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14.02.2019 Críticas  
¿La vida prometida?

El Teatre Akadèmia devuelve a Eugène Ionesco a nuestra cartelera con el estreno de Deliri a dos. Una pieza insólita dentro de una obra no menos particular que aquí dirige con especial delicadeza Montse Bonet. Dos intérpretes muy acertados y una propuesta no por breve menos importante esperan a ser descubiertos.

Nos encontramos en un espacio que le sienta muy bien al autor. Tras Les cadires, ahora le llega el turno a esta pieza escrita en 1962 y que transmite una angustiosa necesidad de encerrarse y guarecerse del mundo exterior y, al mismo tiempo, nos presenta a dos protagonistas cuyo instinto de supervivencia permanecerá impertérrito. La traducción de Lluís Hansen y Bonet es estrictamente fiel al texto original a la vez que sirve a su extraña búsqueda de significado a través de la poética imaginaria y la pesadilla oculta tras la imaginación. Una muy buena rendición tanto hacia el original como hacia la lengua en la que se representa.

Sin querer desvelar detalles innecesarios, podemos decir que la pieza está protagonizada por dos personajes. Ella y Él. Una ¿pareja? infeliz que vive en medio de una zona de guerra permanente entre dos bandos opuestos. Dos batallas. Una que se supone horrible y que causa estragos en el exterior y otra que se lleva a cabo dentro del hogar. Del mismo modo que no pueden abandonar el habitáculo persisten atrapados dentro de su propia historia de amor, que se desvanece. Lo que fue, lo que no, lo que ya no será, las diferencias o similitudes entre tortugas y caracoles…

El trabajo conjunto de directora e intérpretes consigue convertir la guerra exterior (y sus varias etapas) en una dolorosa alegoría del fracaso del amor. Tanto Òscar Intente como Montse Puga nos muestran el conflicto, la victoria, liberación y locura mientras sus personajes se pierden en sus propias palabras y se recluyen y encierran en su miserable mundo interior y compartido. Un trabajo en el que es tan importante el desempeño individual como la escucha (también física) del otro en todo momento. La complicidad entre ambos es más que evidente y de esto se engrandece el resultado final. Juntos consiguen crear unos códigos propios que sus propios personajes han inventado y establecido y que nos ayudan a imaginar la idea de su particular convivencia. El viaje conjunto que consiste en perderse y escrutar la mirada de él al ritmo de la cadencia de la voz de ella es muy gratificante. Su movimiento escénico y el trabajo corporal resultan igualmente destacable.

Esto no podría suceder sin el espacio escénico de Bibiana Puigdefàbregas, la iluminación de Manel Melguizo y el excelente espacio sonoro de Enric Espinet. La primera consigue crear de un modo minimalista, pero que incluye todo lujo de detalles, el interior mientras que el último construye la aplastante y ensordecedora amenaza exterior de un modo que siempre va más allá del golpe de efecto y aporta algo relevante para el desarrollo narrativo de la pieza y, por supuesto, de los protagonistas. El segundo sería el punto de encuentro y conexión entre ambos mundos y disciplinas. Las características de la sala se vuelven a utilizar de un modo protagónico e inclusivo. Entre todos nos mantendrán en la misma incertidumbre y zozobra que viven los protagonistas.

Finalmente, este montaje de Deliri a dos convoca tanto a los que disfrutamos con el universo de Ionesco y del teatro del absurdo en general como a los menos proclives. Sin renunciar a evidenciar la carga poética e imaginario del autor nunca nada se muestra demasiado exacerbado. La búsqueda o no de significado o propósito siempre nos mantiene atentos. Un discurso todo lo irracional e ilógico que se quiera y que ambos intérpretes defienden manteniendo en todo momento la comunicación entre autor, texto y público.

Crítica realizada por Fernando Solla

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