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10.10.2018 Críticas  
La proeza de Yende y el talante de Camarena

El Gran Teatre del Liceu inaugura temporada por todo lo alto con I puritani, la última ópera compuesta por Vincenzo Bellini. Una arriesgada y muy estimulante propuesta de Annilese Miskimmon nos traslada de 1653, durante la guerra civil entre puritanos y realistas, a la década de los años 70 del siglo pasado, en pleno conflicto entre protestantes y católicos de Irlanda del Norte.

Ver (y sobretodo escuchar) para creer. La producción de la Welsh National Opera propone una convivencia escénica entre las dos épocas sin apartar nunca el foco del drama amoroso de Elvira y Arturo que, aquí, interpretan con un apasionamiento estratosférico Pretty Yende y Javier Camarena. Una proeza de la soprano y el tenor que impacta todavía más en un contexto en el que la psicosis y el sectarismo irlandés de la Orden de Orange subvierten cualquier aproximación lineal o tradicional al libreto de Carlo Pepoli.

Esta concepto adicional de mantener a los dos alter ego de Elvira, separados por 3 siglos, una vestida de azul de los años 70 y la otra luciendo su traje de novia puritano (muy bien utilizada la simbología e importancia del velo), muestra ambas identidades duplicadas (incluso multiplicadas) y fusionadas. Algo muy temerario teniendo en cuenta que la trama ya es algo compleja y truculenta y que está resuelto con una sabiduría escénica ejemplar. La idea de situar la acción en una especie de colegio o aula vacía resulta muy acertada. De Cromwell y Estuardos a un ambiente mucho más contemporáneo y heredero de los enfrentamientos de entonces. Educación y herencia. A día de hoy, ¿qué sentido tiene o qué posibilidad hay de un final feliz? ¿No tiene más sentido la propuesta de Miskimmon que la de Pepoli/Bellini? Bravo por el atrevimiento y encomio al resultado. El resto de disciplinas son fieles a la idea principal y captan a la perfección los requerimientos de la apuesta ganadora.

Tanto la escenografía como el vestuario de Leslie Travers saben cómo mostrar, mantener y desarrollar la convivencia de ambas épocas. El artefacto escénico es capaz de trasladarnos de un momento a otro y también de moldearse en función del estado mental de la protagonista. En el segundo acto esto resulta especialmente relevante y bien hallado. Una oscuridad muy bien entendida y reforzada por la excelente iluminación de Mark Jonathan nos sitúa también en los recovecos de la conciencia de la protagonista. La coreografía y el movimiento escénico de Sally Lloyd-Jones juegan una función muy importante, ya que en este constante vaivén de entradas y salidas siempre sabremos quién es quién y cuál de las figuras es la real y cuál la proyectada. La dificultad de la interpretación vocal no renuncia a un movimiento que llena todo el espacio, algo que el Cor del Gran Teatre del Liceu también ejecuta en su interpretación con gran habilidad.

Hay que destacar cómo todo el reparto asume y asimila en su interpretación la dificultad añadida de construir a los personajes en esta línea dual sin olvidar nunca los requerimientos vocales. Tanto Gianfranco Montresor como Marko Mimica nos han convencido como el progenitor y el tío de Elvira, respectivamente. Mención especial para Andrei Kymach que tuvo que sustituir a Mariusz Kwiecień en la noche del estreno. El barítono consigue que su Riccardo supere la condición de antagonista y se convirta en malogrado intercesor de un amor frustrado.

Camarena deslumbró dejando atónitos a los allí presentes. Todas sus intervenciones, pero sobretodo «A une fonte afflitto e solo» y su éxito en el salto mortal que supone «Credasi minera» y su re y fa sobreagudos dejaron a los asistentes sin habla. Su apasionamiento no empaña ni las dobleces ni las contradicciones internas de su personaje y consigue que su Arturo sea de los que quita el hipo y un rol que probablemente le acompañe durante mucho tiempo. Un personaje que entre una intervención y la siguiente desaparece de escena durante un tiempo bastante prolongado pero que arrolla y conmueve a partes iguales en manos del tenor.

La locura de Yende es creíble por ser discreta, con pequeños gestos que crean imágenes simbólicas y muy poderosas. La visión de su Elvira arrancando los pétalos de las flores de su ramo de novia o tambaleándose y volteando por el escenario haciendo que las páginas descuajadas de su libro de oraciones floten y se eleven en el aire supone una experiencia extática y maravillosa. Dolorosa y poética. Su mirada es difícilmente olvidable. Su labor es increíble y un verdadero deleite. Una proeza. La soprano no se conforma con desempeñar y alcanzar una coloratura vocal intensa y extremada capaz de abarcar un abanico inmenso de tonalidades sino que realiza una interpretación sentida, catártica, doliente, delicada, comprometida con la propuesta y sublime. Su aria de la locura es de una heroicidad impresionante. Su defensa de «Son vergin vezzosa», «Qui la voce» y «Vien diletto, è in ciel la luna» no la olvidaremos jamás. Un instante privilegiado capaz de explicar y condensar la esencia del bel canto romántico. Del moderato al allegro. De la melancolía a la ilusión. De la candorosa Elvira del siglo XVII a la psicótica del XX. Una prima donna inigualable y un trabajo imborrable de nuestra memoria.

Juntos consiguen que salten chispas y que los espectadores contengan el aliento hasta estallar en los vítores más indisimulados. El gran dueto compuesto por Bellini resulta, en voz de ambos, arrollador e inmenso. «Nel mirarti un solo instante», la recuperación de «A te, o cara», «Vieni fra queste braccia» hasta escuchar el implacable re sobreagudo que estalla con la explosiva consigna amorosa «Tel repito: io t’amo». Espectacular. En este terreno hay que destacar la fidelidad y el tributo con los que la dirección musical de Christopher Franklin interpreta la partitura. Si la perfección existe, aquí estamos muy cerca de conseguirla.

Finalmente, aplaudimos la elección de I puritani para inaugurar el nuevo periodo del Gran Teatre del Liceu. Todavía más fuerte si cabe que sea esta versión la escogida. Una velada importante que marca una línea tan atrevida como sugestiva y alentadora de lo que nos espera. Un material relevante tanto por lo que dice como por el impacto estético e ideológico que suponen sus alteraciones y apreciaciones. Una dirección de intérpretes sublime y que reinterpreta los roles prototípicos y los contextualiza en el aquí y ahora (lo social no está reñido con lo poético) y un empoderamiento de la pareja protagonista muy relevante. Sin duda, una noche de estreno que rememoraremos como la proeza de Yende y el talante de Camarena (y el atrevimiento de Miskimmon).

Crítica realizada por Fernando Solla

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