El Gran Teatre del Liceu demuestra compromiso con el género operístico con el estreno mundial de L’enigma di Lea. Partitura de Benet Casablancas, texto de Rafael Argullol y gran puesta en escena con base experimental para explorar la búsqueda de la belleza como ideal absoluto. Allison Cook, José Antonio López y Xavier Sabata lideran un potente reparto.
La primera composición operística de Casablancas se salda con un éxito considerable y se adecúa a lo que quiere plasmar el texto de Argullol. Inspirado por el simbolismo romántico europeo, el libreto no explica una historia al uso. No podemos decir que haya una acción lineal ni que el peso o desarrollo narrativo busque una introducción, nudo y desenlace. Nos movemos entre una época mítica y la actual. Tres actos representados sin pausas que nos muestran cómo la mujer ha sido creada a partir de la proyección de las necesidades y deseos del hombre. Conocemos a Lea tras ser sometida a una violación divina, lo que la provee de una temible visión de la inmortalidad y convierte en portadora de su terrible secreto. A partir de ahí, deambulará por el mundo como una víctima injuriada y calumniada. Sacerdotes vigilantes, Damas de la frontera, guardianes, internos, celadores, psicólogos… Y de repente aparece el sonámbulo Ram, caminante sin descanso que ignora si vive dormido o despierto tras bañarse con la Muerte en un río. Lea llegará al manicomio que dirige el Dr. Schicksal, antiguo amo de un circo y ahora responsable de la institución mental donde se encuentran. Guiñol, magia, prodigio. Renuncias, intercambio…
Casablancas capta la musicalidad de las palabras (italiano para los solistas y catalán para el coro) pero sobretodo de las ideas y de la carga filosófica. Motivos musicales a modo de mantra, flauta inicial como símbolo de pureza, estallido orquestal para mostrar los choques traumáticos de la protagonista e intervalos recurrentes en la partitura para los distintos personajes, así como motivos propios para aquellos que tengan más relevancia. Arias y ariettas e instrumentos que persisten en transmitir la fragilidad del personaje titular y la nobleza de Ram. Harmonías que se combinan y complementan entre la mezzosoprano y el barítono. Para el contratenor se llega a lo grotesco y paródico, incluso al recitativo. Scherzos y adagios, duetos de amor, himnos y grandes momentos para el coro. Para terminar, un gran pasaje orquestal entre íntimo y dramático. Una meticulosidad perfectamente entendida por la dirección musical de Josep Pons, que realiza un trabajo minucioso y deudor de la pieza que se trae entre manos, así la orquesta.
Carme Porteceli ha realizado una puesta en escena a la altura de las circunstancias. Una espectacularidad bien entendida que a la vez consigue grandes y detalladas interpretaciones de los intérpretes, potenciando siempre el canto. Se ha rodeado de un equipo de confianza del que sobresalen por méritos propios el tándem formado por la escenografía de Paco Azorín, la iluminación de Ignasi Camprodon y la video-creación de Miguel Àngel Raió. Esa suerte de estructura metálica nos sitúa en plena distopía. El uso de elevadores nos mantiene en el mismo suspenso que a los protagonistas y los materiales sobre los que impactan las proyecciones provocan un efecto multidimensional muy interesante y asombroso, llegando incluso a copar la mayor parte de nuestra atención. El final es realmente apoteósico. Hacía mucho tiempo que no veíamos un uso del engranaje escénico que permitiera explorar las posibilidades de este espacio de modo semejante. El vestuario de Antonio Belart cuida desde los detalles más expresivos hasta los más sutiles, jugando también con distintas imágenes, texturas y colores. Todo apoya y favorece tanto al contenido como a su interpretación. En este sentido, la coreografía de Ferran Carvajal está muy integrada con el movimiento escénico y la frontalidad necesaria para que la ópera llegue sin puntos de fuga auditivos. Su aportación al pasaje final, puramente orquestal, es de una belleza insuperable.
El trabajo de todos los intérpretes es sin duda uno de los puntales de la propuesta. A título individual es imposible no destacar la labor de Allison Cook como Lea, José Antonio López como el sonámbulo Ram y Xavier Sabata como el Dr. Schicksal. Cook ya demostró con Quartett que se mueve como pez en el agua en el repertorio contemporáneo. Aquí se entrega totalmente ya no a la interpretación sino también a la creación de su personaje con unas dotes de primera actriz a la altura de su capacidad y expresividad vocal de mezzosoprano. López llega a conmover con su rango oscuro y viril de barítono y siempre aporta algún valor añadido a sus intervenciones. Su movimiento escénico es muy destacable y se sirve de una impecable caracterización para desarrollar su interpretación. A su vez, Sabata pisa el escenario con una seguridad y presencia impresionantes. Pocas veces se sabe combinar con semejante autoridad toda la amplitud y altura de las notas de contratenor con una interpretación tan paródica y grotesca, sin sobrepasar el límite de la verosimilitud. Lo mismo sucede con su capacidad para integrar el recitativo. Mención especial para la excelente labor del Cor, que sobresale en sus tres intervenciones. Defienden las piezas de Casablancas y Argullol con un buen hacer que supera la profesionalidad para integrarse con el lenguaje interno de la propuesta desarrollado no solo en la parte cantada sino mediante el resto de disciplinas que intervienen.
Finalmente, aplaudimos la decisión del Gran Teatre del Liceu de estrenar una ópera de nueva creación. Hacía unos diez años que esto no sucedía y con L’enigma di Lea se asciende un escalón en la normalización de una situación que no debería ser una excepción y sí algo habitual. La magnífica puesta en escena y un elenco sobresaliente defienden libreto y partitura con un dominio vocal y una sensibilidad interpretativa muy a tener en cuenta. Gran y calurosa ovación para todos ellos en el estreno del pasado sábado.
Crítica realizada por Fernando Solla