Llevar a escena Tot esperant Godot puede que sea uno de los retos más inciertos que existen a día de hoy. La compañía POT Teatre, proyecto desarrollado por Femarec, ha estrenado en la sala Barts una versión musical dirigida por Albert Gràcia y con dramaturgia y adaptación de Marc Angelet. Riesgo y valentía que dan como resultado un espectáculo muy especial.
Para todos aquellos que se aproximan al autor o al texto por primera vez, ésta es una muy buena introducción. Tan lúcida como entretenida y sin llegar nunca a la caricatura. Se tiende más hacia la vertiente cómica que hacia la dramática aunque, como muy bien sabía el autor, ¿qué es la comedia sino la exageración de la tragedia? El dolor ante la incertidumbre sería el centro de estudio de esta pieza. Que a día de hoy nos enfrentemos a una obra sobre la falta de propósito y de sentido puede ser difícil de soportar para alguien que no esté preparado para esta resplandeciente indiferencia que Beckett imprime a su texto.
Angelet ha realizado una versión del original que condensa su esencia y carga existencial. El cambio más llamativo es el de la conversión del personaje de Estragón en dos, Estra y Gó. Sin duda, esto refuerza la sensación compartida de encontrarse en tierra de nadie. Opciones hay muchas y acotaciones pocas. Sí que hay ciertas referencias que se suelen mantener desde el estreno de la pieza: el cine mudo, Charles Chaplin (y, por supuesto, Charlot), Buster Keaton, Laurel y Hardy… Esto está presente en la construcción de los personajes y por supuesto en algunos detalles del vestuario de Leo Quintana. Junto a la escenografía de Gràcia Produccions y algunas piezas que viste el personaje de Lucky podríamos encontrarnos también ante un no tiempo – no espacio muy vinculado en nuestro imaginario a Looney Tunes y a ese inabastable desierto por el que Coyote y Correcaminos se perseguían y retaban (¿por qué? ¿a qué? ¿para qué?). ¿Qué buscaban estos personajes creados por Chuck Jones y Michael Maltese? ¿Qué buscan Estra, Gó, Vladimir, Pozzo, Lucky y el mensajero?
Este doble juego se complementa muy bien con las canciones compuestas e interpretadas al piano por Keko Pujol. Una composición que parecerá acompañar el recorrido de los personajes como en las películas de cine mudo y que nos sitúa en un indeterminado western, en un saloon invisible que se convierte en reflejo cristalino de la consternación vital contemporánea. Canciones que, como en todo buen musical, sirven a los personajes para expresarse cuando ya no pueden seguir hablando. Cuando la conversación se muestra fútil para conseguir llegar a un punto de encuentro. Con este montaje, podemos comprender la introducción al vacío existencial que ya intuíamos de pequeños ante las pantallas de televisión. Un paisaje inmutable que al que los personajes regresan una y otra vez, exasperados. Sin saber bien qué piensan o el tiempo que llevan vagando por ahí. Cuerpos maltratados y sometidos en una rutina dura y cruel que siempre se repetiría al día siguiente.
En este terreno, las interpretaciones de Anna Ma Martínez, Albert Férriz, Fernando Moreno, Marga Padrós, Ariadna Rallo y del ya citado Pujol (al piano) convierten un condicionante en seña de identidad y en herramienta aventajada para intentar discernir el sentido de la vida. Muy bien dirigidos y adecuados a sus personajes, sirven al texto y a las canciones con un compromiso y sentimiento de pertenencia que se convierten por sí solos en la reivindicación más concluyente de su presencia en el panorama escénico profesional. Un trabajo valioso, emocionante y significativo.
Finalmente, aplaudimos esta propuesta no solo por el esfuerzo que supone llevarla a cabo sino por la capacidad de todos los implicados para reforzar la carga existencial, experimental y de búsqueda del original a través del mensaje social que es, en última instancia, el gran valor añadido de la función. Decisiones dramatúrgicas acertadas y un reparto inspirado y muy alineado con la carga simbólica de los personajes que defienden se convierten en muestra representativa de que todavía no está todo dicho en las artes escénicas, ni en lo formal ni en lo conceptual.
Crítica realizada por Fernando Solla