Tras su paso por el Surge, el Intemperie Teatro rescata su tercera producción en la casa teatral de referencia de Malasaña. Martingala de Joan Yago, con Gerard Iravedra dirigiendo a cuatro estupendos actores que hacen un trabajo sobresaliente, y cuya presencia en la cartelera es una excusa perfecta para forzarles a prorrogar este brillante drama.
Una mujer clavada en el centro de la cocina de dos buscavidas, a la que han dado cobijo tras desmayarse bajo la torrencial lluvia del exterior. Una joven vende su cuerpo como homenaje a la prostituta de un filme de los noventa. Dos mujeres discuten sobre la vida. Cuatro personajes preparan una cena siguiendo los preceptos del friganismo. Cuatro escenas, cuatro personaje, y una cuarta pared que se derrumba para introducir al público en este drama a cuatro voces. La audiencia rompe esta cuadratura situándola, como un quinto elemento, testigo mudo del devenir de esta cocina, donde, como en toda buena fiesta, siempre se cuece lo mejor, y este Martingala es toda una celebración del teatro.
Si algo nos llevaremos a casa, a parte de ese nudo en el estómago cuando se apagan las luces, son las intervenciones de Elisa Matilla. La Aurora de Matilla es tan de verdad, y la tenemos tan cerca, que debemos reprimirnos de agarrarle de la mano y mirarla a los ojos, esos ojos grandes, enormes, aquí magnificados por la constante lágrima que se forma y que parece que nunca va a caer. Pocos son los trabajos que le caen a esta mujer en las manos, para hacernos gozar en la butaca de su imponente presencia. Hace muy poco visioné «Como la Espuma» (uno, que se resiste…), en la que Elisa tiene un papel que parece la continuación de esta Aurora, y vi claramente los atisbos de icono de este personaje, y de esta actriz, que, al menos en mi casa, ya se ha ganado el artículo que acompañe a su nombre: La Matilla.
Ángela Cervantes es un torbellino de energía escénica, que hace muy poco reseñaba por aquí con el «Escoria» de Frendsa. Siempre con el pie en el acelerador, su Julia se encuentra en el límite de estar pasada de vueltas, aunque lo rotundo de su físico, y la fuerza con la que interpreta, es de agradecer. Lo mismo ocurre con Fernando Tielve, cuyo histriónico personaje resulta casi paródico, aunque precisamente en las escenas «íntimas» (ese casi juego a palabras encadenadas con Cervantes es un gustazo) es donde suma y crece. Ferran Vilajosana es un bombón de licor y pocas son las escenas que tiene para transmitir esa verdad que destila.
Que todos estos instrumentos actorales suenen tan bien, aparte de por la buena base y materia prima de cada uno, es por la batuta de Gerard Iravedra, que ha sabido afinar como nadie las notas de Joan Yago, para convertir en una triste y amarga melodía este Martingala. Le confesaba en persona que en los últimos minutos de representación, me encontraba rezándole a todo falso ídolo que se me ocurría para que el montaje acabase ahí, justo ahí, y así es, los escasos 60 minutos son una fuga (por continuar con los términos musicales) cuya floritura final sigue el mismo trazo que la lazada que se nos agarra por dentro y te hace abandonar la sala sintiéndote más Aurora que nunca, o más Julia, o más Quim, o más Jonás, apostándolo todo en la vida, confiando en que, al menos por probabilidad, en algún momento, recuperemos algo de esa deuda contraída, por el simple de hecho de que no todo va a ser perder.
Crítica realizada por Ismael Lomana