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16.05.2018 Críticas  
Hacerse mayor era esto.

Felicidad, montaje nominado en los próximos Premios MAX, llega a los Teatros Luchana de Madrid. Esta producción de Tenemos Gato bucea en las turbulentas aguas de la plenitud en la vida adulta, y en cómo la Santísima Trinidad que gravita sobre nuestras cabezas (trabajo-piso-pareja) es mas un castigo divino por alcanzarla, más que una recompensa por el empeño en cumplirla.

Olivia y Gustavo viven en Madrid, músico y escritor. Ana y Ricardo viven en Helsinki, desempleada y workaholic. Un improvisado viaje a Lisboa, para recuperar la pasión y disfrutar de Quality time en pareja, se convierte en un viaje de reencuentros donde la incomunicación y las frustraciones salen a flote, haciendo que el futuro de estas parejas sea el llegar a buen puerto o bien, hundirse sin remedio.

Homero Rodríguez (Gustavo) y Cristina Rojas (Olivia) firman este texto, que Rojas dirige, y Raquel Mirón (Ana) asiste en la dirección. Este pequeño proyecto hace que todo quede en familia, y la conexión entre estos elementos y Enrique Asenjo (Ricardo) que cierra el reparto, otorgan veracidad a la propuesta, y ese extra de mimo que montajes pequeñitos como este requieren para hacerse un hueco en las carteleras y conseguir el favor del público. En este caso, la constancia, y un exitoso paso previo por el Teatro Lara, ha hecho que Felicidad comenzase a aparecer en las listas de los mejores montajes teatrales del año.

Son varios los temas que sobrevuelan este montaje, y todo ellos nos tocan de cerca a todo aquel que se encuentre en la treintena o cuarentena. El sueño de juventud de alcanzar lo esencial que todo adulto de bien debe lograr, siendo la estabilidad laboral, una pareja para toda la vida, y un techo bajo el que guarecerse, todo ello para conseguir esa Felicidad del título, se ha convertido en una utopía, o al menos en algo que ni es tan fácil, ni nos hace relajarnos en cuanto ha haber cumplido con lo que la sociedad espera de nosotros. Somos seres inconformistas, y siempre le vamos a pedir más a la vida, y esto es lo que les ocurre a estos personajes.

Lisboa, esa ciudad decadente y encantadora, es el marco perfecto para encuadrar estas relaciones en ruinas, necesitadas de una intervención urgente. El deseo por tu pareja que comienza a desvanecerse, el frío que se cuela en los huesos de estos personajes, y que hace que el distanciamiento comience a ser evidente. Una distancia emocional, como la que sufren Olivia y Gustavo, demasiado ocupados en sus vidas creadoras, o la de Ana y Ricardo, cada uno imbuidos en sus luchas contra la enfermedad y la frustración. La incomunicación y el miedo son dos grandes ejes que detecto en este texto: las llamadas o los encuentros entre los hermanos son carne de cena de Navidad en familia, vacuas, sin sentido, superficiales. Parece que hacer ver que somos vulnerables, aunque sea ante nuestros seres más queridos, es algo inaceptable en la rectitud de nuestra vida.

Felicidad bebe de todas aquellas vivencias que todos hemos tenido, o seguramente vamos a tener, y es esa cercanía en el trato, lo que hace que el público se sienta uno más de ellos, empatice con cualquiera de los personajes, y surjan las miradas cómplices y las risas nerviosas entre la platea. Si se alinean los planetas y el jurado de los polémicos premios MAX otorgan el premio que se merecen a los Tenemos Gatos, una pequeña batalla será ganada, y el estaremos todos más cerca de alcanzar la Felicidad.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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