El Teatre Akadèmia sube a sus tablas Escenes d’un matrimoni de Ingmar Bergman y la certeza de encontrarnos ante una de las disecciones más rotundas de la institución titular nos invade. La aproximación de Marta Gil aporta luminosidad al conjunto y puntos de vista interesantes sobre un material de partida de altos vuelos.
La televisiva y cinematográfica son referencias ineludibles cuando citamos al autor. Lo mejor que se puede decir (y hay unos cuantos puntos a nombrar) del trabajo de Gil es que ni por asomo recurrimos a ellas mientras asistimos a la representación. La traducción de Carolina Moreno es especialmente relevante para que esto suceda. El uso progresivo de distintos registros lingüísticos en función del momento y en paralelo al desarrollo de los personajes y su relación es excelente. Esto es así, especialmente, en el caso de Marianne.
La directora lidera una propuesta que funciona muy bien a modo de espejo. Para los que lleven tiempo casados estas Escenes d’un matrimoni son una bomba de relojería a punto de estallar en cualquier momento. Para los que no, el artefacto apunta directo a nuestros miedos e inseguridades para asumir tal compromiso. La mirada de la directora consigue captar la intimidad de un modo extraordinario y mostrar situaciones y comportamientos que a menudo aceptamos sin pensar. La desesperación silente, la duda y la extrema soledad de la mujer encuentran en Anna Sabaté a una intérprete que se lanza con valentía y precisión. Una generosidad extrema para mostrar todos los matices y para compartirlos con el público. Su ruptura de la cuarta pared es magnífica. Probablemente, uno de los mejores hallazgos de la función. Jordi Figueras no se queda atrás y nos sumerge en tan abismal y complicado retrato sin caer nunca en la caricatura. Sin castigar pero tampoco sin ocultar nada.
El espacio escénico de Joana Martí marcan el esqueleto de lo que podría ser la casa o un teatro. Escenas de la vida conyugal. De sus (des)encuentros. Sin paredes y todo abierto para que los cambios sucedan a la vista del espectador. Muy acertado el contraste entre los secretos y la luminosidad que nada esconde. También en el diseño y las tonalidades del vestuario En este sentido, la iluminación de Lluís Serra y Natàlia Ramos aciertan de pleno. Decisiones que realzan la teatralidad progresiva del trabajo original de Bergman, escena a escena.
Esto sucede hasta la última. Quizá la más desconectada del resto por el salto temporal que se supone pero que se adecúa a lo visto anteriormente hasta convertirse en una clausura del amor. Un cierre que recibimos como si de una zarabanda se tratara. Como el mismo autor quiso para la nueva incursión fílmica de Johan y Mariannne. De nuevo, Gil acierta al fijar su mirada en la intimidad de cada escena, buscando y encontrando un tono concreto para cada una de ellas. Lo que ha pasado entre una y otra es pura elipsis y se aportan las herramientas necesarias tanto en el texto como en la interpretación como para que esto no ocupe ni un segundo más de nuestra atención más que los estrictamente necesarios.
Finalmente, celebramos que Bergman suba a las tablas y que lo haga con una propuesta con señas de identidad propias. Olvidando el morbo que puedan tener a día de hoy los tintes autobiográficos del material original, creemos que nos encontramos ante un autor dramático muy a tener en cuenta que, por lo menos en nuestro país, suele quedar en un segundo plano frente a su figura como cineasta. No hay duda, que trabajos como Escenes d’un matrimoni ayudan a situarlo en el lugar donde debe estar. Ahora mismo, en el Teatre Akadèmia. Mención especial para la fotografía de Albert Serradó. Sin duda, un cartel digno de enmarcar.
Crítica realizada por Fernando Solla