Gataro celebra su 20º aniversario como compañía y vuelve a Dagoll Dagom y a su repertorio dedicado al género musical. De este modo, el Almeria Teatre se convierte en hogar de Poe -El cabaret macabre- y nos ofrece una adaptación tan ocurrente y divertida como fiel al espíritu del original. Una puesta en escena muy original y un elenco espléndido redondean la propuesta.
Cuando todavía sentimos el calor de Flor de nit -El cabaret- (gran adaptación) y de Paquito Forever (y su espectacular conquista internacional), ahora nos reencontramos con Poe. Una propuesta que en 2002 transformó el Teatre Poliorama en una suerte de cripta y nos ofreció una puesta en escena que persiste en el recuerdo y una partitura de Òscar Roig que convirtió en notas musicales la esencia del universo del autor. Una adaptación libre que utilizó La caída de la casa Usher como esqueleto, añadiendo elementos de otras obras como El pozo y el péndulo, El extraño caso del doctor Valdemar o El barril de amontillado. La combinación de una estética gótica con el lirismo impenitente de las orquestaciones y las voces dio como resultado una pieza singular y más que respetable.
Victor Alvaro mantiene prácticamente intacto el libreto de Joan Lluís Bozzo y realiza una dramaturgia excelente. Además de la dirección, firma (como Victor AlGo) el espacio escénico, la iluminación y las ilustraciones. Una puesta en escena transversal en la que se aprovechan todas las posibilidades del escenario hasta convertirlo en un cabaret. Su cabaret. Se recuperan elementos de aquella joya que abrió la etapa musical en 2010 llamada The Black Rider, tanto en la escenografía como en el diseño del movimiento y de las algunas escenas (así como en la caracterización de algunos personajes). También de la ya citada Flor de nit -El cabaret- o de El casament dels Petitburgesos para sumergirnos en otro universo, el de Gataro. Poe, Dagoll Dagom y Gataro se unen gracias a la imaginación del director y conforman un trío impúdico y voluptuoso, incluso libidinoso. Maquillaje, vestuario, máscaras y puesta en escena en general. Distintos niveles y juegos con la profundidad del espacio y ilusiones ópticas que juegan con la aparición de otros personajes más allá de los que vemos en escena. Todo casa, todo sorprende y todo funciona. Y nos seduce de principio a fin. De nuevo, un magnífico trabajo fiel a todos los convocados y, especialmente, a sí mismos.
La dirección musical corre a cargo de Miquel González. El trabajo que realiza a partir de las orquestaciones de Àlex Martínez es muy meritorio. Lejos de reducir, su adaptación consigue situar las dos decenas de canciones en lo que nos parece su contexto sonoro natural: un piano. De la unión de Alvaro y González se aprovechan unos intérpretes que exprimen todas las posibilidades que les brindan los directores. De la unión de todos, se consigue un resultado que justifica tanto la elección del material como de la aproximación. Las coreografías de Anna Rosell captan también esta doble necesidad. Vocalmente, la adecuación a las exigencias del material original es sobresaliente. Físicamente, el trabajo de todos igualmente preciso. Una alineación sorprendente y de la que se beneficia el resultado final. De este modo, los seis personajes protagonistas (más los siete espíritus del original) se han reescrito para cinco intérpretes.
Miguel Ángel Sánchez es un más que apropiado Roderic convertido también en maestro de ceremonias. El actor consigue naturalizar esta dualidad de un modo sorprendente y seductor. Algo parecido sucede con Adrià Ardila y su divertidísimo Doctor Valdemar, del que optimiza todas sus posibilidades consiguiendo grandes momentos, también en lo vocal. Pau Oliver destaca en su dibujo de un Nicholas tan heroico y romántico como paródico, despuntando en algunas de las canciones más hermosas del musical. Aina Vallès acierta con una Madeline lírica y gamberra (quizá el personaje más complicado de sacar de su ámbito original) y logra tocar todas las teclas (también musicales) de la propuesta. A su vez, Patricia Paisal nos embelesa con una Majordoma que reina en todas sus escenas. Su desempeño vocal es impecable y su vis cómica (y dramática) precisa y perfecta en todo momento. Sin duda, un gran reparto.
A estas alturas, una reflexión. Del mismo modo que Gataro elige propuestas como estas, cuya base todos conocemos y recordamos, para ofrecer su visión genuina y particular, ¿a qué esperan las generaciones pasadas, presentes o futuras para hacer lo propio con las suyas? No nos extrañará encontrarnos en pocos años con compañías que se aproximen a autores como Brecht, Waits, etc. a partir de las puestas en escenas que hemos visto en el Almería Teatre. De lo que no cabe duda es de que, del mismo modo que una década y media después seguimos recordando el Poe de Dagoll Dagom, de aquí otro tanto, este Poe -El cabaret macabre- seguirá tan o más vivo en nuestra memoria. Un espectáculo que no necesita compararse con ninguno porque tiene una consistencia inapelable por sí mismo.
Finalmente, Poe. El cabaret macabre se convierte en un musical que honra y celebra el recorrido de unos profesionales y artesanos que temporada tras temporada nos sorprenden con algunas propuestas tan destacables como deudoras y muy sintomáticas de una visión propia sobre las artes escénicas. La mirada de Alvaro alcanza un feliz punto de confluencia en el que estilo, autores y compañías referenciales y la capacidad para sorprender y entusiasmar al público convergen para regalarnos una función que se disfruta con admiración y agradecimiento. Una celebración a la que los espectadores nos sumamos y de la que deseamos seguir participando durante años, décadas y que dure. ¡Muchas felicidades!
Crítica realizada por Fernando Solla