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30.01.2019 Críticas  
Verdades peligrosas

La verdad de los domingos, de Juan Bey, podrá verse hasta el próximo 3 de febrero en la Sala Mirador de Madrid. El actor Íñigo Asiain es el protagonista de este monólogo tragicómico dirigido por Sara Pérez, de apenas una hora de duración.

Asiain es Héctor Sinisterra, un polémico escritor de libros de autoayuda que abandona la presentación de su último libro, titulado La resistencia de los globos, para exponer ante el público su visión de la vida, de la muerte y de las relaciones humanas. A lo largo de su discurso, irá desvelando el contenido de un libro que ha titulado La verdad de los domingos, que su editor no le permite publicar por no alimentar el optimismo de los lectores. ¿Qué contará este libro para ser tan peligroso?

En el escenario, tan solo una alfombra verde, un sillón y unos globos, que el escritor terminará explotando como acto de rebeldía y negación de su propia obra. Como bien reconocerá posteriormente, él debe su fama a sus controvertidas charlas y no a la calidad de sus libros, de los cuales, dice, son un producto de marketing, de publicidad, en definitiva, una mentira.

A partir de esta declaración, el personaje desentierra su pasado y comienza su relato sobre las diversas mentiras que se nos cuentan desde la infancia, empezando por los Reyes Magos, para llegar a la conclusión de que la base de nuestra educación es una sarta de mentiras. Y, como todos somos capaces de la mentira y del autoengaño, todos somos mala gente; así se lo hace repetir al público, que, entre risas, le sigue la corriente.

Asiain realiza una interpretación enérgica, sorprendente y consistente, construye magistralmente el personaje de escritor pesimista, apesadumbrado, arrogante, nihilista, cínico y un tanto burlón, temido y ridículo a partes iguales, combinando registros y permitiéndose improvisar y hablar con los espectadores sin perder el hilo de su discurso en ningún momento.

Destaca la secuencia de pequeñas escenas en que, moviendo su cuerpo hacia un lado u otro, escenifica momentos cotidianos al estilo del monólogo cómico, conversaciones reconocibles para el espectador, en que uno de los interlocutores miente. Aunque resulta un tanto cliché, dicha secuencia permite al intérprete lucir su vis cómica y dominio del gesto; asimismo, es fuente de risa o de indignación para los espectadores, que se mantendrán alerta durante toda la función, ávidos de corroborar o contradecir el discurso del personaje.

Entre los nervios y el afán de expresarse, la función desemboca en reflexiones filosóficas que ponen en cuestión la existencia de los asistentes y del propio escritor, que llega a la conclusión de que incluso su madre hubiera rechazado serlo si hubiera sabido de los sacrificios que supone cuidar a un hijo. El escritor, también padre, no duda en gritar a los cuatro vientos las desventajas y la inseguridad que le produce ser padre y ejemplo para su hijo Aquiles, que, como su nombre sugiere, es, probablemente, su debilidad.

El nombre de Aquiles, por otro lado, es parte de toda una retahíla de versos y juegos de palabras que comenzaron al principio del espectáculo mientras explotaba los globos y nombraba a los personajes de Rosaura o Segismundo de La vida es sueño. De esta manera, relaciona directamente la temática de la obra de Calderón con nuestra vida actual y, más concretamente, con aquellas mentiras que “no queremos que sean verdad”. Y es que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Sinisterra termina su relato afirmando que el pilar que sostiene una relación es el sexo. ¿Será cierto que somos incapaces de admitir que nos vendemos, que nos conformamos con una pareja para sentirnos acompañados, a pesar de encontrarnos vacíos, muertos por dentro, entre la lástima y el asco? ¿Será verdad que somos incapaces de mirarnos a nosotros mismos?

La verdad de los domingos es teatro potente, provocativo e irónico, que revela las inseguridades y miedos del ser humano, invitándole a buscar la vida plena más allá de la convención, la costumbre o la rutina. Se trata de un monólogo bien hilado, difícilmente clasificable; un espectáculo entretenido y abierto, una reflexión sobre la mentira en clave de humor que atrapa al espectador.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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