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26.10.2018 Críticas  
En el TNC, todos somos Canprosa

Jordi Prat i Coll abre la temporada en el Teatre Nacional de Catalunya con una producción de enorme formato donde ha reunido a actores, músicas y géneros teatrales de los más diferentes estilos y formas pero que tienen una cosa en común: una tierra, una cultura; Catalunya.

Dentro del ciclo “Epicentre Rusiñol” que el TNC tiene este año tiene como base, Els Jocs Florals de Canprosa ha sido la primera obra del autor catalán que se ha escogido para representar. Esta no es solo una sátira sobre cómo la política se inmiscuye en la cultura en un certamen en el que participan diferentes personalidades amantes de la poesía. Prat i Coll ha querido ir más lejos y reunir sobre las tablas un mundo fantástico, con una visión personal y adaptada de la cultura, la tradición y las gentes catalanas de ayer y de hoy con la música de base y el texto de Rusiñol al frente. Total, esta obra del 1902 podría pasar por contemporánea. Pues, ¿por qué no aprovecharlo?

Para ello, el director ha creado una obra musical en la que se ha servido diferentes temas musicales presentados en varias épocas (la obra arranca a lo baile “sesentero” en la plaza de cualquier pueblo para pasar a la época modernista de principios del siglo XX) donde se escucha y se baila desde el “Me gustas mucho” a “La Moreneta” o desde “La Marieta de l’ull viu” a el “Ai, ai, ai” de Enric Morera (con letra del propio Rusiñol). Prat i Coll quería un espectáculo ecléctico y lo ha conseguido. En vestuario, en estilo, en interpretación.

Y también quería que la Sala Gran del TNC se convirtiera en un pequeño y propio planeta dentro de Barcelona, donde actores y público compartieran su visión de este libreto. Y también lo ha conseguido. Prácticamente no hay cuarta pared, pues desde el inicio (donde los actores le recitan al público frases de diferentes textos del artista catalán) hasta el final (en innumerables ocasiones los actores abandonan su escena para dirigirse al público o, hasta en algún momento, pasar a la platea a jugar con él) la sensación es que todos somos Canprosa.

Técnicamente, el montaje es impoluto y profesional. Artísticamente, es una explosión de música y color. Es coplilla y alegría. Es baile y humor. Idear, organizar y llevar a cabo un montaje como Els Jocs Florals de Canprosa es una empresa de inmensas dimensiones, pero Prat i Coll la realiza con éxito. Sobretodo, para el público catalán, que canta, se ríe y lo disfruta de forma evidente.

Siendo nacida en Barcelona y con unos orígenes que no son catalanes (padre y madre andaluces), creo que es una razón poderosa (sino la principal) por la que para una persona como yo (que además, por circunstancias de la época y de la situación geográfica no ha tenido una crianza catalana) haya sido un poco más difícil entrar en el mundo Canprosa. Posiblemente, me tomó más tiempo que a la mayoría de la sala. Pero lo conseguí. Logré llegar a la plaza y disfrutar de los Juegos Florales. Y para eso, ha sido esencial el buen hacer en la dirección que ya hemos comentado, pero también el fantástico trabajo de los actores.

Desde la divertida seriedad de Jordi Coll, Jordi Llordella o Francesc Ferrer hasta la apabullante experiencia en los escenarios de Àngels Gonyalons (con tan solo abrir la boca) o de Albert Pérez pasando por la genial bis cómica (y pedazo de voz de la primera) de Anna Moliner, de Albert Ausellé o de una enorme Rosa Boladeras, quien en su papel de Srta. Floresta hizo reír hasta a la propia Gonyalons en plena función. Todos los actores, todos, están magníficos. El casting y el trabajo actoral es de la calidad que esperamos en el TNC. También contribuye en gran manera la caracterización de personajes a cargo de Ignasi Ruiz y el vestuario de Montse Amenós, que acaban de decorar el trabajo que todos realizan.

¿Qué me quedo de Els Jocs Florals de Canprosa? Dos cosas: primera, haber podido conocer más detalles del pasado de esta cultura, aunque sea a través de una historia de ficción. El aroma que se respiraba en el 1900 en cualquier pueblo de la Catalunya profunda se puede respirar hoy, en el 2018, dentro del TNC. Y segundo, que de todo se puede hacer broma, incluso ironizar, si se hace con respeto. Rusiñol lo hizo, aunque muchos no se lo perdonaron. Prat i Coll lo hace hoy y creo que se le entiende mucho mejor. De alguna manera, aunque él ya no esté presente, es una manera de que otra generación haga con Rusiñol lo que la suya no supo hacer; valorarlo y entenderlo. Me quedo con la frase que Tonet dice al final de la función que creo que resume a la perfección esta obra: “Per estimar Catalunya, la cal riure”, o sea, que para amar a Catalunya, tenemos que saber reírnos de ella. Ríanse sin complejos en la Sala Gran del TNC hasta el 11 de noviembre con Els Jocs Florals de Canprosa.

Crítica realizada por Diana Limones

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