El Mercat de les Flors acoge dentro del Grec Festival de Barcelona la visita de uno de los creadores referenciales del circo contemporáneo. La asistencia a Minuit supone una experiencia que va mucho más allá de lo contemplativo y se convierte en la manifestación física de una serie de sentimientos e inquietudes vitales que aquí se expresan de un modo alegórico y tangible al mismo tiempo.
Que el CCN2-Centre Chorégraphique National de Grenoble recale en Barcelona supone una ocasión privilegiada para disfrutar del trabajo y la visión circense de Yoann Bourgeois. El dominio interdisciplinar de lo simbólico y figurativo resulta apabullante. Cómo a partir de la mínima expresión escénica se consiguen momentos de verdad absoluta es algo digno de admirar. Valiéndose de una imaginación desbordante se logra hilvanar un discurso sobre la pesadumbre de lo cotidiano y el refugio feliz e ilimitado en el que puede convertirse un instante escénico que siempre se mostrará a partir de una necesidad suspensoria de los cuerpos de los artistas. El anhelo y posibilidad de consecución aérea.
La ilusión de parar el tiempo. Si tuviéramos que resumir el espectáculo en una frase, seguramente sería esa. La concepción sonora de Antoine Garry tiene mucho que ver y aporta una gestión tan original como adecuada. Laure Brisa interpreta sus propias composiciones musicales en directo (también algunas de Philip Glas). Acordes e inflexiones vocales excelentes que se expandirán y superpondrán gracias a un efecto sintetizador y amplificador muy oportuno y hábilmente integrado en la ilusión corpórea que desarrollará el resto de intérpretes. Lo mismo sucede con los distintos objetos mecanizados que cobrarán vida ante nuestros ojos, así como con el muy acertado uso del humo escénico. Aportaciones estética y narrativamente muy relevantes.
La implicación de Brisa, Jean-Baptiste André y Yurié Tsugawa en el proceso creativo resulta evidente. El acompañamiento escénico que realizan el uno del otro resulta muy emocionante. Además, cada uno de ellos logrará momentos imborrables y siempre nos transmitirán esa inquietud vital. André consigue recrear situaciones espléndidas tanto al lado de sus compañeros como cuando interactúa con el mobiliario escénico (esas sillas, qué indomables son). Tsugawa se transforma, así como sus movimientos, integrándose dentro de la maquinaria y convirtiéndose en una magnífica y asombrosa peonza. Podría ser una coreografía y el que busque un espectáculo de danza no saldrá decepcionado, pero el mayor triunfo de Minuit es que, por fin, todo pasa por el tamiz del circo como arte escénica a reivindicar y en constante desarrollo.
En el caso de Bourgeois, la imposibilidad de verbalizar sus pensamientos a pesar de los distintos micrófonos a los que accederá nos regala grandes momentos, muy esclarecedores de lo que quiere manifestar. Su ascensión final por esa suerte de escalera y la coreografía aérea que se establece entre ella, su cuerpo y el uso de la cama elástica propicia el que probablemente sea el movimiento y trabajo corporal más hermoso que hemos podido contemplar en mucho tiempo. Pura poesía a partir del desplazamiento corporal en suspensión y abrumadora adecuación física del director e intérprete. Mágico.
La inclusión de la voz en off terminará de redondear la propuesta, acercándola a una suerte de conferencia circense sobre el momento en el que se llega al punto álgido de este recorrido para volver a caer. La búsqueda incesante del artista que de algún modo mirará e imaginará su futuro, superándolo y convirtiéndolo en pasado. Esta idealización que se busca (y se encuentra) no sería posible sin el diseño de iluminación de Jérémie Cusenier. Su trabajo consigue pasar inadvertido y al mismo tiempo crear y mantener siempre el tono íntimo que requiere la propuesta. Los cambios de intensidad lumínica así como la localización de los puntos de luz resulta un muy buen contrapunto expresivo a los requerimientos del creador.
Finalmente, y por todo lo descrito hasta aquí, Minuit nos ha sorprendido, incluso sobrecogido. Resulta muy emocionante descubrir la visión artística, física y sentimental de Bourgeois. También su gran talento para elegir los distintos artilugios y artefactos escénicos y sobretodo para hacerlos interactuar con los intérpretes y recrear distintas situaciones que nos mantienen entre hipnotizados y partícipes. Por último, la inclusión del espacio donde sucede la función y la utilización de la infraestructura completa convierten al Mercat de les Flors en protagonista de excepción de tan feliz acontecimiento. Una calurosa acogida para un espectáculo tan singular como indispensable.
Crítica realizada por Fernando Solla