El Maldà nos muestra Dos pits i una poma. Un espectáculo de Oriol Genís que nos aporta un punto de vista muy particular sobre distintas piezas operísticas. Un gran abanico de arias, compositores, libretistas y personajes femeninos que nunca se habían enfocado bajo esto punto de vista. Una obra que denuncia sin tapujos y que utiliza la ironía de un modo singular y sorprendente.
En el terreno de la dirección Genís ha hecho un muy buen trabajo a partir de la confrontación. No se trata de establecer paralelismos genéricos sino contrastes y contradicciones. Entre la visión que autores y compositores referenciales, hombres, han mantenido de la mujer y cómo la han estandarizado a través de los registros más cultos. Cómo han validado a través de la manifestación y sublimación artística unas cualidades o atributos a modo de corsé y que han desviado nuestra atención y validación de unos estándares genéricos equitativos, justos y concordantes.
Ha estructurado el espectáculo a partir de cantos y contracantos. Los primeros serían las piezas operísticas mientras que los segundos corresponden a fragmentos o textos de Valerie Solanes, Maria Aurèlia Capmany, Maria Mercè Marçal, Montserrat Roig o Montserrat Abelló. Mujeres operísticas sublimadas y erróneas que entran en contacto con otras mucho más cercanas y autóctonas que abogan y defienden su emancipación. Genís no ha querido hacer un jukebox cultureta y lírico y ha quebrado la estructura habitual de introducción, nudo y desenlace estableciendo una suerte de liturgia en la que el Libro serían las partituras y la lectura e interpretación los cantos y reacciones de una mujer que limpia y una mujer subida a un piano y que parece luchar por salirse del cuadro o pintura que la aprisiona.
Genís tiene tiempo incluso para cuestionarse a sí mismo como director del espectáculo a través de las dos mujeres, que también se rebelarán contra el director musical y pianista que nos recibirá ignorándolas y absorto en la pantalla de su teléfono móvil. Incluso decidiendo sobre el material interpretado. El mayor empoderamiento viene de la elección de la profesión de la protagonista. La que limpia y por tanto sanea, desinfecta e higieniza a la vez que interpreta las piezas y también a nosotros, los espectadores y oyentes. Una auténtica restauración.
El trabajo y amplitud vocal de Núria Dardinyà es increíble. El itinerario que describe a través del repertorio operístico elegido ofrece una gran velada lírica sin obviar ninguno de los demás requerimientos del espectáculo. Su vis cómica está fuera de toda dura y perfectamente integrada dentro de su interpretación. Musetta, Adriana Lecouvreur, Despina, Amelia, La Gioconda, Lady Macbeth, Suor Angelica, Mimí, La Périchole, Isolde, incluso Fígaro. Nunca como si de un concierto se tratara, Dardinyà parece esconder su virtuosismo en una interpretación que desacraliza cualquier aproximación soberbia, presuntuosa o arrogante de diva operística. La comicidad que desprende en “Una macchia è qui tuttora” sería una muestra muy representativa de por dónde van los tiros de la función. Un trabajo excelente que divierte y emociona a partes iguales y con una espontaneidad apabullante.
A su lado, tanto Clara Manyós interactúa y flanquea con muy buen pulso el rol prototípico del que quiere desprenderse. El del retrato de la mujer como símbolo del pecado original y que reinterpretará ante nuestros ojos el retrato femenino del Génesis. Muy buen trabajo, así como el de Manuel Ruiz, el hombre de la función que participa del juego con una actitud muy bien hallada. La supervisión de movimiento de Roberto G. Alonso, el vestuario de Leo Quintana para el personaje de Dardinyà y el de Marc Udina para el resto y la iluminación de David Bofarull terminan de formatear el resultado final de un espectáculo relevante y a tener en cuenta.
Finalmente, Dos pits i una poma se convierte en una reivindicación feminista (y pacífica, que nadie se asuste). Una renuncia al papel que los autores y creadores hombres han atribuido a las mujeres, a través de la ficción o el espejismo delirante. Deformaciones y malformaciones alucinógenas que con interpretaciones como las que encontramos aquí adquieren un nuevo rumbo. De nuevo, la acústica y las características del espacio promueven que El Maldà sea el recinto idóneo para su representación.
Crítica realizada por Fernando Solla