Cuanto menos se sepa de un proyecto, parece que es cada vez mejor al acudir a las salas madrileñas, ahítas de grandes estrenos con gigantestos nombres, pero vacías de contenido. La sala Umbral de Primavera, una vez más, programa un divertidísimo proyecto en edición limitada (marca de la casa).
Furor es un experimento de Luciano Rosso y Miguel Israilevich sobre el éxito y el proceso de creación y sacrificio personal que yace detrás de todo proyecto. Yo no conocía a Luciano Rosso. Yo no soy uno de los 395.295 suscriptores de su canal de Youtube, y ni siquiera represento una de las 1k de visualizaciones, que suele ser la media de cada uno de sus videos. En la inopia me hallaba sentado en la silla de la sala visualizando las proyecciones de su paso por un concurso de televisión de playback en Perú, y ejemplos de su talento con el lip-synch en los videos de la plataforma visual. No podré engañar a nadie al ser traicionado por mi subconsciente y que el título Furor me llevase a ese programa de televisión de famosos contra famosas en una pelea amigable de canciones en grupo. ¿Lo que iba a presenciar era un espectáculo musical? Minipunto para el equipo de quien escribe, por que si, hubo música, había canciones, y el talento arrollador de un actor argentino para mi totalmente desconocido. Grata sorpresa.
Cuatro funciones en formato doble, dos días son los que los artistas y la sala nos proponen acercarnos a dejarnos llevar por este show (y ya cuando esto escribo, me consta que no quedan entradas ya). Dada esta circustancia, me permitiré algún spoiler en cuanto a lo que allí ocurrió. Furor es un espectáculo de impro, disfrazado de alta comedia; o a la inversa quizás mejor. Yo no veo impro. Nunca he ido a un espectáculo de impro. Creo que no hubiese acudido al estreno sabiendo que esto era impro, o que al menos, lo aparentaba. (Desde aquí hago un llamamiento a compañías de impro para que me quiten los prejuicios de una patada). Furor es un trampantojo maestro: están Piranesi en el s. XVIII, Escher en el s.XX, y Rosso-Israilevich en el s. XXI. Cuerpo de talent show a la enésima potencia, y alma clase de disección teatral.
El director, Miguel Israilevich, pone al actor, Luciano Rosso, tras la lupa; y el público posa un espejo de aumento sobre el actor, para captar hasta el más mínimo matiz de la interpretación del actor. Furor es un estudio de las expectativas y la fama. Toda la parte en la que se «narran» hipotéticos encuentros por la calle de Rosso con seguidores, o la voz en off de sus pensamientos, también llevados por la batuta del director, nos hace plantearnos que Luciano Rosso no solo se dedica a interpretar al histriónico Raúl, la sensual y polifacética Zilvia (con zeta), el apocado Federico (con más arrugitas en la frente) o el desenvuelto Pacoh; sino que es todos y cada uno de ellos, juzgados por un abusivo juez y el favor del público.
Furor es un laberinto de espejos de un parque de atracciones, donde todo es relativo, todo depende desde el ángulo desde el que se mire, y del que se puede correr el riesgo de salir decepcionado, pero donde la predisposición si has acudido es pasárselo bien, dejarse sorprender, y donde es mejor dejar los prejuicios en la puerta y disfrutar de este festival de la mueca natural y desternillante. Yo lo hice, y espero que en algún momento, estos dos prometedores creadores vuelvan a dejarse caer por el país, y se den un baño de multitudes. Si los vecinos franceses ya saben lo buenos que son, confiemos en su criterio, como hacemos en el cine cada año con la nueva comedia revelación con más de 8 millones de espectadores en Francia.
Crítica realizada por Ismael Lomana