Supongo que verbalizar nos ayuda a caminar correctamente por los vericuetos de nuestro pensamiento. No sé si a Javier Gomá esto le sirvió cuando escribió Inconsolable, pero lo que sí sé es que escribir en primera persona y con el don la mirada (y la pluma) puesta hacia sí le ha conseguido este trabajo redondo y magnífico que visita las tablas del Teatre Romea de Barcelona.
A raíz de los sentimientos que afloraron tras la muerte de su padre, cuando él ya rondaba los 50, Gomá escribe un monólogo en el diario El Mundo que posteriormente convierte en una dramaturgia producida por el Centro Dramático Nacional y de la que Ernesto Caballero se encargará posteriormente de dirigir en el María Guerrero de Madrid. Un monólogo de 80 minutos que cubre un itinerario; el de los 40 días posteriores al fallecimiento de su padre y que camina por los sentimientos de alguien que experimenta una vivencia así.
El texto rezuma elegancia en cada vocablo y está tan pulcramente redactado que el espectador es capaz de simpatizar con cada expresión aún sin haber sufrido esa misma experiencia. Cada definición de sus sensaciones llega tan adentro que la platea continuamente aguanta la respiración excepto para sonreír (o reír) en los momentos en que el texto rompe su distinguida dureza con alguna frase simpática o alguna irónica ocurrencia.
Al fabuloso texto, se le suma la esmerada dirección que Caballero ha llevado a cabo consiguiendo un montaje que se va descubriendo por sorpresa a medida que pasan los minutos y el personaje nos va revelando sus más íntimas confesiones. Los tempos son idóneos y bien distribuidos. Durante una larga (pero cómoda) introducción solamente veremos al personaje caminar sobre el escenario y contarnos con enorme entereza el principio de ese itinerario para, a continuación, dar paso, ya pasada más de la mitad de la obra, a las turbulencias emocionales que experimenta a medida que pasan los días. Estas últimas son acompañadas por un original, e inicialmente sutil, cambio en el espacio escénico que le da la vuelta a la obra de pies a cabeza y que nos regala una transformación total de todo lo que hasta ahora parecía estar bajo control. Además de esta fantástica escenografía de Paco Azorín (uno de los habituales en Madrid), sencilla, pero que disfruta de los pocos elementos que se necesitan para abrigar la presencia del actor, se merece también una alusión el espacio sonoro que ha creado Luis Miguel Cobo y que acompaña con diversas composiciones cada sentimiento expresado. Todo el conjunto convive con una extraordinaria fluidez y se presenta con tal elegancia que hacen que un tema tan doloroso como la pérdida del progenitor sea incluso agradable a nuestros sentidos.
Evidentemente, a este todo le falta la mención del excelente trabajo a cargo de Fernando Cayo, quien con su formación (entre otras) en la tragedia griega nos ofrece una cercana a la vez que pulcra interpretación que a momentos sabe a contemporánea y a momentos evoca una de esas tragedias y que consigue generar ese sentimiento de definitiva empatía por el que queremos pasar cuando nos sentamos a ver teatro. Su dicción y su expresión, ambas son de alguien que ha querido entregarse a este proyecto y eso se evidencia en el resultado. Su comodidad ante y con el público y la cercanía que percibimos es equiparable a la que vives cuando disfrutas de un actor en una sala pequeña, solo que aquí estamos en un teatro como el Romea.
Definitivamente, el conjunto es inspirador, es un trabajo excelente y se percibe de principio a fin escrito desde el corazón. Un proyecto con producción en Madrid que nos encanta alojar en nuestra ciudad y que nos acerca a un estilo de teatro que nos cuenta cosas de maneras algo diferentes. Es un verdadero placer poder disfrutar de estos intercambios que nos hacen crecer el alma, pues a pesar de que uno se pueda sentir Inconsolable en momentos así, la verdad es que en el fondo ser escuchado siempre nos concede algo de consuelo. Todos mis respetos, en especial a Gomá, y gracias por transformar la propia aflicción en una opción de disfrute para el resto.
Crítica realizada por Diana Limones