En plena revuelta del CDN por la inexplicable fusión del templo de la Zarzuela con el Teatro Real, el Teatro María Guerrero programa esta historia sobre unos trabajadores sometidos a acatar y asumir órdenes, como son los ciegos músicos de El Concierto de San Ovidio (ECDSO) de Buero Vallejo.
Un «mecenas» iluminado acude a un hospicio para pedir la venia de la Madre Superiora, para poder disponer a voluntad de un grupo de invidentes, a los que programar como la actuación estrella de los entretenimientos de su barraca en la fiesta de San Ovidio. Los ciegos, movidos por la miseria que les rodea y los premios prometidos, ven esta notoria oportunidad como una forma de prosperar y dejar de mendigar limosnas por las calles del París de 1771.
Comenta el director, Mario Gas, que su idea de montar El Concierto de San Ovidio le llevaba persiguiendo tiempo, y ahora ha podido contar con los medios y quizás el beneplácito de los herederos de Antonio Buero Vallejo, a los que se considera grandes responsables de tumbar más de un proyecto en la denostada celebración del aniversario del dramaturgo en el 2016.
Este beneplácito quizás haya sido concedido por la extrema fidelidad al texto (de ahí su hora y veinte de duración). El Concierto de San Ovidio es academicista en todos los aspectos: cuidado vestuario, calculada ambientación, generosa iluminación, y unas interpretaciones en código de corral de comedias, con su cadencia, entonación y gestualidad. Es todo tan correcto y tan medido casi al milímetro que poco malo se puede señalar de esta propuesta, aunque son también muy poco los aspectos a elogiar.
Si sobre estas misma tablas ya hemos visto el riesgo tomado por el siempre espléndido Pablo Messiez con las «Bodas de Sangre» de Lorca, al que un sector teatrero tildó casi de profanar y violentar el original, a base de captar la esencia, mostrar conceptualmente los conflictos planteados, y llevar a su propio terreno el clásico patrio. El éxito le vino, precisamente, por el ataque kamikaze perpetrado, por ello en el futuro se hablará de su versión como un referente al que tener en cuenta. En cambio, Mario Gas ha preferido complacer y fidelizar al espectador de teatro con un montaje de anticuario, perdiendo así la oportunidad de hacer que algo «vintage», molara, y se ha quedado con algo tradicional y «museístico», con su marco dorado, de excelente ornamento, y listo para observar y exponer, pero no para admirar.
Del extensísimo elenco es imposible destacar alguna interpretación puntual, pues es tal la estandarización de todos, que solo en bloque es calificable su resultado: óptimo, correcto e irrelevante.
Comienza a ser llamativo que los/las programadores/as de ciertas instituciones públicas, lleven toda esta temporada ofreciéndonos proyectos que caminan sobre seguro, sin riesgo alguno, ni en la propuesta, ni en el elenco, ni en la temática. Si en el caso que estoy tratando, El Concierto de San Ovidio, se habla de abuso de autoridad, marginación de un colectivo, del precio a pagar por mantenerse firme a una actitud vital o rebelarse contra el poder, así como visos de violencia de género, machismo y el concepto de familia no sanguínea; lealtad y pequeñas traiciones con graves consecuencias motivadas por los celos.
Todos y cada uno de los temas expuestos, una vez más cobran todo su validez en el panorama actual y son expuestos aquí, sin juicio alguno, para que el respetable en su propia cabeza de su veredicto. Una gran oportunidad perdida (otra más) de concienciar, retar, hacer partícipe a la audiencia de lo que sucede en escena, y de empatizar con ese drama humano.
Quizás toda esta disertación a raíz de este montaje, no sea mas que la interpretación del arte de Mario Gas que Ernesto Sábato expresaba en «El Túnel»: «(…) yo creo que el artista debería imponer el deber de no llamar jamás la atención. Me indignan los excesos de dramatismo y de originalidad.» Quizás le pido mucho al teatro clásico, o quizás espero demasiado de los montajes del 2018.
Crítica realizada por Ismael Lomana