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06.04.2018 Críticas  
Arriesgada aproximación a un texto incómodo

La Villarroel acoge la nueva propuesta de Sixto Paz Produccions. Bull resulta una pieza bastante a contracorriente, tanto por su aproximación temática como formal. Nada complaciente ni en su planteamiento ni en su desarrollo. La versión dirigida por Pau Roca es una muestra muy ilustrativa de las intenciones del autor.

Desagradable, embrutecida y breve. Tres palabras que podrían definir la obra que nos ocupa si no profundizáramos en exceso. Rigurosa, prosaica y concisa podrían ser otros tres adjetivos más que válidos. Resulta complicado describir esta función, incluso valorarla o disfrutarla. Mike Bartlett no se anda con chiquitas. Es un autor bastante desapacible y poco conciliador. Ni siquiera trata de ser sangrante o escarnecedor y eso es lo que puede llegar a irritar. Aunque las situaciones que describe se tornen en algo flagrante nunca tomará partido. Nos deja a nosotros esa papeleta. Lo hizo con “Cock”, que a un servidor le pareció que reflejaba la tiranía en el dormitorio, en el ámbito doméstico y privado. Y lo vuelve a hacer con Bull, aunque esta vez el abuso de poder tenga lugar en el ámbito laboral y, por tanto, público.

Público, sí. El linchamiento público o bullying. De eso trataría la pieza. ¿Cómo enfocar esto? Desde un posicionamiento de denuncia sería una posibilidad. Desde la burla más animal y políticamente incorrecta otra más que probable. En este terreno hay que destacar la traducción de Adriana Nadal, que ha sabido captar esta esencia tan característica del original de Bartlett. No hay victimización excesiva pero tampoco criminalización. Mucho menos absolución o condena. Es ardua tarea explicar en qué consiste Bull, aunque sí que podemos enumerar todo lo que no es.

La puesta en escena es bastante fiel al formato original aunque aporta algunos ingredientes de cosecha propia. Paula Bosch ha diseñado una escenografía que mantiene la forma de cuadrilátero o ring de boxeo mezclándolo con las características propias de un ruedo taurino. Básicamente el color amarillento de la arena. Un ruedo cuadrado da poco margen de maniobra al toro que quiere escaparse pero también puede sorprender al torero cuando el primero embiste. ¿Ataque o defensa? Quizá sean sinónimos. Hay un muy buen trabajo de iluminación para evidenciar que lo que sucede en escena forma parte de ese ámbito público y vergonzante en el que se convierte la oficina y del que muchos participamos. Toreando o siendo toreados. Por último, el diseño de sonido de Txume Viader sigue esta misma línea a la vez que prioriza el plano musical y sonoro en función de las necesidades de cada situación, aportando algo de aire en algunos momentos.

Mención especial para el diseño de vestuario de Laura García. No desvelaremos aquí quién es el agraviado y quienes los acosadores. Tampoco tenemos claro del todo que los roles no sean algo intercambiables, aunque ahora no toca dilucidar eso. Si nos fijamos en el uso del rojo (color del reclamo para la víctima) en las piezas de la mayoría de los personajes y la ausencia en las de uno de ellos, veremos cómo el nivel de detallismo de Bull es transversal y muy meditado.

La dirección de Roca sobresale en la naturalización incólume de todo lo descrito por Bartlett. Así lo ha querido también para las interpretaciones. David Bagés, Joan Carreras, Marc Rodríguez y Mar Ulldemolins son embajadores de lujo de Bull. Decir que sus interpretaciones son buenas sería una evidencia vacía. Lo que es rotundamente cierto es que asumen las dificultades del texto y, como el director, consiguen naturalizar lo inicuo, es decir, la afrenta, el agravio, la mofa, la humillación, la ofensa, la vejación o el menosprecio. Todo a través de una actitud inflexible y muy marcada desde el principio, rota únicamente en algunos momentos muy concretos y puntuales de esparcimiento en los se emula al animal titular y la idiosincrasia de su suplicio público. No olvidemos que su propia denominación “bull” es la raíz del término “bullying”. ¿Predestinación fatal o ironías del de los tiempos que corren? Complicada labor que nos ha sorprendido y que nunca buscará una empatía cómplice o condescendiente.

Ninguna de ellos ha querido jugar con el efecto sorpresa ni con la posibilidad de giros argumentales. Ni siquiera hay intercambio de rol entre ratón y gato. Pocas sorpresas en este apartado y así debe ser para que el impacto del texto y la propuesta consigan que nos sintamos ultrajados en nuestro acomodaticio ejercicio de tolerar, asumir o mirar hacia otro lado. Hay una especie de violación de la impasibilidad que nos atraviesa como el acero terminante al toro. Y ese es muy probablemente el mayor éxito de todos los implicados en tan particular pieza teatral.

Crítica realizada por Fernando Solla

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