El Teatre Romea se transforma en candil para iluminar el camino de Èdip hacia un horizonte en el que la dignidad del hombre está en primer término. Oriol Broggi plantea la propuesta a partir de la posesión e inspiración de sus propios referentes. No tanto a partir del tributo ni de la ofrenda sino del usufructo del impacto provocado por estos últimos.
Un Èdip que parte de Sòfocles y que, principalmente, desarrollará el “Edipo rey” con fragmentos localizados de “Edipo en Colono”. Esta idea resulta bastante interesante ya que del cuestionamiento de la responsabilidad moral del personaje sobre sus actos y su destino pasaremos a una tajante y convencida exculpación ante los designios y la fatalidad. Y de nuevo, volvemos a Mouawad. En este caso a “Les larmes d’OEdipe”, un texto que pudimos ver el pasado verano y que a su vez unía “Edipo en Colono” con la crisis actual de Grecia y el asesinato policial de un niño de 15 años. Aunque estos últimos factores no se utilizarán, también resulta interesante como planteamiento, así como la introducción a partir de un texto de Borges. La versión de Jeroni Rubió Rodon y la dramaturgia de Marc Artigau y Broggi nos llevan de hito a “milestone” pero esta vez no plantean un acompañamiento o dibujo del itinerario completo. Una opción válida pero algo desconcertante en algunos momentos. Capaz, eso sí, de captar y sintetizar en sus réplicas toda la carga humana y el significado del personaje protagonista.
El camino es sugestivo aunque no siempre compartido ni validado como una propuesta unitaria. Nos parece muy noble por parte de todos los implicados, especialmente del director, el compartir esta inquietud teatral y el cuestionamiento sobre la finalidad de esta disciplina a día de hoy. Mostrar lo que es para uno el teatro uniendo momentos o experiencias clave que hayan influido en nuestra visión es a la vez enseñarlo a partir de la citación escénica. Un experimento curioso aunque quizá más fértil para los perpetradores que para los espectadores. Nunca asistiremos impasibles aunque sí algo desorientados. En este sentido, disfrutamos del trabajo de Roger Orra y Broggi en la escenografía y su evocación a otra que bien podría ser de Peter Brook. La transformación tanto del escenario como de la platea del Romea es realmente impresionante y muy acorde con esta constante: vacío y ceguera. La escena como el único lugar capaz de conectar ideas y senderos que sólo existirían en la imaginación.
No se trata de emular a Brook, ni siquiera se pretende. Pero del mismo modo que el espacio está muy conseguido no queda tan clara la aportación al material que nos traemos entre manos. Un porqué factible pero permutable. Se nos sugieren muchas ideas pero no se da una conclusión dramática que las una. ¿Qué quería conseguir Brook con este espacio en la obra concreta en el que lo utilizó? ¿Se transmite eso al Èdip que vemos en el Teatre Romea? Del mismo modo (y quizá esto sea una opinión demasiado personal) Mouawad es inmenso pero su ubicuidad no es absoluta. Todos tenemos muy presente el gran trabajo de Broggi con sus obras, quizá todavía en proceso de asimilación tras el gran impacto. La mirada de Èdip como personaje es latente en los trabajos del libanés y en sus personajes, especialmente en la duda sobre si el saber de dónde venimos tiene algo que ver con la construcción violenta de nuestro universo. Pero este constante emparentamiento puede resultar algo reiterativo. Muy hermosa la devoción y muy agradecidos del interés por compartirla pero, esta vez, quizá reincidente.
Las interpretaciones se centran mucho en la palabra, algo que resulta positivo y favorece a la recepción del texto aunque quizá también algo desperdigadas. Broggi parece haberse encomendado a los actores de este teatro destartalado como divinidades transmisoras de unas ideas. Hasta ahí, más que bien. Pero, ¿y ellos a quién se encomiendan? Vemos a actores, no tanto a los personajes que interpretan. Si la idea es reunirnos con ellos y situarnos al mismo nivel de búsqueda a tiempo real mientras dura la representación, el reto se ha conseguido y con creces. Actores que intervienen e interfieren en el destino de Èdip. Todo parece girar a su alrededor, algo muy acertado. Y Manrique consigue mostrarnos realmente esa incertidumbre y la progresiva alteración del ánimo. Su viaje hasta y a través de la oscuridad. La necesidad de quedarse a oscuras por haber visto más de lo que puede soportar.
Finalmente, nos encontramos con una aproximación y puesta en escena que formulan preguntas sin proponer todas las respuestas. Algo que nos parece positivo aunque esta acumulación de capas nos deje un poco en el limbo del eterno retorno. Una sensación extraña nos invade con este Èdip y con él la incertidumbre que nos sitúa al mismo nivel anímico que el personaje. Algo complicado y bastante bien llevado. Una propuesta posible, muy ligada al universo de un Broggi que en esta ocasión parece situarse antes como un invitado más que como anfitrión de los asistentes. De nuevo, algo muy noble.
Crítica realizada por Fernando Solla