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09.07.2018 Críticas  
Messiez o el antídoto contra la aflicción

El Teatre Akadèmia acoge el feliz retorno de Pablo Messiez a nuestra cartelera dentro del marco del Grec Festival de Barcelona. Muda es una pieza sensible y delicada sobre el combate y la convivencia del ser humano con su soledad. Un montaje que comprende las necesidades del material que se trae entre manos nos hace partícipes de lo que sucede en escena de principio a fin.

El autor da una lección metalingüística sobre la sociedad contemporánea. De una sociedad que, cada vez más (y gracias a creadores como el que nos ocupa) asimila a personajes, público y dramaturgos. La humanización a partir de la dramatización de las inquietudes comunes y subjetivas. De lo que nos acerca y a la vez nos hace únicos. Originales pero alcanzables y empáticos al mismo tiempo. El que habla y el que calla. El que escucha y el que implora atención. Manifestaciones opuestas de una necesidad de nuevo compartida.

Un conserje y dos inquilinas. Una recién llegada y otra que ya hace años que está instalada. El vacío del espacio que ocupamos como símil del nuestro interior. El espacio escénico como único lugar posible para romper estas paredes (físicas y no) impuestas, autoimpuestas o ambas a la vez. La escenografía e iluminación de Laura Clos “Closca” aportan un punto de vista muy interesante y para nada obvio y que de un modo idóneo se convierte en una lectura perfecta de todas las ramificaciones de la pieza. Un espacio del que progresivamente se eliminarán las fronteras y paredes invisibles y pasará a ser compartido, como el de los intérpretes en escena. Fronteras físicas que se esfumarán a la vez que los vínculos entre estos tres seres se estrecharán de algún modo u otro. Mención especial para la iluminación, que evidencia por contraste lumínico lo tenebroso y abismal de los estados de ánimo de los protagonistas.

La pieza sabe cómo extraer de la novela en que se basa la fascinación por el personaje mudo que sienten los protagonistas en El corazón es un corazón solitario de Carson McCullers. Una vuelta a la comedia de tresillo y papel pintado que nos aprieta en ocasiones pero que termina robándonos el corazón. De un modo tímido al principio quizá pero completa y progresivamente arrebatador. El golpe maestro de Messiez es su gran dominio de una metateatralidad genuina, transversal y muy presente en el desarrollo de la narración pero nunca verbalizada explícitamente. La traducción de Marc Artigau traslada las especificidades estilísticas del original de un modo exquisito. Además, el espacio sonoro de Dani Nel·lo consigue que la música ocupe el plano necesario en cada momento, más enfático o retirado según corresponda.

En combinación, se consigue plasmar a través del soporte de todas las disciplinas al desarrollo de los personajes esa necesidad de ensayar e incidir lo que queremos configurar como nuestra realidad. Ficción y proyección hacia los demás de nuestra aflicción vital. La dirección de Mercè Vila Godoy acierta sobretodo en el ritmo que consigue imprimir a la obra. Siempre fiel al texto y priorizando a momentos las situaciones y a momentos los personajes. Capta a la perfección la paradoja de la deconstrucción de cualquier tipo de lenguaje y estructura mínima de comunicación. Los hallazgos de Messiez encuentran en la directora a su mejor embajadora posible.

El trabajo interpretativo es crucial para el éxito de la propuesta. Y en este terreno todos consiguen plasmar la aflicción de estos seres urbanitas pero que necesitan vivir en interiores, mostrando todas sus dobleces y progresión y, lo más difícil, esa luminosidad necesaria entre tanta aflicción. Tres creaciones que permiten indagar en tan profundo universo de un modo particular pero muy alineado con los requerimientos e intenciones del autor. María Lanau, Jordi Rico y Gloria Sirvent rehúyen la afectación y saben mostrar tanto a su personaje como al personaje que cada uno ha creado para interactuar con el resto. La primera plasma desde el primer momento la necesidad y urgencia oculta tras la verborrea. El lenguaje no verbal de Sirvent es conmovedor, así como el resto de su composición. Rico no se queda atrás y nos regala junto a su compañera una de las declaraciones de amor más arrebatadoras que recordamos, tanto por el tono empleado como por la captación de esta poética de la cotidianidad. Muy buen trabajo de los tres. Emocionante cómo consiguen plasmar el sistema comunicativo multilingüe de Messiez.

Finalmente, resulta muy reconfortante encontrarse con un texto como el de Messiez. Su poética de lo cotidianidad intrínseca trasciende de un modo muy especial. No se trata de regocijarse en la angustia vital que nos provoca el miedo a la soledad ni de elaborar un tratado psicológico al uso sobre la conducta humana y sí de mirar con esperanza pero sin condescendencia a tres personajes a los que se les ofrece la posibilidad de luz tras la incesante búsqueda. Una caricia que sana la herida. Y una muy saludable y valiosa aplicación de la ficción dramática como apósito liberador de la inercia humana hacia la monotonía, el hastío y la depresión.

Crítica realizada por Fernando Solla

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