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16.07.2018 Críticas  
Cuando el absurdo se hace tan apetecible

Después de ver el último trabajo como actor de Pere Arquillué, en la versión de Blasted de Alícia Gorina que se estrenó este año en el TNC, donde aún estamos con el estómago encogido, la boca abierta y tragando saliva, ahora de nuevo nos vuelve a encandilar con su estreno en la dirección de dos pequeñas obras del autor Václav Havel: Audiència i Vernissatge.

Havel, dramaturgo checo que pasó cuatro años en prisión, llegó a ser elegido presidente primeramente de Checoslovaquia y posteriormente de la República Checa hasta que acabó el mandato en el 2003. Sus experiencias vividas así como la influencia de sus maestros (particularmente Jan Patočka) se reflejan fuertemente en sus textos y se perciben especialmente en estos dos libretos cortos que ahora se representan en La Villarroel de Barcelona.

Havel juega, sin duda alguna, al teatro del absurdo. Pero, a la vez, usa sus historias para incitar a la reflexión al espectador. Sin ánimo de aleccionar pero sí de que el público se haga preguntas y busque sus propias respuestas trata de sumergirnos en nuestra propia situación vital y plantea cuestiones esenciales sobre el ser humano y como mantener su identidad.

Arquillué ha contado con un elenco de lujo para asegurarse que su estreno cumple las expectativas. En ambas historias cortas el protagonista es el mismo, Vanek, alter ego de Havel, y que un Joan Carreras en estado de gracia interpreta metódicamente. El personaje que Havel escribió está metido en la absurdidad de su entorno pero tiene que parecer que vive en un universo racional a la par que es obligado a normalizar toda lo incoherencia que le rodea. Carreras lo borda. Y lo hace casi sin apenas texto. Pero su impasible expresividad en Audiència y su movimiento pausado que dan el contrapunto en Vernissatge lo ha conseguido que se gane todo mi respeto como uno de los grandes actores del panorama catalán, reafirmando lo que ya veníamos viendo estos últimos años con interpretaciones anteriores tanto cómicas como dramáticas (léase “Las bodas de Fígaro” o “Ivànov”) que ya le habían sumado muchos puntos.

Junto a él, nos quitamos también el sombrero con un Josep Julien que se compenetra a la perfección con Carreras y que además nos regala dos personajes totalmente opuestos y que ejecuta a la perfección: el jefe de Vanek en la fábrica de cerveza de Audiència y el amigo consumista y moderno en Vernissatge. El nos regala algunos de los momentos más extremadamente cómicos de la obra y que gestiona con una facilidad donde es evidente la experiencia que le avala. Junto a ellos, Rosa Gámiz completa este elenco y un triangulo que vemos que se entiende a la perfección sobre el escenario.

Arquillué arriesgaba eligiendo estas dos pequeñas dramaturgias para estrenarse al otro lado de la escena. Pero siendo que el había disfrutado de estas lecturas, es evidente que podía llevar a cabo un proyecto así y salir airoso y triunfante con ellas, como ha sido el caso.

Audiència y Vernissatge se disfrutan si eres amante del buen teatro, de la comedia, de la aparente irracionalidad y si eres de los que después te gusta darle vueltas a lo que has visto y buscarle una explicación. Es una función totalmente recomendable y desde aquí aplaudo a los valientes como Arquillué que arriesgan para conseguir hacer obras así.

Crítica realizada por Diana Limones

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