. Incluso una bandera (estadounidense, por supuesto) y un ataúd. Tierra.
Luz escénica y luz de sala (qué gran giro el del último tramo). Porque la artífice de esta pieza es inteligente y no busca sentar cátedra porque sí. Hay una motivación que nace de ese dolor y que se convierte en la principal reivindicación. Y es, precisamente la necesidad de mostrarse. Quizá a través de la historia de otra que no existió tal y como la concebimos. Quizá nosotros tampoco coexistamos con nuestra manera de mostrarnos al mundo. Pero la expiación y la posibilidad real de alcanzar la catarsis a través, una vez más, de esta arrolladora interpretación supone una unión del arte dramático con la psicología y la neurología que ni el mejor fármaco o antidepresivo.
Finalmente, es difícil encontrar una entrega interpretativa y creativa semejante en la escena contemporánea. El daño ya está hecho. El creador de Mickey Mouse se encargó de ello. Y sin embargo, la persistencia de Mestanza consigue regalarnos un minuto (véase la duración de la función y el poso que permanece y permanece y todavía permanece y permanecerá tras la asistencia) de liberación. Para mostrarnos y reconocernos como realmente somos en esencia (quizá a partir de ahora también en presencia). Y, por si esto fuera poco, un nuevo punto de encuentro. El que nos permite entender y celebrar que, de la mano de esta artista, no hace falta ser capaz de convertirlo todo en palabras para demostrar que los sentimientos puros existen y que la fragilidad es válida. Y que mostrarla puede ser la mejor herramienta de defensa.
El mundo interior es admisible, factible, viable y, sobretodo, permisible y oportuno. Cerciorar este punto no solo es un regalo sino un ejercicio altruista y auxiliador. Y si hace falta que nos metamos dentro del ataúd, pues lo hacemos. Tras Pocahontas o la verdadera historia de una traviesa a ver quién es la guapa (y aquí nos incluyo a todas) que ve una de WD y no se siente insultada. Bárbara Mestanza, ¡GRACIAS! Y, ahora sí. ¡Jódete Walt Disney!
Crítica realizada por Fernando Solla