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16.04.2018 Críticas  
Que revienten los actores pero que revienten

No hay mejor título para la obra que Que rebentin els actors. La obra del Uruguayo Gabriel Calderón nos lleva a un punto álgido, ficticio y desbordante que hace que nos planteemos si la historia en sí sería posible. Si tú la llevarías a cabo. Un must que debemos destacar de la cartelera Barcelonesa que puede verse en el Teatre Nacional de Catalunya.

He de decir que al leer la sinopsis de la obra estaba un poco escéptico pero, por dios, no me arrepiento en absoluto. Es más, la recomiendo encarecidamente como obra que debe verse, sí o sí. Sin excusas. Sin reservas.

Que rebentin els actors cuenta la historia de la hija joven, Anna (Bruna Cusí), de una familia íntimamente marcada por la dictadura. Ella sufre y es incapaz de vivir con la incertidumbre creada por su familia. Una duda perpetua que su familia le ha creado al tapar toda su historia; ya que durante toda su vida, solo han estado su madre y ella.

¿Una unidad familiar monoparental? No en su totalidad. Anteriormente su familia era de las grandes. Su padre, su tío, sus abuelos, ellas… Todos comparten una historia; todos menos ella. Quiere saber pero que nadie la escucha. Así que su novio, Tadeu, un joven científico (maravillosamente interpretado por Francesc Ferrer), quien daría su vida por hacerla feliz, crea una máquina del tiempo para viajar al pasado y juntar a toda su familia en una cena de navidad para que ella pueda obtener respuestas.

La premisa en sí es extraña. Viajes en el tiempo, una familia desestructurada que esconde informaciones a sus miembros, gente que vuelve del pasado… Todo englobado en un tiempo material cambiante. Algo que atrae al público a un plano cercano. Como cercana es la forma de tratarse entre ellos. La lengua vehicular de la obra es una lengua popular, llena de insultos e improperios; y a veces violencia (no solo verbal). Pero si profundizamos en el tema de la obra, toda la trama y su trato característico nos llevan a entender el hilo argumental real de la obra. El punto de partida: la mentira, la traición, el esconder el pasado creando incluso una amnesia recurrente. Una historia dura, silenciada por sus protagonistas, los adultos quieren olvidar, los jóvenes piden saber; el arte de ignorar la historia.

Si la historia en sí es atrayente, la creación de los personajes de la mano de todos los actores en las tablas es extremadamente crucial. Así, partiendo de la base de sus protagonistas, Bruna Cusí y Francesc Ferrer, los cuales crean el nexo de conexión del hilo argumental de la historia de una forma espectacular, encontraremos un narrador que no entendemos porqué aparece en escena hasta que la historia avanza a pasos agigantados junto a una familia desestructurada física y psicológicamente. Empezando por los abuelos (Jordi Banacolocha y Imma Colomer) y la madre de la protagonista (Lina Lambert) quienes dan el contrapunto de locura a la obra; el primero irá instaurando una recurrente amnesia e inconsciencia de la situación a medida que pasa el tiempo; la segunda, una dependencia al champagne como vía de escape a lo que está ocurriendo; y la tercera, una facilidad para la violencia verbal y física en adición a su negativa extrema de hablar. Junto a ella, Albert Ausellé (padre) desarrollará una extremada alegría y predisposición por conocer a su hija y cumplir lo que ella desea, saber la historia de su familia. Pero la situación de tortura vivida le creará la imposibilidad de hablar sobre ello. Finalmente, y cerrando el círculo familiar, conoceremos a Josep (Sergi Torrecilla) el único que controla lo que pasa, el único que puede hacer lo que desee; el que marcará un contrapunto en la historia hasta hacerla estallar.

Que rebentin els actors es una obra dura. Una situación complicada dentro de un hilo argumental divertido y alocado que pide contundencia en el mensaje y que se acerca al público mediante la contundencia física y verbal. Sus personajes no te dejan respirar. Tal como disfrutamos de un complicado flashback, otro aun más exagerado llega y descoloca al respetable. No hay momento de respiro, no hay tranquilidad en los 90 minutos de función. Un estallido incontrolado en una cena familiar de navidad inexistente.

Crítica realizada por Norman Marsà

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