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05.10.2018 Críticas  
«Feliçment», una obra de teatro

El Escenari Joan Brossa nos sorprende con Carola, la adaptación teatral de la novela Feliçment, jo sóc una dona de Maria Aurèlia Capmany. Una transformación exacta, concisa y rigurosa que se convierte en valioso retrato dramático de la realidad social que refleja el original, así como evidencia la valía del mismo a día de hoy.

Lo que encontramos aquí es un trabajo meticuloso que demuestra el amor hacia el material de partida y la construcción de un personaje fantástico que condensa realidad y ficción de un modo tenaz y consistente mediante una interpretación magnética que nos deja boquiabiertos. La dramaturgia es generosa y tributaria de la novela. Adaptación y libertad creativa se convierten en sinónimos de lealtad y nobleza hacia el texto. No percibiremos manipulación más allá de la ordenación y selección de fragmentos y esto es fantástico y el mejor obsequio que se puede hacer a la autora y a su obra.

Cuando se elige un texto como este hay una responsabilidad y, por supuesto, un reto: poner en relevancia la importancia del mismo a día de hoy. Su porqué. Feliçment, jo sóc una dona es una novela que transcribió el feminismo de la autora mostrando su militancia a través de la relevancia narrativa para fotografiar o, mejor dicho, radiografiar la realidad social. A través de las clases y los barrios y también de los géneros literarios predominantes en el momento de su escritura. El aquí y ahora de las letras de entonces. Letras escritas por una mujer que creó un personaje que como los héroes describe su periplo y explica sus hazañas. En este caso, la búsqueda de libertad y de la propia identidad, la riqueza y ¿la felicidad? en una Catalunya tan trémula, crispada y convulsionada como los acontecimientos y conflictos nacionales y planetarios que tenían lugar. Casi nada.

Y todo esto está en el texto de Anna Güell, Lurdes Barba y Manel Dueso y en la dirección de la «novel» Francesca Piñón, muy bien apoyada y asistida por Barba y las también actrices Tilda Espluga y Muguet Franc. La labor conjunta es de una magnitud muy relevante. El trabajo de y con Güell como intérprete es sobresaliente. Cómo se muestra, se maquilla y transita por todo el espacio. Cada paso, cada pausa y respiración. Cómo evoca a partir de la entonación de las palabras. Una cadencia entre lo hablado y lo escrito que en ocasiones hará que veamos al personaje y otras lo que escribe/describe. Un fluir magnífico que despierta la escucha como si fuera una lectura y lejos de empañar el ritmo lo magnifica, subvirtiendo sus fronteras del mismo modo como la autora hizo con los distintos géneros convocados. Los matices y gestos faciales son tan pronto lacónicos y desecados como fértiles y empapados, de un calado impenitente (o impertinente y desafiante, como le gustaría decir a Capmany). Una heroína, en definitiva. La caracterización de Àngels Salinas resulta un apoyo fundamental para que todo lo descrito consiga un éxito tan contundente.

La escenografía y vestuario de Montse Amenós no se quedan atrás. La transformación de la sala no es un capricho y nos sitúa en el momento que la dramaturgia y las características del relato que comparte la protagonista requieren. No se trata tanto de un monólogo interior como de ordenar y aprovechar la ocasión para poner por escrito sus vivencias y recuerdos desde el lugar (físico e intrínseco) donde se está ahora una vez ya se ha vivido. Lo real y lo evocado conviven de un modo excelente y permiten a la intérprete ocupar todo el espacio de un modo totalmente inclusivo para el público. Somos los huéspedes de una vida y de todas las personas y lugares por los que ha transcurrido. De algún modo, pasamos a formar parte de la fotografía. Elementos como la máquina de escribir o el espejo son claves para dotar de unidad a la propuesta. Sutil y muy evocador también el espacio sonoro de Bárbara Granados, capaz de situarnos musicalmente en la época retratada con apenas unas notas.

Finalmente, aplaudimos tanto la valentía (incluso osadía) de la empresa como el resultado y envergadura conseguidos. Un trabajo que nos empuja e invita a correr a las librerías a conseguir un ejemplar de la novela de Capmany y que debería incluirse a modo de prólogo o anexo a la misma. A partir de Carola no evocaremos otro rostro que el de Anna Güell u otra voz que la la actriz cuando leamos las palabras de la autora. Y alabanza también para Francesca Piñón, cuyo estreno en la dirección no podía dar mejor resultado.

Crítica realizada por Fernando Solla

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