La Sala Fènix nos reserva un regalo de esos que uno guarda como un tesoro. Mirta en espera es uno de los escasos momentos cautivadores que muy de vez en cuando compartimos en forma de espectáculo teatral. Y Ángela Palacios una actriz que es bienhechora y salvaguarda, que nos abraza y nos protege y no nos suelta ya nunca después de tan saludable visita.
Un monólogo que hace converger de un modo inmaterial e insuperable lo intrínseco con esa ruptura de la cuarta pared a la que obliga el clown. Insólito y maravilloso el uso de la reiteración o reincidencia de personajes o situaciones para hacer avanzar y crecer el desarrollo y dibujo del recorrido de Mirta. Un texto que convierte la insistencia en bendita ratificación y que nos seduce porque va en paralelo a una interpretación apasionada, arrebatada, impetuosa y a la vez ingeniosa, lúcida y completamente hiperestésica. La sublimación del acto creativo. Una artista total, íntegra, cabal y absoluta que se dirige con la puntería de la mejor asaeteadora. Un uso (e interpretación) de las canciones que libera al artista que se las apropia de cualquier encadenamiento al original y que al mismo tiempo analiza, deduce, descifra y entiende al personaje al que representa. Una voz impostada cuando toca porque de eso se trata. De crear al personaje. De aparentar y simular, falseándonos a nosotros mismos encubriendo, ocultando o disfrazando nuestra vulnerabilidad. Como intérprete y como persona. Como personaje y como espectador.
Una maravilla con nombre y apellido. La carga de significado es tremenda y transversal. Hacia la búsqueda de un equilibrio de los sentidos y los sentimientos, de la vida que queremos y de la que tenemos. Del sector profesional y emocional en el que se circunscribe Mirta y al que, obviamente, pertenece Ángela. Hay que ser muy valiente para mostrarse de un modo tan acertado y optimizado a través de la ficción. Podríamos explicar la obra en profundidad pero no lo haremos esta vez porque cada una de los personas que somos merece descubrir Mirta en espera en primera persona. En presencia que es a la vez esencia del intercambio que se produce entre artista y espectador, conectándonos de un modo infranqueable. Voz y mirada, gesto y movimiento, texto y contexto. Todo perfecto, todo estupendo. Un éxito que si es culminante es precisamente porque consigue lo que otros muchos ambicionan y prácticamente ninguno consigue que es captar y compartir el mejor y más delicado intercambio entre individuos al que sueña reducirse el hecho teatral. Transmitiendo sabiduría emocional, expositiva, narrativa y dramática y haciéndonos percibir que todo lo que se remueve en nuestro interior nace y se origina de nuestra propia persona, cuando en realidad nos sentamos (y sentimos) ante una conductora de campeonato.
El banco es para el personaje lo que la butaca para el espectador. El símbolo o recipiente de la espera y de la búsqueda de esa catarsis que nos devuelve a nosotros mismos. Palacios es embajadora de la emancipación del peso y el agobio cotidiano y está muy bien respaldada por el diseño de iluminación de Ana Ugarte, que permite que los cambios de estadio en la imaginación y en la materialidad de la protagonista sucedan en escena y traspasen al patio de butacas. ¡Qué feliz momento en nuestra cartelera teatral que nos permite disfrutar de esta actriz como Mirta y como Anaïs Nin (en Solo creo en el fuego)!
Finalmente (y es un decir porque espectáculo y personaje crecen y crecen y crecen exponencialmente después de la visita), Mirta en espera se convierte en un lugar al que volver en momentos de necesidad. Un botiquín en forma de acompañante que nos amparará cual bombona de oxígeno cada vez que nos quedemos sin aire en nuestra asfixia cotidiana y nos sentemos en el banco de los días que pasan. Ahí miraremos y buscaremos a Mirta. Y de repente, el banco será asiento de teatro y Mirta será Ángela Palacios que nos devuelve la mirada. Y entonces, quizá de nuevo o por vez primera, podremos decir que nos hemos encontrado a nosotros mismos. En el personaje y también en la actriz que nos enseñó que amarillo no es solo la palabra para designar el color de la mala suerte sino la concordancia del verbo amar y el pronombre que nos define como individuo.
Crítica realizada por Fernando Solla