La Seca Espai Brossa acoge la nueva producción de Les Antonietes. Vuelve a Shakespeare aunque, en esta ocasión, la adaptación que Oriol Tarrasón ha realizado de Othello cuestiona tanto a los personajes como a la misma pieza. Una alineación rotunda de los elementos escénicos y unas interpretaciones muy matizadas redondean una propuesta dónde destaca Desdémona.
El moro y la puta. El odio manifestado en múltiples formas, principalmente la xenofobia, el machismo y los celos. El desprecio a partir del etiquetado. La versión de Tarrasón sorprende por su capacidad para integrar su punto de vista en el argumento de la pieza. Se centra en los tres personajes centrales (Othello, Desdémona y Yago) sin que la tijera afecte lo más mínimo al resultado final. Sabe cómo vehicular su discurso con un vocabulario adyacente al que usaríamos hoy en día y en todo momento adecuado a los estamentos políticos y al estatus social que se les supone a los personajes. También integra la denuncia siempre priorizando el poder dramático para zarandear y cuestionar. No se busca comprensión hacia ellos ni victimización o exculpación de los culpables. Los celos no son excusa. Mucho menos ese individualismo que parece atribuirnos legitimidad, superioridad o disculpa cuando los otros ocupan (o creemos que lo hacen) lo que querríamos que fuera nuestro. Especialmente en el terreno político (y por extensión en cualquier oficio con jerarquía piramidal o vertical) y en el afectivo. Dominar, poseer, controlar. Las inseguridades o debilidades no despenalizarán nuestros actos. ¡Ya era hora!
El poder corrompe pero siempre hay alguien que se deja corromper. Hay muchos Yagos a nuestro alrededor, pero también es cierto que, si no hubiera Othellos, poco podrían hacer. Nuestra actualidad política es claro ejemplo. Desdémona no lo tiene tan fácil, aunque también se cuestionará a sí misma y a su marido. Una función cocida a fuego lento y que trabaja de forma conjunta la escritura de los personajes y la interpretación de los artistas de un modo ejemplar. A los personajes los dibuja a partir de las acciones que cometen, dejando las valoraciones a juicio del público, al que se interpela hablándole directamente. De nuevo, hay que destacar el gran aprovechamiento de las situaciones argumentales para posicionarse a través de la construcción dramática. También el reflejo de cómo nos mostramos contradictoriamente en el espacio público y el privado. No es una reducción sino una recapitulación de lo esencial y relevante a día de hoy. En un momento en el que admitimos términos como “posverdad” para maquillar su naturaleza de embuste, un texto como el que nos encontramos aquí resulta eminentemente revelador. Una mentira emotiva no es verdad. No puede serlo. Es mentira. Disfrazar de persuasión la manipulación es mentir a conciencia. Aunque lo diga Shakespeare.
Òscar Intente y Arnau Puig crean a sus personajes y los enriquecen a partir del juego de poder que se establece entre ambos. El primero muestra su vulnerabilidad de un modo progresivo. Transmite toda la profundidad y recorrido tanto a través de la voz como de la mirada. Muy verosímil en todo el proceso y sin disculpas ante unos hechos que, por muy inducido, comete él. Puig, en cambio, se muestra desde un primer momento tal como es. Su odio y su avaricia. Ha sabido transmitir al Yago de Tarrasón sin embellecerlo ni recurriendo a lo bufonesco. Su sufrimiento es el que le infligen su avaricia y su odio. No lo justifica de ningún otro modo ni tampoco maquilla sus motivaciones. Muy buen trabajo y alineación con las directrices y la finalidad de pieza.
El dibujo e interpretación de Desdémona es muy impactante. Su final ya nunca más será un daño colateral de la trama ni una efecto secundario del argumento principal. Annabel Castan ha captado toda la intención y urgencia del texto y consigue personificar (y validad a través de la naturaleza de clásico shakesperiano del rol) su punto de vista. Ahí radica la contemporaneidad de la versión. Una argumentación rotunda en forma de personaje teatral. Especial y fantástica en todas sus escenas, su tramo final es impresionante. Su discurso (gran aportación de Tarráson) es tan estremecedor como efectivo. Y su manera de transmitirlo, mirándonos con unos ojos abnegados en lágrimas silenciosas consigue crear la ilusión de que no podrá haber más víctimas. La actriz consigue hacernos creer con su interpretación que su personaje se sacrifica por todas las demás. Mostrándose de un modo tan veraz y sencillo como icónico y portador de la verdad absoluta de todo el género cuando se enfrenta a cualquier muestra de violencia. Su devenir no puede ser ya más una rutina ni un patrón que se repita. Su aportación y construcción de una mujer que cuestiona y razona, con iniciativa sexual cuando así se indica, se convierte en una verdadera conmoción escénica. También su trabajo corporal, pura coreografía tanto en su primera aparición como en el desenlace, con esa deslumbrante interacción (e integración) con las telas que forman parte del espacio escénico. Una vez más, escuchemos a Desdémona.
El diseño de espacio y de vestuario de Joana Martí están perfectamente alineados. Un espacio bastante luminoso en el que predomina el blanco y en menor medida el rojo o granate. También en las piezas que visten los protagonistas masculinos, que incorporarán el negro. El uso de telas no sólo multiplica muy bien la posibilidad de las entradas y salidas sino la interacción con los intérpretes, sobretodo en el último tramo. Especialmente bien hallada la escenificación de los sueños o temores del personaje titular. La iluminación de Iñaki Garz y el espacio sonoro, también de Tarrasón, consiguen mostrar estos claroscuros que nos acercarán por momentos al thriller psicológico y nos interpelarán directamente. Una muy buena opción para dotar de la verosimilitud contemporánea y enfatizar esta naturaleza que ya muestra la dramaturgia a través los puntos de vista expuestos.
Finalmente, por todo lo descrito más arriba, nos encontramos ante un Othello muy sintomático de esa mezcla de malestar y desidia con la que abordamos las lacras que nos rodean y que, de algún modo, nos definen como sociedad. Una mirada muy lúcida y concreta plasmada en una adaptación que condesa, puntualiza y describe tanto a los personajes como a las situaciones de un modo lacónico y abrupto cuando corresponde. El punto justo de desobediencia y radical cuestionamiento del original a través del desarrollo narrativo de las premisas expuestas, precisamente, a través de los tres protagonistas. No hay más victimización que la incuestionable y sí que se evidencia la responsabilidad de cada personaje en cada situación. Un trabajo excelente de todos los implicados y una gran muestra de la utilidad del teatro como espejo revulsivo y percutor de nuestra realidad más inmediata. ¡Bravo!
Crítica realizada por Fernando Solla