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25.01.2019 Críticas  
La busca

Tras su paso por el Ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, llega Un Cuerpo En Algún Lugar a la sala Jardiel Poncela del Fernán Gómez de Madrid. Un precioso camino en busca de un amor, a lo largo del tiempo, con unos magníficos Fran Cantos y Luis Sorolla, que enternecen al público de la sala.

Gon Ramos vuelve con Un Cuerpo en Algún Lugar a hablarnos del amor apasionado y eterno, como ya hizo con la maravillosa Yogur/Piano. Aquí, Él (Fran Cantos) emprende una búsqueda a todos y ningún lugar, en busca de un amor que fue y que no fue, narrado y apoyado por los mil personajes que se va encontrando en su periplo, por Luis Sorolla.

Crear un universo, un sello propio, y que hasta en una cata a ciegas de teatro, pudiéses llegar a adivinar la firma de un dramaturgo, es algo que opino que está pasando con Gon Ramos. Ha logrado en muy poco tiempo que su mundo de amor romántico, nostalgia, y poesía recitada a los ojos, se cuele entre el favor del público, y ya sea casi un mini acontecimiento un estreno suyo. Un Cuerpo en Algún Lugar es anterior a la fantástica La Familia (NO) que se estrenón en la misma sala, con la recién galardonada con un premio Feroz, Eva Llorach, y continúa la estela del romanticismo de Yogur/Piano.

Mi amigo A. vió el estreno en el Kamikaze, y al preguntarle qué le pareció, su respuesta fue «un horror», misma opinión que con el Venus de Víctor Conde, con el que este montaje comparte ciertos aspectos en común, y si una me maravilló en su día, y me llevó a las lágrimas, Un Cuerpo en Algún Lugar, no iba a ser menos. Quizás es que las vivencias que se relatan son lo más aproximado a cómo concibo yo mismo las relaciones interpersonales, y casi podría llegar a escribir mi propia Odisea, no regresando al hogar, si no en sentido contrario, buscándolo en los brazos de alguien con quien compartir la vida.

La búsqueda que emprende Fran Cantos es una empresa que yo mismo podría llegar a realizar, llevado por la enajenación de no dejar pasar ese último tren que parece que es cada una de las nuevas personas que aparecen en la vida. Yo mismo me di de bruces con el amor en Lisboa, y son cientos los kilómetros que debo recorrer cada cierto, buscando esos brazos de los que cada vez es más difícil separarse. Para Él, esa persona aparece por sorpresa, de sopetón, sin siquiera buscarlo, y ese es el comienzo de su viaje; el amor ya lo ha encontrado, lo que le falta es el cuerpo que lo representa.

Luis Sorolla es el «maestro de ceremonias» que nos recibe, y nos lleva de la mano por esos devaneos entre trenes, carnicerías a puerta cerrada, y barras de bar, como ya lo hace en Un Roble en la actualidad. Es hipnótica la cadencia de su voz, su perfecta dicción, y sus repentinas carcajadas. Perfecta interpretación ya sea una madre, una adolescente, un joven alemán o ese camarero de tasca que vuela entre las mesas de un bar. Sorolla transporta al espectador allá donde él quiera: es magia sobre el escenario. Fran Cantos es la ternura personificada y su Él está hecho a su medida: la ternura que transmite, la locura que le invade tras años en pos de alguien a quien quizás no vuelva a ver, y la emoción con la que recita y recibe el dictado de una carta, conmueven. Sorolla y Cantos hacen un tándem perfecto que elevan este montaje hasta cotas muy altas.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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