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03.12.2018 Críticas  
Lo realmente excepcional es la obra (y su intérprete)

Tras su paso por el Temporada Alta 2018, la compañía Sixto Paz y El Terrat se instalan en el Club Capitol de Barcelona con Les coses excepcionals. Una pieza delicada y que supone un muy feliz reencuentro entre Duncan Macmillan y un pletórico Pau Roca, que se adueña de un monólogo interactivo y espléndido.

Si hay algo que distingue a Macmillan como dramaturgo es, sin duda, la renuncia a que el autor sea únicamente la persona encargada de escribir el texto. En sus proyectos siempre se percibe la necesidad de escenificar preocupaciones de una generación que vive sumida en la ansiedad. Sus personajes hablan sobre ello y aunque no se trate de buscar o encontrar una solución sanadora y definitiva siempre hay un intercambio fructífero.

Les coses excepcionals nos toca profundamente, por lo que dice y por cómo lo hace. El sentimiento de culpa ante la incapacidad de hacer felices a los seres que amamos (y que nos aman) será uno de los motores principales de la pieza y que, de un modo tan insólito como certero, nos situará en un terreno en el que la ternura y la diversión nos toman de la mano. Por supuesto que hay buenas intenciones, pero nada aquí es inocuo o inofensivo. Sin sacrificar ni un ápice de nuestro regocijo, el calado emocional se desarrollará a partir de la interacción y participación del público. Individuos que pasaremos a ser personajes importantes en la vida del protagonista. El cómo no lo vamos a desvelar aunque afirmamos que está magníficamente dirigido y que logra que forma y contenido nos lleve a un porqué en el que la humanidad se esparce y consigue empaparnos.

El recuerdo de Pulmons sigue firme en nuestra memoria. Como entonces, aquí la conversación será importante, pero en este caso a partir de la interacción. Nunca tendremos la sensación de encontrarnos ante un monólogo dramático al uso. La implicación es requisito indispensable y el análisis exhaustivo se articula a partir de la creación de una lista que escruta e inventaría cosas que, precisamente por su aparente sencillez, serán las más importantes. Las que nos humanizan y configuran nuestra identidad. La transgresión de las barreras teatrales se lleva hasta las últimas consecuencias y aquí el riesgo es considerable.

Necesidad de verbalizar a partir de la neurosis. Ente lo cómodo y lo irritante, incluso duro y cruel. ¿Soy una buena persona? La traducción de Adriana Nadal sabe cómo acercar esa parte de universo referencial y compartido y a la vez mantenerse totalmente fiel al espíritu del original. Esto también se traslada a una banda sonora muy bien integrada y dosificada en el desarrollo de la pieza, tanto por los títulos elegidos como por el refuerzo del texto que se consigue con las letras. Hay un trabajo muy importante para que las líneas de diálogo parezcan surgidas de esa necesidad espontánea del protagonista de expresarse y al mismo tiempo deben dejar un espacio de maniobra suficiente para reconducir en función de las respuestas del público.

Pau Roca recoge el testigo del autor de un modo extraordinario y mantiene un férreo pulso entre lo compungido y el desahogo. Gracias a su compromiso e implicación se consigue que la función logre su propósito. El actor parece echar mano de todo lo aprendido hasta ahora para abrazar de un modo totalmente genuino a los espectadores, naturalizando lo insólito de la propuesta. Para él y para nosotros. Su interpretación debe reconocer nuestra presencia y a la vez invitar a que nuestra imaginación se muestre de forma activa en todo momento. Él nos ayuda a que esto suceda y nosotros lo apoyamos a él para que la obra nos atrape a todos. Su generosidad hacia el personaje es ilimitada y su valentía para mostrar una vulnerabilidad indisimulada es muy emocionante. Sabe iluminar los rincones más oscuros de lo intrínseco con un dominio de la expresión oral y facial espléndido. Totalmente verosímil e impresionable. Florece algo muy hermoso en esta obra de teatro y es, precisamente, la experiencia de todos los que nos reunimos en la sala. Eso es lo realmente brillante y excepcional. Y eso, tiene nombre y apellido: Pau Roca.

Finalmente, el triunfo de Les coses excepcionals es que consigue transmitir la dualidad entre desventura y felicidad en todo momento, a partir de un tema tan delicado como la depresión suicida. Lo complejo de la pieza es lograr contagiar y pigmentarlo todo de una emotiva alegría de vivir a la que se nos inducirá siempre desde la honestidad más indómita y que propone un viaje y un punto de encuentro con nosotros mismos. La capacidad de Roca para mostrarse con total aquiescencia a los requerimientos de la pieza supone un momento único tanto en su carrera como en la del espectador. Algo tan extraordinario y (anti)heroico como el enunciado titular de la obra.

Crítica realizada por Fernando Solla

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