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27.09.2018 Críticas  
Toda una vida con Mario

Clásico entre los clásicos del teatro patrio, Cinco horas con Mario lleva representándose 39 años, con el verbo de Lola Herrera en su mayoría, siendo la Menchu que Miguel Delibes aceptó como la excelente personificación de su creación literaria. Esta despedida de Lola a Carmen es una cita obligada para todo buen y mal amante del teatro.

1966. Interior. Noche. Carmen Sotillo (Lola Herrera) se encierra en la sala en la que se ha velado a su marido Mario, y pasará en este lugar hasta que el reloj marque y haga sonar cinco campanadas, repasando su vida en común. Menchu descarga sobre el cuerpo presente de Mario todos los reproches que nunca verbalizó, cumpliendo con lo que se esperaba de ella como una «mujer de bien».

El sobrio espacio escénico de Rafael Palmero, es consciente de que aquí la protagonista es la mujer que vela y sus palabras; discreta es también la iluminación de Manuel Maldonado y el sonido de Mariano Díaz (con tenue intervención musical de Luis Eduardo Aute), que poco tienen que adornar la presencia de Lola Herrera durante os 80 minutos del montaje. El escenario es Carmen dentro del «Tiburón» rojo de Paco, que es aquí, la propia Lola Herrera: brillante, veloz oradora, y entregadísima al personaje con la dirección de Josefina Molina.

Pisar el escenario con 83 años, montada sobre unos tacones como lo hace Lola Herrera, debe ser el sueño de toda actriz devota de su profesión. La evolución de Carmen Sotillo, enmarcada en la cuarentena, y doblada en edad por la actriz que la interpreta, y olvidarnos de la edad real, no es un mérito, es un superpoder. El movimiento de Herrera sobre las tablas del Teatro Bellas Artes, englobando el registro desde la mediana edad a la madurez que Menchu representa hacia el final, sin intervención del maquillaje, y solo con la acción de dejar de lado los tacones y calzarse unas zapatillas de andar por casa, es magia interpretativa.

Las Cinco horas (de Carmen) con Mario, son la transición de todos los años que no pasarán una quejándose al lado del otro, viendo la vida pasar. Todos los reproches que Carmen ha ido atesorando, como la inexistente cubertería para las visitas, van cayendo en el mismo saco roto de su amor, cuestionable pero fiel. Mario no tenía la hechura de Paco, ni la lujuria de Eliseo San Juan, pero se mantuvo a su lado todo el tiempo, siendo un nido de insatisfacción y un elemento vergonzante (la confesión sobre esa única vez que pisaron una playa es descacharrante), pero siendo su marido.

Dejaré de lado la parte crítica de la propia Carmen Sotillo, una clasista, cotilla, racista y protestona, porque Carmen es a su tiempo, la otra cara de la moneda que fue, por ejemplo, la Josefina Manresa de «Los días de la nieve» de Alberto Conejero. Cinco horas con Mario es simplemente un relato de amor, y el retrato de una mujer en una época. Bastante tiene Carmen encima, y bien tiene su merecido al final del texto, como para dilapidarla por ser un ejemplo de malas maneras.

Esta es la última vez que podremos ver a Lola Herrera como Carmen Sotillo, y parece que es la definitiva ya, y puedo enorgullecerme y poder decir que yo estuve ahí, viendo cómo una actriz interpretaba no solo un papel, sino el papel que ha marcado su trayectoria vital y artística. Curiosidad es lo que tengo por ver quién recoge el testigo definitivo de Menchu, pues este personaje no es uno cualquiera en la carrera de un actriz, sino el buen fantasma que la persiga el resto de su vida.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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