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15.12.2018 Críticas  
No seremos cobardes nunca

Una de las compañías más interesantes del panorama teatral vuelve con uno de sus montajes estrella. La Tristura trae a los Teatros del Canal su Future Lovers. Un montaje ultra realista, de creación propia. Seis jóvenes en el vértice de la mayoría de edad. Justo ese momento en que todo se transforma de realidad adulta.

Acercarse a los montajes de La Tristura tiene siempre algo de enigmático. La atmósfera que consiguen es un sello de identidad propio. El espectador debe hacer un esfuerzo por dejarse llevar a esos mundos y a esa narrativa. Future Lovers empieza con un monólogo de Sara Toledo, en el que nos desvela que estamos en algún momento del futuro y que seremos llevados a ese momento del pasado donde se empieza a ser adulto. Sara accede a volver y a revivir esa noche en algún lugar elevado de la periferia madrileña. Botellón, música, amigos, dudas, filosofías, preguntas, desengaños. Todo en esa noche de la celebración del cumpleaños de uno de sus amigos. Ahí cambiará todo. De manera imperceptible, aparecerán los miedos, las inseguridades, aparecerá el adulto.

Todo eso ocurre ante los asombrados ojos del espectador, que tiene que concentrarse no solo en un foco, sino en todo lo que ocurre en escena. Brillante escenografía firmada por Ana Muñiz. El skyline de Madrid, el bosque, el descampado. Un lugar casi mágico, de cuento, para el paso a la vida adulta.

En escena seis jovencísimos actores. Acompañan a Sara Toledo, Pablo Díaz, Manuel Egozkue, Gonzalo Herrero, Itziar Mareno y Siro Ouro. Un montaje que intercala largas escenas de silencios con otras donde la música se apodera de ellos. Pero donde está la solidez es en un texto que parece tan espontaneo, tan real, tan bien llevado que por momentos no parece que estemos ante una obra ensayada. Las reflexiones sobre el futuro que les espera, sobre religión, sobre sexo son tan reconocibles y tan verdaderas que enganchan. Apetece sentarse junto a ellos y volver a tener 17 años y poder razonar y pensar de esa manera. Esa es la magia del montaje. La verdad que destila, el poder hipnótico que ejerce sobre el espectador. Sin duda la frescura de los intérpretes es clave para la extraña belleza que desprende el montaje.

Acercarse a Future Lovers deja poso. Se recuerda durante días, deja reflexiones que vuelven una y otra vez a la memoria. Volver al momento, volver a sentirse valientes, liberados, poderosos, sin miedo a nada. Es el momento, es la canción, es la noche que se deja atrás y un amanecer que huele a resaca clarividente.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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