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07.09.2018 Críticas  
Votar o no votar

Inaugura tercera temporada el Teatro Kamikaze con toda una declaración de intenciones, no dejar indiferente a nadie. De la mano de Álex Rigola llega una versión libre del clásico de Henrik Ibsen. Un enemigo del pueblo (Ágora) pone al espectador en un brete. El debate pasa del escenario a la platea y continua una vez terminada la función.

La ética sobrevuela a los espectadores mientras localizan sus localidades. Después de los recordatorios de apagar móviles y el tráiler informativo al que nos tienen maravillosamente acostumbrados los Kamikaze llegará el momento de poner a jugar la democracia. El público, equipado con papeletas verdes con un sí y papeletas rojas para un no deberá votar y mojarse. Tres preguntas bien elegidas, expuestas con claridad, para llegar a la pregunta decisiva. No voy a destripar el tema, pero si contarles que la votación puede resultar en la suspensión inmediata de la obra y que todos nos vayamos a casa, sin reembolso de las entradas. La mayoría decide, y ojo que no es broma.

Una vez resuelta la votación y acatando el resultado se procede a la representación de esta versión libre y liberada de Un enemigo del pueblo. La historia de ese balneario que enriquece a un pueblo entero, pero que ante un informe que certifica que las aguas están contaminadas y suponen un peligro para los clientes, se debe decidir si publicar esa información en el periódico local, o más bien ocultar la información dadas las graves repercusiones económicas. Los intereses en juego llevan al debate. Lo interesante de este montaje es que el debate tiene lugar en la platea, con el público como participante. El teatro pasa a ser el ágora, y los personajes venden sus razonamientos. El traslado a la escena política actual, a la manipulación de los medios, la validez del sufragio universal, la capacidad intelectual de la mayoría. Todo es tan actual que cuesta creer que estemos ante un texto publicado hace más de cien años.

Escenografía sobria, apenas una pizarra donde apuntar los resultados de las votaciones, las palabras ética y equidad sujetas en las putrefactas aguas del balneario y un elenco que destila naturalidad pasmosa. Nao Albet y Óscar de la Fuente son los editores del periódico local, deseosos de publicar el bombazo, pero recelosos ante las consecuencias. Libertad de expresión que deja de ser tan libre cuando la economía está en juego. Francisco Reyes como líder de los autónomos confiesa tener miedo y ¿quién no? Irene Escolar con esa pasmosa naturalidad y calidez se niega a hacer pública la información. Israel Elejalde es quien denuncia y cuestiona todo el sistema. En un discurso que impresiona consigue espolear las conciencias de toda la platea. Este es un montaje muy Rigola, muy de cara a cara al espectador. Está claro que ha querido incomodar, que la masa de la platea no sea una masa pasiva, que piense, que se moje. El conjunto funciona como una bomba de relojería y eso es gracias a la implicación de ese elenco que destilla tanta naturalidad que es casi imposible definir donde termina el actor y empieza el personaje.

La obra sigue viva una vez terminada la ovación, es complicado no dejar de pensar en algunas de las cuestiones planteadas. Utópicas muchas, plausibles y deseadas otras tantas. Discutirlas alrededor de una mesa con amigos se impone tras el zarandeo de Un enemigo del pueblo. Dan ganas de sacarse un abono para ver todas las representaciones (o por lo menos las que la democracia permita representar) para escuchar los cientos de razonamientos interesantes que se van a quedar en esa platea transformada en ágora.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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