Expectación sería la palabra adecuada para referirse a una de las propuestas estrella de la temporada del Teatro Español. El Sueño de la vida, a partir de la inconclusa Comedia sin título de Federico García Lorca. Alberto Conejero retomando el trabajo del poeta y Lluis Pasqual en la dirección. Un invento tan ansiado que necesita ser revisado con calma.
La Comedia sin título de Lorca quedó inacabada por la gracia del régimen que dejó a España prematuramente huérfana de uno de los mejores autores que hemos tenido. Imposible saber que habría hecho Lorca con el texto, aunque dejó esbozos del camino que iba a seguir la obra. Alberto Conejero, que nos encogió el alma con el relato de La piedra oscura, un relato con Lorca como protagonista implícito, recoge el testigo –y que testigo- de darle a ese texto inacabado un posible final. Desde la humildad y el respeto. No se puede hacer de otra manera, y deduzco que no ha sido tarea fácil para Alberto. A pesar del delicioso dominio de Alberto para la dramaturgia, intuyo un parto difícil y no sin miedos.
El texto es un gran homenaje, denuncia, alegato a la hipócrita sociedad. Un ensayo de una comedia shakesperiana que ensalza el amor, truncado por las bombas. Actores, autor, directores, propietarios y espectadores confinados en el sótano de un teatro. Ese espacio, caleidoscopio de la sociedad de arriba, donde ideologías se desparramaran entre el juego del ensayo y la realidad. Un complicado juego que a veces desconcierta pero que hipnotiza en el uso del lenguaje.
El montaje dividido en tres actos bien diferenciados atrapa con poder en el primero. Ahí mucho tiene que ver la propuesta realista, en ese juego que involucra a todos los espectadores de la función. Nacho Sánchez como El Autor despliega un recital que consigue altas cotas de emoción. Hay mucha denuncia, mucha interpelación al respetable, incomodas afirmaciones, dardos al alma del espectador. Brillante trabajo. El segundo acto, el más largo, el que nos lleva al sótano del teatro, es el gran juego de idas y venidas. Ahí brilla un amplio elenco. María Isasi, Daniel Jumillas, Antonio Medina, Jaume Madaula y bastantes más. Acompañados por piano y percusión y una sobria pero eficaz escenografía, con un vestuario que es una mezcolanza de mundos y épocas, consiguen crear cuadros de alto surrealismo, que descolocan en más de una ocasión. Este acto culmina con Emma Vilarasau como protagonista absoluta. Esta conocidísima y reconocida actriz catalana por fin aterriza en Madrid, y lo hace con desgarro y desnudez (literal)
El tercer acto, breve, nos despierta. Cae el telón y volvemos a la platea, y el público se remueve incómodo. Intuyo a Lluis Pasqual observando con sonrisa socarrona, su dirección consigue no dejar indiferente, un calambrazo recorre el teatro de arriba abajo, una grieta parte la platea.
Que nadie espere a Poncia, ni a Doña Rosita. Esto va más allá. Esto es El Público. Intuyo opiniones de todos los colores para este interesante e innovador montaje. Reconozco que me pilló totalmente a contrapié. Qué entré y salí en el juego tantas veces que salí agotado. Solo me queda pensar que necesito revisar la propuesta, que reposada puede pasar de la sorpresa al agrado más absoluto. Mi recomendación es acercarse con la mente clara, sin prejuicios ni expectativas formadas. El Sueño de la vida debe disfrutarse como eso, como un sueño inesperado, con tintes de pesadilla, con esa duermevela que a veces confunde la realidad y la ficción.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau