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08.10.2018 Críticas  
Un mar embravecido y orgulloso

La última tanda de espectáculos musicales que han llegado a Barcelona vienen con fuerza y ganas de quedarse. Proyectos valientes como Maremar en el Teatro Poliorama hacen que el trabajo duro se convierta en excelencia. Y es que, Maremar no es un musical cualquiera. Es la perfección recreada en escena.

Sí, mis queridos lectores y lectoras. Maremar tiene todas las piezas para convertirse en un musical de referencia. Si bien es cierto que Mar i Cel es el musical más recordado en nuestro subconsciente cuando escuchamos las palabras Dagoll Dagom; a partir de ahora, la espectacularidad de su (más que valorado) musical queda relegada y digamos, amenazada, por su último musical.

Dirigida por Joan Lluís Bozzo, Maremar nos narra la historia de una niña (Elena Tarrats) en un campo de refugiados que llora desconsoladamente porque ha perdido a sus padres. La niña, en estado catatónico, se encuentra con un personaje fantástico que se convierte en la palabra, la poesía, Shakespeare… Un personaje (Mercè Martínez) que aparece y trata de devolverla la vida a esta criatura a través de las fábulas regalándole ilusión y esperanza para afrontar el futuro, utilizando a Shakespeare como elemento sanador. Aquí es donde se incorpora la historia de Pericles, Príncipe de Tiro (Roger Casamajor), el héroe que se ve obligado a huir de su pueblo perseguido por el malvado gobernador de Antioquia. Un sin fin de aventuras que nos recordarán a la Odisea entre naufragios y dramas con final feliz con sabor agridulce por la reflexión final de la obra.

Maremar es el caramelo que todo actor de musical desearía realizar. La calidad y exigencia vocal es tan alta que debes transformar los años de estudio en excelencia sin ayuda alguna de orquesta e, incluso, piano. Maremar es un musical que se canta completamente A Capella. Y, dios mío, vaya A Capella. Mención especial en este caso a su director musical, Andreu Gallén, por la fantástica adaptación de las canciones de Lluís Llach.

Es cierto que en algunos momentos se ayudan de la percusión para dotar de dramatismo una escena pero es que esta percusión está totalmente justificada y es necesaria dentro del cuadro que se utiliza. Todo lo demás, durante la hora y media que dura el show, no encontraremos ni un simple piano en escena; ni siquiera una base pre-grabada. Todo ello, se crea de forma vocal. Las armonías, los cánones… Destacar a Elena Tarrats, la primera en proyectar su voz realizando un lloro de entrada del espectáculo de una forma clara, afinada, perfecta, mantenida, real… Y es que no hay adjetivo que pueda ejemplificar lo que La Tarrats realiza en el escenario. Lo único que se me ocurre es maestría. Una maestría que muchos hubiéramos querido tener a su 24 años de edad y que hacen que sea, si no lo es ya, una de las actrices de musical más valoradas y preparadas del género en Cataluña.

Junto a ella, y no menos importantes para la historia, encontramos a un elenco formado por Roger Casamajor, Anna Castells, Cisco Cruz, Marc Pujol, Aina Sánchez, Marc Soler y Marc Vilajuana que ejemplifican, minuto a minuto, un trabajo duro de ensayos que ha dado sus frutos de una forma formidable. Mención aparte merece Mercè Martínez quien, como la diosa Diana, se convierte en el motor principal de la obra narrando, de forma cercana y sincera, la historia que nos muestran.

Efectivamente, que el musical sea enteramente vocal es un gran reclamo. Pero, por otra parte, lo que lo eleva aún más a la excelencia es haber contado con la mano (o mejor dicho, alma) coreográfica de Ariadna Peya. No hay duda alguna que Peya está dentro del equipo creativo. Su coreografía orgánica y reconocible aparece en los mejores momentos de la obra. De recordar es la coreografía de Onades. Un instante lleno de ritmo, temple y fuerza que impregna cada movimiento. La armonía que desprenden las coreografías, incluso las acrobacias realizadas por algunos bailarines, hacen del musical un espectáculo sencillamente apetecible.

En lo que a la escenografía se refiere, Maremar nos presenta una escena sobria y casi vacía. Solamente una tela en la que proyectar imágenes evocativas, una mesa larga, unos fardos y algún elemento de atrezzo resuelven de forma majestuosa una escena cambiante que hace que juegues con la imaginación. Lo mismo ocurre con un vestuario sobrio y sencillo que a veces es acentuado con magníficas túnicas creadas con telas y papel pintado. Ambos trabajos realizados por Alejandro Andújar.

Por último, mención especial a la iluminación y las proyecciones en el escenario. David Bofarull firma una iluminación sencilla y efectiva que ayuda a explicar el dramatismo de la historia de una forma ejemplificante. Por otro lado, Joan Rodón y Emilio Valenzuela (dLux), presentan unas proyecciones que mejoran el acceso a la historia y la conectan directamente de forma emocional al público.

Maremar tiene todos los elementos para convertirse en el nuevo musical icónico de Dagoll Dagom.

Crítica realizada por Norman Marsà

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