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30.11.2018 Críticas  
Postguerra en femenino

Dulce Chacón publicó La Voz Dormida en 2002, llegando a ser todo un éxito. No tardó su adaptación al cine. Era cuestión de tiempo encontrarse con una versión teatral. Llega al Teatro Bellas Artes de Madrid la historia de Pepita y de muchas otras mujeres, victimas silenciosas y silenciadas de la Guerra Civil.

La novela de Dulce Chacón recoge las vivencias de varias presas recluidas en la prisión de Ventas. Para la adaptación teatral, firmada por Cayetana Cabezas, el protagonismo se reduce a Hortensia (Tensi) y su hermana Pepita. Hortensia es la presa, embarazada, se le concede la gracia de seguir viviendo hasta el parto. Pepita la visitará y le contará como discurre la vida fuera de los muros de la cárcel. El montaje dirigido por Julián Fuentes Reta, que nos deslumbró con aquel montaje mítico de Cuando deje de llover, dirige aquí a Laura Toledo quien interpreta a modo de soliloquio a Pepita.

Un escenario presidido por una antigua máquina de coser, una mesa y una serie de hilos que nacen de esa máquina y que se asemejan a una gran tela de araña que abarca la escena. Y aparece Pepita, en la voz y forma de Laura Toledo. Laura se desenvuelve con agilidad en el montaje. Lleva a Pepita interiorizada. Las lágrimas aparecerán en más de una ocasión en su rostro. El texto es un continuo ir y venir entre el presente y el pasado. Pero su construcción ágil no despista ni mucho menos. El gracejo de Laura al interpretar ciertos pasajes dinamiza el relato. Un relato que conmueve por la tremenda dureza del mismo. Un relato que da voz a las historias de miles de mujeres que tuvieron que apañárselas como pudieron para sobrevivir a la terrible postguerra.

En Pepita discurren emociones que van desde la rabia, la tristeza más absoluta, la resignación, el deseo del primer amor, el miedo a ser detenida, la impotencia ante la sentencia a muerte de su hermana, la lucha por sobrevivir a una época oscura donde la mujer ocupaba un papel secundario.

La función, de una duración de poco más de una hora, se disfruta por la emotividad de la historia contada, por el excelente hacer de Laura y por una más que atinada dirección para llevar La Voz Dormida a los escenarios. Una platea llena de mucha gente que había vivido de cerca la postguerra ovacionó la propuesta. La Voz Dormida es un montaje sencillo pero con gran carga emotiva, que consigue atrapar al espectador, y que nos lleva a revivir pasajes no tan lejanos de nuestra historia.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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