La Sala Flyhard nos invita a descubrir la nueva propuesta de Carla Torres. Un espectáculo que convierte nuestro presente inmediato en farsa distópica no futurista. Estat decepció nos compromete e inculpa. Se moja y se pringa superando la distorsión formal para escenificar una confrontación constante entre el individuo y los roles prototípicos y perpetuadores del status quo.
Torres se toma su tiempo para que tanto el discurso formal como la estructura narrativa y el fondo de lo que quiere explicar vayan calando paulatinamente en el espectador. Una gran virtud de su trabajo es el uso del estereotipo y su atribución a los distintos actores del poder dominante. Nunca busca subterfugios ni la salida fácil y parece llenar cada matiz de gris que pueda encontrarse entre el blanco y el negro. El fin no justifica los medios y la condescendencia no tiene cabida. Sabe combinar el recorrido y desarrollo de dos personajes principales con la interacción y exhibición de sus coterráneos, a la vez protectores del mantenimiento del orden público. Un juego del que no saldremos bien parados y que no admite ninguna disculpa y una farsa que lleva lo absurdo a sus límites. Un espectáculo en que la reflexión y el debate intrínseco supura de cada réplica y de cada situación. La sagacidad con la que se enumeran coyunturas vividas en nuestro entorno geográfico y temporal, combinando la mención más o menos directa con el paralelismo alusivo e implícito, demuestran que hay una necesidad de dialogar con el presente. Un careo y una denuncia dramática tan elaborada que serviría de manual para discernir y dibujar una línea imaginaria pero firme entre la manipulación que se confronta y la persuasión absoluta que consigue la pieza.
La autora es también directora. En esta faceta destaca por la transmisión de todo lo descrito a los intérpretes. Su habilidad para el desdoblamiento constante sin perder nunca el foco de ninguno de los personajes recreados resulta digna de admirar. También el tono mudable en función de las necesidades de cada situación y el dinamismo que se imprime a todo el conjunto. El movimiento que se ha diseñado para la ocasión insiste en que las dos gradas de la sala estemos al tanto de todo lo que sucede desde una perspectiva complementaria, nunca excluyente. Un andamio que parecerá que nunca será barrera y que finalmente se convertirá en una herramienta muy hábil para evocar tanto explícita como implícitamente por donde se mueve la clase obrera. No es un capricho que los personajes se giren constantemente o rodeen y se dirijan directamente a ambos lados. Esto sirve para mostrar con elocuencia e integración dramática la búsqueda urgente de diálogo y la renuncia a cualquier idea impuesta o unilateral. También la conversión de todos nosotros en renegados cada vez que el propio y acomodaticio abandono de los ideales nos incluye en la rueda corrupta y estereotipada.
En este terreno, el asesoramiento corporal de Vero Cendoya ayuda a que el movimiento propuesto por Torres sirva de impulso tanto para los intérpretes como para definir el qué, cómo y porqué de la propia pieza. A esto se suma la escenografía de Anna Tantull. Personajes que danzan y giran, prácticamente peonzas humanas y bailarines de ballet que pasan de puntillas por la realidad de los asuntos más importantes del mundo proletario. Peones y jornaleros de la preponderancia despótica y opresora que nos rodea y de la que formamos parte. Los que se creen fuera y que precisamente no son más que los protagonistas. Hámsters que siguen haciendo girar la rueda (en este caso, subiéndose al andamio). Y por si todo esto fuera poco, el factor metateatral resulta muy importante y bien hallado. Gente que actúa como «si fuera» pero que, o bien porque no defiende con honestidad su cargo o bien porque es infiel a su propia ideología, entra en conflicto consigo mismo o con el prójimo. La crisis del desmantelamiento del orden disfrazada, precisamente, de su mantenimiento. El vestuario de Zaida Crespo (aquí no desvelaremos sorpresas) recoge muy bien todas estas alegorías y destaca por la combinación de diseños y materiales. Sus piezas reflejan a la perfección las intenciones de texto y dramaturga y, una vez más, las necesidades de los intérpretes.
Para esta distorsión formal (que no fehaciente) de la realidad se necesita un reparto muy potente. La capacidad para adaptarse a los requerimientos aproximativos y el talento para desempeñar un trabajo físico predominante y alegórico en paralelo a un texto contundente, que no da tregua y cargado de intención, parece a primera vista algo complicado de asumir en su plenitud. Desdoblamiento de personajes (algunos en roles más reconocibles y otros completamente caricaturizados), cambio, combinación y superposición de registros, escucha y acompañamiento del resto de compañeros con la mirada o la posición. Distintas edades, profesiones, nivel de degradación o de compromiso… Como si Kubrick se fusionara con Havel y ellos con una creadora que conoce muy bien las distintas facetas trabajadas, también la de actriz. Cuando hay una propuesta tan inusitada pero a la vez tan bien elaborada, los intérpretes reciben un regalo que también es compartido por el público. Pepo Blasco, Clara Manyós, Eu Manzanares, Ruth Talavera y Xavi Gardés consiguen mostrarse de un modo propio y singular y al mismo tiempo completamente alineados y con el foco muy bien fijado en dibujar el itinerario propuesto por Torres. Divertidos, profundos, realistas o farsantes cuando toca. Todos juegan muy bien las cartas para significarse tanto como intérpretes y personajes. Nos hace especial ilusión encontrar a Gardés como miembro del reparto y comprobar que se mueve como pez en el agua junto a sus compañeros.
Finalmente, destacamos que no se abuse de los giros de guión y sí que se incluyan sin miedo ni tapujos todo tipo de intercambios genéricos y aproximativos. Hay algo muy especial que distingue Estat decepció de otras propuestas con una temática similar y es, sin duda, la valentía para situarse en terrenos incómodos y nada autocomplacientes. No se trata de contentar a todo el mundo sino de hacer estallar de una vez por todas la timidez y la autocensura y empezar a llamar a las cosas por su nombre. A juzgar a las personas por sus delitos (acciones o de credo) y a demostrar que sí, que el teatro es un dinamizador social muy a tener en cuenta. Con autoras como Torres podemos estar tranquilos. Alguien que comprende que el teatro nos mueve, refleja, describe y maneja como sociedad también es capaz de entender a la misma colectividad. Y esto es la aportación que esta obra hace a nuestro sistema de organización social, política, humana y de cualquier otro tipo que se nos pueda ocurrir en nuestra día a día. ¡Casi nada!
Crítica realizada por Fernando Solla