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18.06.2018 Críticas  
Espectacular colofón de temporada

La Sala Flyhard acoge un texto de Yago Alonso y Carmen Marfà. Ovelles explica en clave de comedia cómo una herencia puede llegar a evidenciar la frustración latente de una generación urbanita e insatisfecha con su estilo de vida. La unidad o desunión fraternal y familiar servirán de ejemplo para repasar los estragos de la crisis del individuo y la recesión económica.

Alonso y Marfà nos sorprenden por su capacidad de observación, tanto en el terreno íntimo como en el público. Cómo a partir del caso individual y ficticio de los personajes se puede entrever y confrontar el recorrido real de una generación que comprende una franja de edad concreta pero amplia es realmente admirable. De un modo asombroso y en apariencia anecdótico e involuntario la ficción que veremos parece el reflejo de una consecuencia directa para aquellas personas a las que la crisis económica las ha alcanzado justo en el momento en el que se suponía que tocaba el desarrollo profesional.

Cómo esto ha afectado a su configuración como individuos y a su relación con el mundo, el entorno y el prójimo. La gestión de la decepción y el autoengaño tanto en las relaciones de pareja como en el ámbito laboral. Un equipaje invisible cada vez más pesado que sale a la luz del modo más inesperado. El concepto de herencia tiene mucho que ver. No sólo la explícita sino la implícita. Los golpes que vamos acumulando durante el recorrido por nuestra vida adulta cuando los factores externos (y a veces los internos) no acompañan. Tanto el texto como la dirección de ambos han sabido hacer de la alusión su consigna y han logrado vehicular todo el desarrollo narrativo de la pieza como si de una comedia de situación se tratara. Las risas, las pone el público.

El poso que queda al salir y que persiste y se fortalece con el paso de los días es algo vinculante tras la asistencia. Las conexiones que establecemos con los tres personajes hacen que nuestra experiencia previa pase a ser compartida al mismo tiempo que cada uno va mostrando sus cartas. Decía Oscar Wilde que la comedia no es sino la tragedia más el paso del tiempo. Y así lo viven ellos y, por supuesto, los espectadores. Genial el reflejo de los prejuicios, el recelo y los escrúpulos entre el contexto rural o agrario y el urbano. También las vinculaciones familiares entre ambos ámbitos y comunidades o territorios (de nuevo la herencia). Y no menos significativa y elocuente, aunque totalmente implícita, la fábula o asimilación del destino de los animales titulares y los personajes. No deja de ser algo macabro y angustioso, incluso sórdido, el aprendizaje o moraleja que podemos sacar si asimilamos el recorrido de los cuadrúpedos con el de los humanos (incluido el público). Y repetimos, todo en tono de comedia.

Esto sucede gracias a tres interpretaciones todoterreno y muy alineadas y compenetradas tanto entre sí como con el formato y el argumento de Ovelles. Tres estilos propios para desarrollar a tres personajes distintos que se conectan, escuchan y retroalimentan de un modo excelente. La dificultad o reto sería en este caso que el desarrollo de todos ellos se debe mostrar de modo inverso. Es decir, a medida que avanza la narración veremos cómo se desmontan y despojan de cualquier actitud o pose adquirida para mostrarse entre ellos, ante sí mismos y con nosotros. En esencia y en presencia.

Un placer encontrarnos de nuevo en este espacio con Albert Triola. Su interpretación consigue que no perdamos gesto, mirada o coma. Enfático cuando toca y más sutil cuando conviene. Sabe aprovechar la cercanía del espacio y es el que más se suelta para naturalizar la convivencia entre forma y fondo en la creación de su personaje. Gemma Martínez consigue captar nuestra atención de un modo creciente y progresivo. Entre ambos, establecen un vínculo (muy bien reflejado también en el texto) que provocará que tengamos a sensación de estar contemplando algo privado. Esta intromisión la compensa la capacidad para generar empatía de la propuesta. Biel Durán juega muy bien con el distanciamiento inicial que le reservan los autores a su personaje para ir reclamando su espacio de un modo paralelo al del tercero en discordia de este retrato familiar. Un balance muy bien llevado y un verdadero festival de réplicas, miradas e ideas.

Finalmente, Ovelles nos engancha desde el primer momento y nos sorprende por su desarrollo a tiempo real. Una vez más, el diseño de iluminación y espacio sonoro de Xavi Gardés consigue amplificar las connotaciones imperantes en la estructura narrativa y conceptual. La ilusión que genera a través del audio y la iluminación consigue proyectar verdaderas imágenes en nuestra imaginación. De nuevo alusiones, en esto caso al audiovisual doméstico. Un detalle muy vinculado al tono imperante y que nos incluye de un modo definitivo (nunca mejor dicho) en la función.

Crítica realizada por Fernando Solla

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