Algo importante está sucediendo en el Teatre Tantarantana. La recuperación de There Was a Fiesta! (At Carnegie Hall) nos sitúa ante un acontecimiento que pocas veces se alcanza en el terreno dramático (y musical): la perfecta alineación de todos los factores para ofrecer una función brillante y que destaca en todas sus esferas de un modo tan apasionante como trascendental.
La dramaturgia de Salvador S. Sánchez es oro puro. ¿Por qué? Su habilidad y sensibilidad para aunar forma y contenido es sorprendente y de todas todas concluyente. A partir de una voz en off nos encontraremos sumidos en un concierto, el único que Patty Lemon y Martin Bennet ofrecieron en el Carnegie Hall. Por lo tanto, 1959. Un concierto real en escena gracias también a la presencia perenne de una formación de jazz formada por el trío que conoceremos como The Century’s (contrabajo, batería y guitarrista). Un momento que asumimos como culminante y feliz para unos cantantes, de los que descubriremos, canción a canción, su vida desde el momento en el que se conocieron hasta el actual. Sánchez engrandece a partir del contexto.
Con una sola frase o réplica, siempre en el momento preciso, es capaz de hablar de género, de identidad sexual, de prejuicios superados a través de la unión artística. De Huelva y del Berguedà. De Tánger y América. De la rendición barcelonesa al hot jazz y al swing, de ordenanzas represivas de la Vicesecretaría de Educación Popular, de la publicidad radiofónica de la época. De prohibición explícitas. Porque todo esto es lo que configuró a los intérpretes y por analogía a su obra. La pieza se convierte en una valiosa herramienta para dar voz y vida, y por lo tanto recuperarlas, a los artistas de posguerra. Un canto de amor hacia un género que nos fue negado durante mucho tiempo y que influyó no solo en la trayectoria de los músicos sino que frustró la evolución del mismo. Por lo tanto, nuestra educación, recorrido y bagaje musical. Con esta obra recuperamos patrimonio artístico y esto es de una valía humana y cultural generosa y filantrópica. Excepcional. Cómo lo hace no lo vamos a desvelar más allá de lo ya descrito. Hay que descubrirlo y vivirlo en primera persona.
Además, lo que vemos aquí se convierte en manual imprescindible para cualquier artista que quiera acercarse a su audiencia y explicar su implicación vital en su obra. Cuántas veces hemos asistido a un concierto en el que se introducen las canciones en forma de alegato con un discurso que no produce otra efecto que el de ralentizar el recital. Cuántas veces artistas con una trayectoria musical indiscutible se revelan como débiles transmisores de unas motivaciones que, verbalizadas, no saben salirse del lugar común. Estrellas (o no) del panorama musical internacional: aquí está vuestra respuesta.
La dirección musical Joel Moreno Codinachs es igualmente excelente, así como su desempeño musical en escena junto a Oriol Roca y Santi Colomer. La fuerza escénica de todos los momentos y situaciones recreadas se alcanza también a partir de sus versiones de las canciones. Such a Night, Franqueza, Las canciones que se cantan o Loca por el hot. Frenesí, Put the Blame on Mame o Granada , entre tantos otros temas. Géneros y artistas como Harry Belafonte, Bonet de San Pedro, Los 7 de Palma, Rina Celi o Katia Morlands. Aproximaciones más o menos libres pero siempre teniendo en cuenta los requerimientos de la propuesta, el género al que defienden y representan y, por supuesto, las voces de los intérpretes. Un acercamiento al estándar jazzístico impresionante y muy valioso. La banda es parte insustituible de un concierto y así lo es su presencia e integración en la dramaturgia. Consiguen fuerza escénica y la reivindicación a través de la excelencia musical. La documentación a partir de una selección excelsa potenciada a través de la cotidianidad de los personajes protagonistas.
Mención para el diseño de sonido de Damià Duran y punto muy importante. Ahora mismo, lo mejor que se puede escuchar en un teatro de Barcelona (y por supuesto en cualquier estadio o recinto que incluya conciertos o musicales en su programación). Su labor consigue que el espectador asimile la historia a partir del impacto sonoro de unas notas y unas letras que explican a los personajes cuando ya no pueden seguir hablando. La limpieza sonora y la precisión de las capas y planos auditivos alcanza la perfección y se convierten en un ejemplo a seguir. En esta misma línea continúa el diseño de iluminación de Roger Arjona, que naturaliza en la estructura dramática el dentro y fuera de escena y potencia el momento interior de los personajes con mayor o menor intensidad en función de la canción que están interpretando. El espacio escénico de Alberto Merino consigue evocar el escenario del recinto con los elementos indispensables para que lo que sucede en escena sea a la vez verosímil y alegórico dentro del contexto de un concierto. Y el vestuario de Núria Fàbregas, Rosa Lugo y Rita Glyndawood caracteriza en época y lugar y facilita los cambios en función del lugar y el momento. Magnífico el trabajo de todos.
Y por supuesto, los intérpretes principales. Toni Vallès se convierte en un cantante melódico y nos seduce con su transformación escénica. Resulta excepcional su capacidad para mostrar tanto la personalidad como intérprete musical como la idiosincrasia propia de la persona que carga con todas las circunstancias del momento que le tocó vivir. Tanto a nivel conversación como vocal, su aproximación a las canciones resulta un gran logro (Granada es buena muestra de ello). Adecuación al género y un estilo propio tan pronto elegante como vulnerable. Cinta Moreno brilla en escena. Desde el primer momento nos engatusa y es portadora de una fuerza dramática y vis cómica más que envidiable. Su interpretación de las canciones se acerca tanto al estilo musical que defiende la obra que directamente entra a formar parte del mismo. Se nota la implicación (la idea original del espectáculo es de Sánchez y suya). Su comunicación no verbal, la precisa y milimétrica posición corporal y su talento, arrojo y sensibilidad hacen que transmita lo que pide el personaje incluso con cada paso que realiza sobre el escenario. El desempeño de ambos en los tres idiomas en los que se interpreta la función es excelente, así como su aproximación también a través del cuerpo y el movimiento. Su lectura del comunicado de la Delegación Nacional de Propaganda que prohibe radiar Jazz en 1943 es escalofriante. Contemplarlos es un espectáculo dentro del espectáculo (y ¡ay del que se cruce con su mirada y su sonrisa!). Sublimes y probablemente dos de las interpretaciones que definirán esta temporada teatral. Aquí hay que sumar de nuevo la labor de los tres músicos, también protagonistas (que estamos en un concierto).
Finalmente, There Was a Fiesta! (At Carnegie Hall) despierta en el espectador activo esa mezcla de orgullo y satisfacción que se alcanza cuando, de repente, descubrimos esa obra que sentíamos que estaba ahí fuera y con la que todavía no habíamos coincidido. Esa que toca todas las teclas tanto de la forma como del contenido y que de algún modo nos explica también a nosotros. Porque se alinea y manifiesta nuestra manera se sentir, de expresar nuestro posicionamiento e inquietud intrínseca hacia lo que se está contando. Esa obra que ya durante el visionado se convierte en una necesidad porque es la sublimación artística de la aflicción colectiva extrapolada a partir de estos dos magníficos personajes. Sin duda, there IS a FIESTA! (at Teatre Tantarantana).
Crítica realizada por Fernando Solla