En 1924, bajo el régimen del General Primo de Rivera, el filósofo y escritor Miguel de Unamuno es enviado a Fuerteventura como medida disuasoria y disciplinaria. Irma Correa ha imaginado, a partir de esos hechos, una bella historia sobre la estancia del escritor en la isla. El Gala Hispanic Theatre en Washington tiene el honor de ver sobre sus tablas esa tierna historia.
Se presenta Don Miguel de Unamuno ante una escenografía que huele a arena, desnuda, orgánica, sin ornamentos. Solo la madera pura, que recrea la estancia de Unamuno en ese hotel de la isla de Fuerteventura. Don Miguel se halla ahí a la fuerza, en una especie de exilio forzado por el régimen de la época. Don Miguel ha disfrutado de la isla, de sus playas, de su queso y de tomar el sol desnudo en la azotea del hotel, pero eso se acaba cuando cinco guardias civiles montan guardia en su habitación y le impiden disfrutar de los placeres de la isla. Solo la compañía de un joven que le atiende la habitación a diario le permitirá a Don Miguel salir de la rutina del encierro forzado. Entre ellos se forjará una amistad en la que filosofaran sobre la existencia de Dios, sobre la libertad y sobre la vida, sobre estar consciente de lo que significa estar vivo.
El joven no es ni mucho menos un letrado, más bien lo contrario. Pero desprende tal frescura y ganas de vivir que Unamuno disfrutará debatiendo con él y descubriendo sus anhelos, que no son otros que embarcarse en un ballenero y cazar a Moby Dick. En el tierno cuento que se nos cuenta aparecerá también un Guardia Civil con un papel que desencadenará el desenlace y Delfina, una tenaz admiradora de Unamuno que tras más de veinte años de correspondencia cruzada por fin conocerá cara a cara a su admirado escritor.
El viejo, el joven y el mar es un texto que rezuma ternura y admiración por Unamuno. No es un texto de compleja filosofía, es un texto sobre la vida, la amistad y sobre lo que esperamos de la existencia. Dirigido por la certera mano de José Luis Arellano el texto consigue momentos de belleza pictórica. Mucho tiene que ver en ello la excelente y nada primitiva escenografía y vestuario de Silvia de Marta y la iluminación de Jesús Díaz. (Hay momentos que son verdaderos cuadros de Hopper), la música de Iñaki Salvador ayuda a que el momento sea perfecto.
Y luego tenemos un elenco que brilla. El actor argentino Horacio Peña que está inconmensurable y que compone un Unamuno deslenguado, rápido en la respuesta, agudo y certero, con un tino envidiable para la comedia. Por favor que alguien le de un papel en un teatro español cuanto antes. Víctor de la Fuente (si ese mismo que ya les he contado muchas veces que no le pierdan la pista) aquí es el joven lleno de ilusiones, con deseos llenos de pureza y con un arco interpretativo que va de la inocencia a darse de bruces con la cruda realidad. Luz Nicolás hace dos apariciones breves pero intensas, de las que se quedan flotando en el ambiente. Delbis Cardona encarna con dureza lo más temido de la censura y la irracional disciplina.
El viejo, el joven y el mar se disfruta como un cuento, como una tierna historia entre una de las mentes brillantes de nuestro país y la inocencia de un joven que no ha salido nunca de Fuerteventura. Ese choque permite conversaciones y reflexiones de gran belleza. El argumento sobre lo que significa ser libre, sobre el ilimitado poder de la escritura, sobre la memoria, sobre la lealtad. Hay frases y momentos que pellizcan el corazón. Una obra que deja un tierno sabor agridulce, que emociona y que se disfruta de principio a fin. Una pena que solo se pueda disfrutar de momento en Washington, ojalá llegue a Madrid, el texto y el montaje merecen que el público patrio lo vea.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau