Barcelona se convierte por unos días en lugar de culto para todos aquellos aficionados al género musical con la visita de Jesus Christ Superstar. Uno de los musicales más populares de Sir Andrew Lloyd Webber que se representa en versión original y con el mismísimo Ted Neeley como cabeza de cartel. Una feliz e insólita oportunidad que provoca el delirio del público asistente.
La puesta en escena la firma Massimo Romeo Piparo, que ha dirigido un montaje grandilocuente y en que predomina la hipérbole. Hay que tener en cuenta que esta función es válida para representarse en estadios. El decorado funciona a varios niveles. Fiel testigo del montaje original que a la vez nos acerca a lo que hoy sería un concierto. Una gran y espectacular pantalla de diodos de luz que se torna traslúcida y descubre un espectacular andamiaje. Más pop que rock en muchos momentos y con deliciosos toques kitsch, incluso glam (véase el momento estelar de Herodes), el dinamismo ocupa el escenario y el ritmo no decae en ningún momento.
La ruptura de la cuarta pared y la traslación de lo que sucede en escena al patio de butacas (y más allá) juegan muy bien con la figura del Neeley intérprete superestrella con la pasión de su personaje y nos asemeja a nosotros, el público, a los feligreses más incondicionales. Un guiño casi tan bien hallado como el giro hacia la actualidad a partir de los treinta y nueve latigazos. Uno por cada guerra, atentado o crimen contra la humanidad que se han perpetrado en nombre de la religión, sea la que sea. Un giratorio que se mueve a velocidad de vértigo por el escenario nos muestra tanto el recorrido de los personajes como a la orquesta, entre la que se mueven los protagonistas. Sobre la pantalla, tanto podremos ver localizaciones como abstracciones más o menos imposibles y que ilustran o magnifican lo que sucede o mueve a los personajes.
Todo funciona muy bien, incluida la plataforma que acerca al público a Neeley en su número estelar. Lo dicho, todo asemeja al artista con el personaje. Y esto nos parece un gran hallazgo. Si bien es cierto que, en algún momento, los recursos se superponen por acumulación no lo es menos que a día de hoy no se me ocurre manera que no sea a partir del exceso para enfrentarse a este material de partida. El vestuario evoca la época de creación del musical y destaca cuando se trata de los personajes de Caifás, Anás, Herodes y el último tramo de Judas.
Sin duda, el punto fuerte de la puesta en escena es el elenco al completo. El cuerpo de baile realiza un trabajo muy destacable también vocalmente. El sonido es óptimo y la orquesta hace justicia a la partitura de Webber. Las letras de Tim Rice siguen siendo muy potentes y pegadizas y se mantienen en nuestra memoria gracias al uso de la reiteración y anticipación, algo característico en los autores y que, en este caso, sigue funcionando. De entre todos, destacamos al Simon de Giorgio Adamo, el registro grave (casi caricaturizado) de Francesco Mastorianni como Caifás y al espectacular Herodes de Salvador Axel Berry Torrisi (un único número protagónico es suficiente para que nos deje con la boca abierta, tanto en lo vocal como en la coreografía). Y, por méritos propios, cerrada ovación en pie y vítores para el Judas de Nick Maia. Sin duda, la revelación de la noche y verdadero protagonista de la función. Interpretación, canto y baile de sobresaliente.
Neeley domina como nadie los recitativos de Webber y Rice. Quizá ahora no sorprenda tanto pero en su momento, además de ser considerado un musical blasfemo y sacrílego, la ausencia de texto hablado entre canciones llamaba mucho la atención. Los icónicos sobreagudos siguen poniendo la piel de gallina y la mirada del protagonista hacia el paraíso que le será negado (aquí no hay tercer día) y las palabras y súplicas inaudibles dirigidas hacia el mismo Dios son de una verosimilitud y fuerza dramática considerables. Un trabajo entregado y que no da por hecho que su simple presencia es suficiente en el escenario y que se defiende sin muestras de agotamiento o hastío tras décadas representando el mismo personaje como un miembro más del reparto. El aplomo que demuestra en escena demuestra que la experiencia es un grado.
Finalmente, no nos queda más que aplaudir la iniciativa de la promotora y productora de espectáculos LetsGo Company. Asusta pensar que hace casi medio siglo que Jesus Christ Superstar se pudo escuchar por primera vez. Tiempo suficiente para ser considerado un clásico del género. No es habitual que artistas de la naturaleza de Neeley y toda la compañía pisen nuestros escenarios si no es en conciertos temáticos o unipersonales, así que la visita no puede ser más celebrada. Muy probablemente, la naturaleza del evento supere incluso la validez del título a día de hoy, ¿quién sabe? De lo que no hay duda es de que el Teatre Tívoli por poco se viene abajo el día del estreno. Mucho menos del talante de Neeley, al que siguiendo con su emblemática canción: We only want to say (that) you haven’t changed. We’re as sure as when you started. Then you were inspired, now you aren’t sad or tired. But listen, surely you’ve exceeded expectations. Tried for 47 years. Seems like just 3. No, we couldn’t ask as much from any other man.
Crítica realizada por Fernando Solla