El Gran Teatre del Liceu cierra la temporada con La Favorite. La grand opéra de Gaetano Donizetti nos llega con una puesta en escena en la que se prioriza la escucha musical y la envergadura del canto. Clémentine Margaine y Michael Spyres debutan en la casa y sorprenden tanto vocalmente como a nivel interpretativo.
La dirección escénica de Derek Gimpel no se duerme en los laureles y nos propone una puesta muy aséptica y neutra. La escenografía y el vestuario de Jean-Pierre Vergier se centran en marcar la época y el rango de los personajes y aciertan en su mezcolanza entre una puesta más tradicional y la maquinaria para aportar cierta espectacularidad con los artilugios escénicos, como el barco con el que Fernand se encuentra con Léonor. Que el mismo bloque escénico se muestre en distintas posiciones que variarán en cada acto, aporta un interesante contrapunto en cuanto a punto de vista. Sin grandes elucubraciones, no se opta por un retrato historicista de Santiago de Compostela y si por algo mucho más alegórico. En gran parte, esta escenografía favorece la frontalidad, algo que para los intérpretes es importante ya les permite centrarse en el canto. La iluminación de Dominique Borrini consigue abrazar la intimidad necesaria para reforzar el protagonismo del triángulo amoroso.
De algún modo, la decisión de incluir el ballet completo pero sin atisbo de danza convierte la velada en una suerte de conferencia escénica o audición musical. La música hay que escucharla para sentirla y para comprenderla. Patrick Summers realiza un muy buen trabajo con la Orquestra Simfònica y la escucha de estos fragmentos entre acto y acto con la sala prácticamente a oscuras y con el telón bajado resulta aunque algo desconcertante al principio muy ilustrativa de la intención de todos los implicados. El eterno debate entre los más puristas sobre la validez o no de la coreografía de un ballet en mitad de una representación operística. Una opción más posible que rotunda aunque justificada gracias al excelente trabajo de la orquesta y de su director.
Gimpel sí que consigue que el ritmo se desarrolle in crescendo, especialmente en los dos últimos actos. Esto sucede porque la expectación que despiertan los intérpretes se cumple y con buena nota. Markus Werba nos obsequia con un Alphonse XI que nunca cae en la caricatura del antagonista prototípico. Destaca en el aria “Vien, Leonora” y en el dúo con Léonor “Quando le soglie… In questo suol a lusingar tua cura”.
La tesitura de Michael Spyres se mantiene firme durante toda la ópera, destacando en los sobreagudos y adornando con gusto y tino todas sus intervenciones sin caer en un ejercicio ególatra o contraproducente. Un héroe romántico que nos convence siempre, incluso como novicio. Su efusividad romántica destacó cuando compartía escena con su compañera titular. A destacar el dúo “Ah mio bene” y su muy aplaudida “Spirto gentil”, en la que Spyres no sólo se enfrentó a una de las arias más hermosas para tenor lírico sino que emocionó al público con su sensibilidad y el buen hacer de su Fernand. A su vez, la mezzosoprano Clémentine Margaine demostró una seguridad irreprochable en todas sus intervenciones. Vocalmente dejó a todos los allí presentes extasiados, especialmente con “O mio Fernando”, “Dal rio doloro” y el hermosísimo dúo final “Ah va, t’invola”. Su interpretación estuvo a la altura y aporto veracidad y verosimilitud en todas las reacciones de su personaje. Una gran pareja protagonista para dos debuts exitosos y muy bien recibidos que seguro que son el preludio de futuras y muy felices visitas al Gran Teatre del Liceu.
Finalmente, y aunque la puesta en escena de Gimpel descarte la espectacularidad gratuita en beneficio de la partitura, la potencia de este imposible triángulo amoroso se mantiene intacta. La dirección musical de Summers y el trabajo de Margaine, Spyres y Werba se convierten en meritorios embajadores del trabajo de Donizetti y aportan calidez y equilibrio al libreto de Royer, Vaëz y Scribe. Un buen cierre de temporada.
Crítica realizada por Fernando Solla