No empezaría esta crítica diciendo que Shakespeare ha resucitado. Pero sí la empezaría diciendo que La tendresa está pasando en Barcelona; y que uno tiene que asistir al Teatre Poliorama a verla con la misma emoción que iría a presenciar la resurrección de Shakespeare.
Alfredo Sanzol no es su reencarnación, pero después de ver esta obra, uno podría tener ciertas dudas al respecto. La ternura ya triunfó en Madrid hasta el punto que T de Teatre y Dagoll Dagom se la han traído a las Ramblas de Barcelona conscientes, estoy segura de ello, de que aquí también va a conquistar al público catalán. Porque La tendresa tiene todos los ingredientes para conseguirlo.
Dicen, precisamente, que ese público catalán es mucho más crítico que en otras partes, más exigente con los trabajos y algo más sibarita. No lo negaré. Pero también afirmo que si autores como Sanzol pueden hacer obras como estas (¿qué digo obras? ¡Obras maestras!), es normal que un buen público espere trabajos en esa línea del teatro español.
En La tendresa tenemos un texto de amor y de humor; tenemos entretenimiento y algunas dosis de reflexión. Hay un vestuario atractivo de época y una puesta en escena trepidante pero perfectamente estructurada junto a una escenografía básica pero impactante y organizada para permitir este juego de enredo y de confusión, todo de Alejandro Andújar. Hay una iluminación que juega fuerte con azules, verdes y cálidos que complementa y se conjunta con el espacio escénico de Pedro Yagüe y su excelente trabajo. Hay una música de Fernando Velázquez que está apropiadamente pensada para inundar la platea y para evocar. Y hay unos actores como la copa de un pino (perdonadme la aparente simpleza del adjetivo, pero pensad en la copa de un pino alto, enorme, majestuoso, de un color intenso y con un aroma arrebatador. Y, ahora, pensad en los actores de La Tendresa). TODOS (sí, en mayúsculas) ya nos parecían grandes actores pero nos han acabado de robar el corazón. Cuando se baja el telón se percibe que Jordi Rico y Marta Pérez, Laura Aubert y Javier Beltrán y Elisabet Casanovas y Ferran Vilajosana (de quien me declaro desde ahora presidenta de su club de fans) han trabajado duro y donde se advierten innumerables horas de ensayo para conseguir la armonización de unos personajes con intervenciones constantes a partes casi iguales en esta comedia que arranca a ‘tempo medio’ pero que va ‘in crescendo’ hasta alcanzar un alocado y revuelto climax con aires de vodevil. Y hay una sublime dirección; un señor (el señor Sanzol) que ha sabido elegir de forma precisa todos estos elementos y mezclarlos, y que además ha sabido exprimir y coordinar a un elenco en Madrid y otro aquí en Barcelona para que el resultado sea el mismo: un montaje que, de seguro, va a pasar a la historia.
Llamadme crítica, exigente y sibarita. Pero queremos más teatro así. Queremos reírnos y divertirnos. Queremos ir al teatro a desconectar. Y queremos salir de él satisfechos, ilusionados, con las endorfinas por las nubes pero con los pies en el suelo. Queremos las cosas bien hechas, y excelentes trabajos. Queremos obras como esta. No queremos tener que decir cosas como las que dice ‘El Llenyataire Blaucel’: “Me habéis privado de la ternura como un perro apaleado”. No nos privéis de la ternura que genera el buen teatro. Gracias La tendresa. Gracias Sanzol.
Crítica realizada por Diana Limones