El Gran Teatre del Liceu se suma a la celebración del centenario del nacimiento de Leonard Bernstein y nos regala una meritoria versión en concierto de Candide. Uno de los trabajos más venerados del compositor que por fin podemos disfrutar en Barcelona. Una oportunidad única para escuchar una de sus partituras más hermosas y complejas de interpretar.
Una pieza que no siempre disfrutó del éxito o reconocimiento que tiene hoy en día. Por lo menos no en su estreno allí por la década de los años 50 del siglo pasado. Revisada en múltiples ocasiones, la versión que nos acompaña es la que presentó la Scottish Opera en Glasgow en 1988. Una adaptación de John Wells y John Mauceri sobre el libreto original de Hugh Wheeler y las letras de Richard Wilbur. No es de extrañar que nombres como Stephen Sondheim, Lillian Hellman, Dorothy Parker o John La Touche se hayan aproximado a esta pieza que desde su nacimiento ha ido calando paulatinamente en el imaginario colectivo (por lo menos de los asiduos al genio estadounidense y al género musical en su aproximación más lírica).
Todavía a día de hoy destaca su valentía ensayística y experimental. Adaptar la sátira de Voltaire no es tarea fácil. No tanto por su temática (que también) sino por su desarrollo o estructura episódica. No perderse en el recorrido que el filósofo dibujó y mantener su fuerte impronta historicista nos sigue pareciendo un hito. No es habitual tampoco el uso del narrador participante y mucho menos el logro de que sea la música la que marca prácticamente en su totalidad el tono, ritmo, temperamento e identidad de la propuesta. Ahí están On the Town, Wonderful Town o West Side Story (y tantas otras) pero quizá sea Candide la que aúna y ampara en su interior las muchas y múltiples facetas musicales del maestro: piezas orquestales, teatrales, corales, de cámara, vocales… Pocos como él, quizá ninguno y en cualquier caso es defensor y modelo, consiguieron integrar música clásica y cultura popular. En gran medida a partir de géneros musicales como el jazz y de tantos otros predominantes ya fuera en Estados Unidos o en nuestro continente.
La obertura de Candide sea quizá su fragmento más interpretado y celebrado, no en vano se ha integrado desde hace décadas en el repertorio de la mayoría de orquestas sinfónicas. John DeMain toma las riendas del valioso legado de un modo excelente. Especialmente en la cuerda, pero también en el viento y la percusión. Un verdadero maestro de ceremonias que mantiene el tono con pulso firme desde el inicio y hasta un «Make Our Garden Grow» que eriza la piel del más impertérrito. De este modo la Orquestra Simfònica brilla como en las mejores ocasiones, así como el Cor del Gran Teatre el Liceu, preciso y eminente en todas sus intervenciones. Ejemplar «Universal Good (Life is Neither)». Siempre en el plano adecuado, asumiendo protagonismo o acompañamiento con igual calidad en el desempeño. Jordi Boixaderas demuestra que no hay micrófono que se le resista y presta su voz al Narrador mostrándose enfático en todo momento. Mantiene con profesionalidad la convivencia entre la versión original de las letras y la traducción que Salvador Oliva ha realizado de su texto (la parte hablada), dando pie a todos sus compañeros en escena y siempre atento a la batuta de DeMain.
Los intérpretes principales brillan con luz propia asumiendo el movimiento escénico de Albert Estany pero sin olvidar nunca el formato concierto en el que se encuentran. Josep-Ramon Olivé, Inés Moraleda y Chris Merritt están más que al servicio de sus roles, tanto en lo referente al tono vocal como a su valía como comediantes. Sin duda, Kevin Burdette nos ha parecido el más cómodo y arrojado en sus distintos personajes (Voltaire, Dr. Pangloss, Martin y Cacambo). Él como nadie ha transmitido la comicidad y especialmente la ironía que pretende la pieza original y, lo más difícil, a través del canto, como hemos comprobado en «Words, Words, Words!». Doris Soffel nos ha regalado una Vieja Dama de alta categoría. Su aplomo y distensión escénica, así como su valía como mezzo han quedado fuera de toda duda. La artista ha apoyado a Meghan Picerno en todas sus intervenciones compartidas. Juntas han dado con la tecla perfecta en todo momento. Claro ejemplo es «We Are Women».
Picerno ha sobresalido (se nota su experiencia en el teatro musical) en su interpretación y se ha erigido como una soprano coloratura que nos ha cautivado desde el inicio, despertando el entusiasmo del público (especialmente con «Glitter and Be Gay»). Y nuestro protagonista ha encontrado forma corpórea con Paul Appleby, perfecto y excelente portador del optimismo que le da nombr. La sencillez, inocencia e ingenuidad de Candide personificadas en su figura y en una mirada que domina su rostro y contrasta con una voz de tenor segura pero siempre manteniendo las características y requerimientos de su personaje. Magnífico siempre como demuestra en, por ejemplo, «Candide’s Lament».
Finalmente, y más allá del evidente y confeso homenaje, esta aproximación a Candide resulta especialmente relevante por el éxito de DeMain para evidenciar esa preeminencia de la partitura de Bernstein para desarrollar y delimitar el conjunto de la propuesta. También por la consagración de Appleby en un rol del que difícilmente podremos disociar su presencia en un futuro. Era complicado en una versión concierto que los personajes se dibujaran ante nosotros con semejante viveza y aquí se ha conseguido por completo. Un pasito más cerca de cumplir el sueño de ver en el Gran Teatre del Liceu una puesta en escena completa de una pieza que todavía a día de hoy sirve como muestra y ejemplo de la posibilidad y necesidad de seguir investigando y experimentando en las formas y fondos musicales. Ya sea en su vertiente más clásica, lírica u operística. Hechura y estructura que se convierten en contenido de un modo sublime, emocionante y muy hermoso.
Crítica realizada por Fernando Solla