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03.04.2018 Críticas  
Un Wilde hecho a medida

El Teatre Condal se convierte en un castillo medieval para acoger la adaptación de Joan Yago del cuento El fantasma de Canterville de Oscar Wilde. Una versión dramática que extrae el ideario y la moraleja del original, modificando algunos personajes y situaciones, a través de una mezcla de farsa y juicio ideológico.

Un Wilde mainstream que, a pesar de algunas concesiones, combina bastante acertadamente la vocación popular de la puesta en escena con la mofa de las élites económicas, que quieren autoerigirse también como estandarte de los valores culturales, presente tanto en la dramaturgia como en el original. En este aspecto, Yago ha sido bastante fiel. Si bien es cierto que se ha reducido el número de miembros de la familia Otis a tres y que el contexto temporal se ha adelantado de finales del siglo XIX hasta la segunda mitad del XX, la intención sardónica prevalece. Hay una fijación sobradamente manifiesta de ubicar la pieza en la crisis ideológica y de valores de los tiempos actuales.

Hay momentos en los que puede parecer que la voluntad de desarrollar dramáticamente el argumento propuesto por el autor de Dublín en su cuento somete en exceso tanto al texto de Yago como a la dirección de Josep Maria Mestres, más cuándo sus premisas se presentan y asimilan ya en el primer tramo de la pieza. De todos modos, situar todo el embrollo inmediatamente después del Plan Marshall (1948-1951) es una gran idea muy bien hallada para utilizar a los personajes como símbolos representativos y paradigmáticos de la relación entre Estados Unidos y Europa desde entonces hasta ahora, como hizo Wilde en su momento.

Lo que se prometía como una reconstrucción europea, principalmente a través de los grandes grupos industriales, y que terminó siendo un intento de afianzar la exportación estadounidense y su reinado como poder dominante, queda reflejada de modo cristalino a través del Sr. Otis (David Olivares) y se introduce muy bien en la introducción con Lord Canterville (Pep Sais). El mensaje de Wilde por evidenciar lo ordinario y pomposo del materialismo burgués se plasma satisfactoriamente. Sorprende descubrir cómo lo que podrán parecer anacronismos serán detalles ya descritos en el original, como la promoción de los productos de los Otis. De este modo, Yago ha puesto en relevancia la modernidad todavía a día de hoy del malogrado autor.

Precisamente, la elección de Joan Pera como protagonista titular nos parece un gran acierto. Él cubre con humanidad, entrega y un sentido del humor desbordante otra de las premisas del cuento. Los esfuerzos del fantasma por arrastrar la bola que le encadena equiparados al actor que ha hecho de su profesión su vida. ¿Qué lugar queda para el arte en todo este contexto? A Wilde le preocupada esto y escenas como la del cuadro en la pared o la mancha de pintura roja en el suelo son muy representativas. A la comicidad de los ya citados Olivares y Sais (especialmente como Marigold Umney) se suma la de Betsy Túrnez como Matha Otis. Òscar Castellví y Elisabet Casanovas se esfuerzan por no caer en el arquetipo de sus roles como vehiculadores del relato y destacan, especialmente la segunda, por la mordacidad e ironía con la que sueltan sus frases. Muy “a la Wilde”.

La escenografía de Pep Duran es tan efectiva como adecuada para la propuesta. Sabe cómo llenar el gran espacio escénico del que dispone con sentido estético y siempre favoreciendo el desarrollo de la narración. La iluminación de David Bofarull y el asesoramiento de magia del Mag Lari juegan un papel importante y están integradas con adecuación al tono y estética de la propuesta. El vestuario de Nina Pawlowsky y la caracterización de Toni Santos sitúan la acción en el contexto temporal que comentábamos más arriba con total familiaridad y luminosidad.

Finalmente, destacamos la complicidad de Pera y Sais en escena. También la labor del primero, que nunca da por hecho que su presencia garantiza por sí sola el éxito y consigue construir algo tan reconocible para sus seguidores como, a la vez, novedoso. Mención para la dirección de Mestres que ha servido muy conscientemente el texto de nueva creación de Yago y ha realizado un buen trabajo con los intérpretes. Una propuesta que, si profundizamos un poco, va mucho más a contracorriente de lo que pueda parecer a primera vista.

Crítica realizada por Fernando Solla

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