Kassandra es una divinidad. Un icono de la tragedia griega que no ha sido valorada en absoluto. Un personaje cuya historia comprende el esclavismo, la guerra, el amor y la transexualidad. Una incomprendida que nos ablanda el corazón de una forma insospechada. Un personaje que Elisabet Casanovas borda rozando la perfección en el Teatre Nacional de Catalunya.
Sergi Belbel dirige magistralmente a la joven promesa teatral, Elisabet Casanovas, en un texto original de Sergio Blanco; autor de éxitos como Tebas Land (obra que pudimos ver hace poco en el mismo TNC de Barcelona y en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid, cuyas críticas realizaron Diana Limones e Ismael Lomana; respectivamente) o La ira de Narciso (que pudimos ver en La Badabadoc y cuya crítica hizo Fernando Solla).
Sergio Blanco es uno de los autores más fascinantes y atrayentes de nuestra época. En muchas de sus obras, representa una visión particular de las encantadoras tragedias griegas como ocurre con Edipo en Tebas Land o en la que nos acontece, Kassandra, con la guerra de Troya.
A través de Kassandra, Blanco nos muestra un punto de vista diferente de la guerra de Troya al que estamos acostumbrados. La vivimos desde un personaje que siempre se ha considerado secundario (incluso terciario), mezclándola con una imagen cruda y actual de nuestra sociedad. En este monólogo, nuestra protagonista, Kassandra, nos explica su propia tragedia griega hablándonos de temas tan actuales como el esclavismo, la guerra, los refugiados, el comercio sexual ilícito, el dejar nuestra tierra, la transexualidad… Todos ellos, presentes en nuestra época actúal y vividos por ella en primera persona, nos darán que pensar: ¿tantos paralelismos hay entre ambas épocas? ¿tan poco hemos evolucionado?.
Kassandra es un ejemplo de todos ellos. Tratada injustamente de loca, ha sido sometida, convertida en esclava sexual (de lo que aún es cautiva para sobrevivir), ha (sobre)vivido a la guerra de Troya, ha tenido que dejar su tierra y convertirse en refugiada y es transexual (ya que de bien joven decidió transformar su cuerpo y, ahora, no se siente ni hombre ni mujer). Aún con todo este bagaje, Kassandra explica su vida al público de una forma graciosa. Con un humor ácido. Quitando el máximo hierro al asunto… Pero, aún explicándolo de esta manera, el gusto amargo de lo vivido nos impregna. Kassandra hace que sintamos aún más su desesperación por ser amada, por ser comprendida, por ser querida; que es lo que realmente nos demanda. Se ofrece al público abriéndose en canal para mostrarnos sus heridas y hace que la queramos de una manera insospechada.
Kassandra es una incomprendida que trata que el mundo la entienda. Maltratada, usada, vejada (aunque no lo diga), siempre ha estado acompañada pero siempre se ha sentido sola. Por eso, el público es su nuevo amigo y, como amigo, se convertirá en su más fiel confesor.
Kassandra nos muestra un magnífico trabajo de interpretación de Elizabet Casanovas que hace que nos levantemos del asiento en su primero saludo tras la función. La pasión y generosidad con la que Casanovas afronta esta figura es impresionante. Sola ante el público, nos presenta un personaje complicado, vibrante y cautivador con un monólogo desgarrador. Una Kassandra trabajadora (esclava, para que nos vamos a engañar) de la industria sexual cuya soledad la reconcome. Ella ha vivido una de las tragedias más grandes de la historia y eso se nota en el pulso de sus palabras, en sus actos, en su forma de mirar e interprelar al público. Por su parte, Casanovas sabe jugar con el texto de Sergio Blanco y lo que este provoca mostrando un desesperación latente que, tras unos segundos de tensión extrema, rompe para que todos caigamos rendidos a sus pies.
No hay duda que Kassandra es una visionaria, una mujer adelantada a su tiempo que siempre ha sido tratada de loca por la historia y por los escritores de las tragedias griegas. Pero, como podemos ver, es un personaje que tiene mucho que decir. Mucho que mostrar y mucho que demostrar.
Crítica realizada por Norman Marsà