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27.12.2018 Críticas  
Sembrando una optimista semilla

El Onyric Teatre Condal presenta una propuesta sorprendente a 13 voces. Broadway A cappella recoge un repertorio multilingüe que contagia a la platea el entusiasmo y energía de unos intérpretes que también destacan en la ejecución de unas coreografías muy adecuadas tanto al estilo como a las posibilidades escénicas de las piezas seleccionadas.

Evidentemente, la voz es la protagonista de esta función. Y, sin embargo, no tendremos la sensación de asistir a un concierto. No hay un hilo narrativo explícito que una las distintas canciones pero sí que nos gusta descubrir cómo todas se escenifican captando íntegramente su sentido y significado. Es curioso comprobar que cada una contiene un mensaje que nos llega con el mismo impacto que cuando las escuchamos incorporadas en la dramaturgia de los espectáculos que las comprenden y las han visto nacer y crecer. Normalmente, refuerzan o un momento importante o la descripción o relación de uno o entre varios personajes y, aquí, permanece su vigor y robustez.

El trabajo conjunto de Zuhaitz San Buenaventura (dirección artística y coreografía) y Gerard Ibáñez (arreglos y dirección musical) logra que el acabado del espectáculo sea el idóneo. Unos neones en los que podemos leer el título de la propuesta se combinan con una iluminación espectacular que juega con el uso del spotlight y una escala cromática que de algún modo ofrece un guiño y nos sitúa en cada título original. Tanto el diseño del movimiento, exigente y vigoroso, como los arreglos y versiones de las canciones consiguen hilvanarse de un modo que posibilita que los intérpretes combinen ambas disciplinas, siempre jugando a favor del resultado final.

Por la indumentaria y la estética de los mismos nos situamos en un ambiente urbano. Y así se mueven los trece. Entre el reto y el acompañamiento. Solos y duetos que nunca lo serán porque los sonidos musicales serán ejecutados por el resto, ocupando un plano más o menos protagonista en función de los requerimientos. El trabajo de la compañía es excelente. Todos tienen su momento de protagonismo y destacan en cada una de sus aportaciones. Un elenco que, además, resulta muy representativo del panorama actual del género musical en nuestra cartelera. Per si no ens tornem a veure, Tot el que no ens vam dir, La familia Addams o Carrie serían algunos ejemplos. Entre ellos, establecen un ambiente en el que se dibuja un reto de improvisación cercano al rap o el hip-hop. Y, de repente, y muy bien introducido por David Freigenedo (DavbeatBox), que crea unas fantásticas bases a distintas velocidades y lleva el peso del beatboxing, entramos en materia. La velocidad y nitidez con la que reproduce los sonidos y ritmos de batería con su propia boca, nariz, labios y voz es espectacular.

No nos parece justo desgranar el repertorio de canciones que describen de algún modo un recorrido por los últimos 70 años del género. Descubrirlas de nuevo en estas versiones supone también una gran sorpresa. Algunas ya las hemos escuchado y otras no (que empiecen a sonar los trabajos de Lin-Manuel Miranda y Pasek & Paul es muy buen síntoma de lo que podría esperarnos en un futuro). Lo que sí que aseguramos es que la labor de DavbeatBox, Víctor Arbelo, Juli Algar (increíble la profundidad de sus graves), Helena Clusellas, Paula Costas, Raimon Ferrer, Noelia Gómez, Mikel Herzog, Raquel Jezequel, Edgar Martinez, Xavi Navarro, Sara Pi y Nerea Royo nos sitúa ante nombres y apellidos con los que debemos quedarnos y cuya potencia es capaz de iluminar todo El Paral·lel.

Finalmente, destacamos la ilusión y entrega de todos los implicados. Una ilusión muy bien vehiculada a través de unas voces disciplinadas, potentes y capaces de empastarse de un modo tan adecuado como personal tanto a las canciones como al formato. Melodía y armonía muy bien hilvanadas con el ritmo y otras formas de sonido que habitualmente escuchamos en otros géneros y que aquí se alinean con el teatro musical sembrando una optimista semilla que nos promete un futuro muy halagüeño.

Crítica realizada por Fernando Solla

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